Nuestra vida está llena de canciones. Desde aquella con que nuestra madre nos acunó hasta las que quizás por allí, nos hemos animado a escribir y cantar. Las canciones marcan nuestra historia, nos recuerdan momentos en donde hemos celebrado, llorado, caminado y tantas experiencias más. Dicen que llegan a nosotros por la música y permanecen por la letra. La música llama la atención y contagia. La letra interpreta lo que pasa por nuestros corazones, por eso anida allí y no se va más.
Los salmos son una clara representación de los cantos de los judíos en donde, contando sus vivencias, los autores alaban, piden, agradecen a Dios. María canta[1] el amor que Dios le tiene en el Magníficat. Es humano cantar, es humano expresar lo que se siente a través de letras y músicas. Letras y músicas que dan identidad, unidad y que siempre se refieren a alguien. La naturaleza también tiene letra y música en el canto de los pájaros, en el lenguaje de los animales, en el sonido del viento, en el cantar del agua en los arroyos. Toda la creación, desde el hombre hasta lo más pequeño, se expresa cantando. La obra de Dios canta y me hace bien pensar que a este buen Padre le gusta escribir y cantar canciones, y por qué no, pensar que cada obra suya es una canción ¡somos su letra y su música aunque desafinemos!
Todo proceso creativo es apasionante. Comienza con una inspiración y se nutre del deseo de realizar una obra y del entusiasmo que genera dar pasos, de ver pequeños resultados para, finalmente, tener el gozo de una realización propia que se hace ofrenda. La creación es todo don, nos obliga a sacar lo mejor de cada uno para concebir lo que nace como inspiración y, una vez terminado solo tiene sentido al darla. Así ocurre con las letras y con las músicas y con todo lo que se concibe y se da a luz. También me hace bien pensar que el Buen Dios se inspira al crearnos a cada uno de nosotros y que goza con su obra terminada, la regala al mundo esperando volver a abrazarla cuando ya hayamos dado todo por aquí.
Eros Ramazzotti y José Luis Perales
Muy triste sería este mundo sin canciones, me lo imagino mudo y sordo, sin sueños, sin esperanza, sin historia. Las letras y las músicas tienen el poder de ir más allá de los idiomas y de las razas. Generan hermandad, muestran vida, son instrumento de comunicación universal y trascienden el tiempo. No envejecen y nos rejuvenecen. ¡Gran regalo Dios nos ha hecho al crear estas hermanas! Las canciones testimonian la historia y en ciertos momentos, la construyen. Sus músicas marcan épocas y sus letras escriben los hechos de esas épocas. Se convierten en informantes espontáneos de lo que pasa y nos pasa.
La beata Catalina de María[2] decía que con las canciones podemos acercarnos a los demás y que, “con el canto se pueden llevar muchas almas para Dios, siempre que lo hagan con espíritu”[3]. Creo que este es el secreto de la perdurabilidad: ponerle espíritu, corazón. Cantar lo que se vive y vivir lo que se canta. Más aún cuando se trata de acercar a Dios, de invitar a cruzar fronteras y hacerse uno con el otro.
Eros Ramazzotti[4] expresa bellamente en la letra de su canción[5] “si bastasen un par de canciones para que llovieran amores… para llenar el desierto con agua del mar… para unirnos a todos… yo podría cantarla muy fuerte… se podrían hallar mil razones para ser más humanos”. El acompañamiento con la música épica hacen de esta letra y esta música unidas, una verdadera llamada a todos a salir al cruce del otro para construir un mundo mejor. Es un canto a la canción. José Luis Perales[6] le dedica una canción entera a la música, parte de su letra dice que es “el lazo que nos une y nos hace vibrar… un canto de amor y de paz que te despierta el corazón”. Es bonita la letra, lo es más con la música y la entonación.
El himno de la alegría
Es lindo también comprobar que cada encuentro, cada celebración, cada competencia, tiene una canción con una letra que se memoriza y una música que se tararea. Y así pasan a la historia como la canción de los Juegos olímpicos, la del Encuentro de jóvenes y tantas más. Llegan a nuestras vidas, las hacemos propias pero especialmente, nos hablan y con ellas, también hablamos a los demás. En este caso, las letras tienen la virtud de ser una síntesis perfecta de lo que transmite ese evento y la música invita al movimiento, a correr detrás de lo que aquella trasmite. Y así, con los dones de sus autores como mediadores, nace la magia de las canciones.
El himno a la alegría de Beethoven invita a cantar, a soñar, a esperar en un amanecer en donde los hombres pueden ser hermanos. Invitación que hacen constantemente la hermana letra y la hermana música. Propongo dejarnos llevar por ellas a través de esas canciones que nos agrandan el corazón, que nos emocionan, que sacan lo mejor de nosotros, que nos fraternizan. Este par de hermanas saben que hacen mucho bien juntas. Lindo ejemplo para unirnos, ser hermanos y juntos, hermanar y hacer el bien. Es humano cantar como es humano amar y hermanar.
[1] Lucas 1, 46-55.
[2] Córdoba, Argentina, 1823-1896. www.madrecatalinademaria.com
[3] Apuntes, 205.
[4] Cantautor italiano contemporáneo.
[5] Si bastasen un par de canciones.
[6] Cantautor español contemporáneo