No es la reflexión –menos, la reflexión ‘ética’– lo primero que debe suscitar la realidad de una boda. Ante tal acontecimiento tan profundamente humano –y tan ‘festivo’– ha de ser la alegría y la correspondiente felicitación a los recién casados la primera y la más importante reacción. No quiero yo faltar a tan contundente norma. Vaya, pues, por delante mi felicitación a tan alegres y distinguidos recién casados: a Carrie Symonds, de 33 años, y a Boris Johnson, de 56 años.
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Pero, en ese bello acontecimiento hay un dato que no ha pasado desapercibido para algunas sensibilidades católicas: hace dos meses que Boris se divorció de Marina Wheeler con quien se casó por la Iglesia anglicana en 1993 y con la que tiene cuatro hijos. Además, antes el mismo Boris estuvo casado con Allegra Mostyn-Owen (1987) aunque tiempo después se declaró nulo el matrimonio. Convertido de joven al anglicanismo, Boris ahora está bautizado como católico. Por su parte, Carrie, bautizada católica y practicante, vino a la boda como soltera. La pareja conviviente formada por Boris y Carrie bautizó el pasado 12 de septiembre a su primer hijo en la Iglesia católica.
Para las sensibilidades católicas un poco estrechas hay dos datos en el precedente mini-relato que originan desazón: la convivencia preconyugal antes de la boda católica y la existencia de un divorcio del matrimonio celebrado en la Iglesia anglicana. Pienso que para una depurada sensibilidad católica actual queda un solo interrogante: ¿por qué la Iglesia católica ha aceptado la celebración del sacramento del matrimonio de una pareja en la que una de las dos personas está divorciada de una boda cristiana previa?
El último interrogante es el objeto de mi reflexión ética, para la cual, tratando de imitar al sabio escriba del evangelio de Mateo (Mt 13, 52), saco de mi arcón criterios viejos y nuevos.
Los viejos criterios
En la realidad pluridimensional del matrimonio hay que combinar tres referencias éticas fundamentales y consiguientemente irrenunciables:
La realidad antropológica, pletórica de sentidos y, en principio, común para todos los humanos. Está regida por lo que antes se llamaba ley natural y que, más adecuadamente, hoy se denomina condición antropológica.
La institución socio-jurídica de matrimonio, que vehicula y asegura la realización de los valores de la realidad antropológica: es lo que se suele denominar matrimonio civil.
La dimensión religiosa con la que es interpretada y vivida la realidad antropológica y la institución socio-jurídica. En algunas religiones -concretamente, en la religión cristiana católica- esta dimensión religiosa se ha desarrollado tanto que ha dado lugar a un ordenamiento jurídico propio (matrimonio canónico), el cual ha tendido a dominar todo el amplio campo del matrimonio.
Los nuevos criterios
Frente a comprensiones de otras épocas la actual visión cristiano-católica del matrimonio, sobre todo con el apoyo de la exhortación apostólica ‘Amoris laetitia’ (2016), tiende a reorganizar las dimensiones del matrimonio de un modo más ajustado.
1. La comprensión de fe no debilita sino que apoya y plenifica la realidad antropológica del matrimonio. De donde se deduce la consistencia plena del matrimonio civil, realidad necesaria para el creyente y realidad común para todos.
2. En la dimensión religiosa –cristiana, en nuestro caso– han de prevalecer los aspectos teologales y espirituales sobre los jurídicos. Más aún, somos bastantes los que deseamos que en la realización cristiana del matrimonio han de tender a desaparecer los elementos jurídicos a fin de que surja un nuevo paradigma teologal-místico de matrimonio.
3. A la realidad del matrimonio le corresponde la fidelidad en el amor conyugal y la estabilidad en el instituto socio-jurídico. Pero la absoluta indisolubilidad del vínculo conyugal no es exigencia de esa fidelidad y de esa estabilidad.
Tres dudas
Estoy seguro de que, el pasado 29 de mayo en la catedral de Westminster, el sacerdote Daniel Humphreys fue testigo oficial de una boda católica con todas las exigencias jurídicas. De lo que no estoy tan seguro es de estas tres cosas:
– Que la opinión publica haya captado la integración de la dimensión religiosa con la realidad antropológica.
– Que haya salido favorecido el ecumenismo cristiano entre católicos y anglicanos.
– Que los católicos hayamos asentido a la realidad plenamente cristiana de un matrimonio en el que una de las personas implicadas venga con la experiencia de un divorcio.