“El duelo como entrada en la historia”. Es un pensamiento de la filósofa judía Hannah Arent. Pertinente para lo que sigue. Quisiera, ante todo, mostrar mi pesar y mi cercanía a todo el entorno familiar de las víctimas de los atentados de Barcelona y Cambrils. Personalmente me ha tocado vivir, tanto en mi país de origen, y sobre todo en mi país de misión, Argelia, donde tuve que gestionar muchas muertes por violencia durante los años que transcurrieron desde 1992 a 1998. Fueron duelos vividos con mucha intensidad y, además, siempre con la duda: “Seguir en el país o dejarlo”. Seguimos, y creo que para la sociedad argelina, y la Iglesia en general, fue muy importe el testimonio que aquella pequeña Iglesia pudo dar.
Estamos viviendo un duelo difícil en este mes de agosto. Pienso en tantas familias de una parte y de la otra que esta onda expansiva ha causado. Y para ellos quiero mostrar, en primer lugar, mi solidaridad y cercanía.
Duelos que salen a flote
En mi caso, y en el de muchos que han vivido y viven cerca del mundo musulmán, gran parte de la generosidad mutua que hemos experimentado durante 40 años de vida conviviendo juntos, años dichosos donde los hay, viendo los pasos lentos en los progresos del diálogo interreligioso, así como en el esfuerzo de integración, la verdad es que me corresponde hacer también un cierto duelo.
Pero ese duelo hay que hacerlo, y cerrarlo en la verdad. Y esa es la condición para que “volvamos a entrar en la historia”, y así poder superar esos nubarrones de la historia, cerrar heridas y seguir soñando, construyendo un nuevo mundo, que es posible todavía.
“Crece la islamofobia en nuestra sociedad”. Son muchos los analistas que han llegado a esta conclusión. Incluso, a primera vista, estaría de acuerdo personalmente. Sin embargo, son muchas las preguntas que me afloran a la cabeza y que me parece que tienen una cierta pertinencia.
La primera que salta a la vista: ¿nuestra sociedad ha realmente enterrado el “hacha de guerra” de nuestra larga historia común con los musulmanes? Creo que son muchas y profundas las huellas negativas que siguen grabadas en nuestras mentes, nuestra literatura e incluso en nuestra religión.
Es verdad que la sociedad ha progresado en apertura; hoy, gracias a estudios universitarios serios, podemos decir que ha habido avances importantes de reconocimiento del aporte que supuso la civilización musulmana en tantas esferas de la cultura. Incluso la Iglesia ha sabido abrir vías de diálogo que hoy en día damos por adquiridos. Pero todos reconocemos que hay mucho por hacer: de pasar de un estadio de buena voluntad a una práctica de la convivencia real.
Europa, la sombra de la extrema derecha
Siendo positiva la visión, sin embargo vemos que, particularmente en los últimos años, y especialmente en Europa, la extrema derecha va creciendo, concretamente en sociedades cristianas y post-cristianas. Este fenómeno no solo lo constatamos en organizaciones de índole xenófoba, sino de manera larvada, en rechazos y lentitudes -por no decir frenazos- en las políticas de integración y acogida de refugiados. Vivimos tiempos de extremismos “por acción y por omisión”.
Sí, en este instante crece la islamofobia en nuestra sociedad. Pero quisiera extenderme un poco más intentando afinar más esta afirmación. Una de las observaciones que merece la pena destacar en los atentados recientes, tanto en Francia, en Bélgica, Inglaterra y ahora en Cataluña, es que hay una nueva generación de jóvenes que son los que han llevado a cabo estos atentados de nuevo cuño.
Son muy jóvenes, es decir, que han podido nacer en nuestros países, que han tenido una escolarización más o menos normal, o que tienen amigos del lugar, y en fin, que participan de una vida de ocio como la de nuestra juventud autóctona. Y, por llevar este análisis más lejos, ni siquiera son musulmanes que tengan muchos conocimientos básicos de su propia religión, ni tampoco una práctica que vaya más lejos que las grandes fiestas del calendario musulmán.
Jóvenes sin formación religiosa
Dicho esto, ¿podemos afirmar que están integrados, que llevan una “vida normal”? Hay que decir claramente que no se les ha dado una formación religiosa que responda a las preguntas que un joven de estos se plantea. Al contrario, se les ha dejado en una especie de esquizofrenia donde, por una parte, han perdido la raigambre religiosa familiar, y por otra no se les ha instruido en valores importantes, como es el espíritu crítico necesario para vivir en el presente ni un estudio del Corán desde un mínimo criterio histórico.
Conviene mirar a otros países donde esa inmigración ha llegado a una tercera e, incluso, cuarta generación. ¿Cómo se explica, por ejemplo, que Bélgica sea el país que proporcionalmente ha enviado más voluntarios para el autodenominado Estado Islámico en Siria e Irak? Gente escolarizada, incluso universitaria, que manejan con facilidad los medios de comunicación más modernos. Sin embargo, por otra parte, no han tenido acceso al mundo del trabajo como sus padres y abuelos, y coinciden en una práctica religiosa que es ‘básica’, por no decir nula…
Pero, probablemente, es aquí donde se encuentra el nudo de la cuestión. Han vivido en nuestra sociedad de consumo, muchas veces indiferentes a los problemas que conoce la humanidad, en países siempre lentos a la acogida e incumplidores de promesas y programas. Esto es verdad tanto para la juventud musulmana como para nuestra propia juventud, todavía tan cercana, en el tiempo, al régimen de cristiandad.
En fin, muy recientemente insistía ante políticos de mi país sobre la necesidad de buscar una educación en el espíritu crítico, tan fundamental como base de integración. Así mismo, estamos asistiendo a la supresión de las humanidades a todos los niveles del currículum educativo. ¿No son gente que ‘malviven’, en un vacío total de valores, incapaces de proponer y gestionar “el tiempo libre”, si no es vía juerga y botellón? Y nosotros, los adultos, cada vez más indiferentes e incapaces de transmitir valores que llenen esos vacíos.
Las asignaturas pendientes de nuestros políticos
No nos extrañemos de que entre nosotros haya imanes como el que ha radicalizado a los jóvenes que formaban la célula yihadista de Ripoll, llegado de su tierra natal del Rif, con casi ningún arraigo en las realidades que son las nuestras; imanes con muy poca formación religiosa, a parte de la pedagogía de la Escuela Coránica de la pura ‘recitación de memoria’; en fin, ninguna iniciación a las realidades que se dan en los países de acogida, escasos conocimientos de la sociología del país y sin ninguna capacidad para hacer frente al espíritu crítico, base de las ciencias modernas.
Pues este es el perfil de los imanes que han conseguido engancharlos con un discurso ‘básico’, de tipo apocalíptico, inculcándoles que son ellos los que pueden aportar “la luz” a una sociedad decadente como la nuestra; que son ellos los que pueden salvar este mundo. Y por esa vía, introducen conceptos que hacen diana en la falta de ideales que necesita todo joven.
Creo que esta es la gran asignatura pendiente de nuestros políticos y demás autoridades educativas. ¡Y es hora de tomar conciencia!