Durante mucho tiempo nos hemos preguntado en qué medida Jesús de Nazaret y el movimiento de discípulos que lo seguían se relacionaban con el orden establecido como otros grupos marginales y subversivos de la época que representaban posibles reacciones ante la situación de la injusticia y sufrimiento del pueblo de Israel por el juego de alianzas entre los grupos judíos dominantes y los ocupantes romanos. Porque entre sus seguidores, uno o más de uno, formaban parte de los “celotes”, los defensores de la independencia política del Reino de Judá, a quienes los romanos consideraban terroristas o delincuentes comunes.
- Descargar suplemento Donne Chiesa Mondo completo (PDF)
- PODCAST: Francisco, víctima del Espíritu Santo
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Hay una secuencia del musical ‘Jesucristo Superstar’ que supo expresar mejor esta cuestión. En un diálogo imaginario con Jesús de camino a la pasión, Judas exclama, con dolor y rabia, todo su desconcierto porque pasará a la historia como un traidor, aunque ha sido Él quien ha sido traicionado. ¿No fue acaso el mismo Jesús quien se presentó como aquel que habría colmado las expectativas mesiánicas, devuelto la paz y la libertad a Israel y restablecido la justicia? ¿Y no habían dado las Bienaventuranzas la esperanza de que el Dios del Reino proporcionaría justicia para el pueblo?
Cuando vi el musical en su versión cinematográfica, los espectadores acompañaron el final del desesperado monólogo de Judas con un largo y liberador aplauso. No se desprende de los Evangelios si el mismo Jesús entendió y vivió su misión también como un proyecto político, pero es cierto que fueron escritos cuando la fe en el Resucitado ya se difundía como una realidad esencialmente religiosa.
No hay duda de que Jesús fue condenado a muerte por cargos de rebelión y en su cruz hay una cartel en el que Pilato escribió una sentencia de muerte puramente política. Y no es casualidad que, cada vez que interviene en cuestiones de trascendencia social, Francisco deba defenderse de las acusaciones de supuesto “marxismo”. En todas las épocas el anuncio del Evangelio ha tenido repercusiones políticas.
Sin repercusiones
Para orientarnos en una cuestión siempre controvertida, debemos remontarnos a la escena que según el evangelista Lucas representa el inicio del ministerio público de Jesús, cuando en la sinagoga de su pueblo, Nazaret, se atribuye a sí mismo las palabras con las que el profeta Isaías había descrito el advenimiento de la era mesiánica: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19; cf. Isaías 61, 1-2).
¿Cómo puede Jesús afirmar, “hoy se ha cumplido esta Escritura que habéis oído”, si después de su muerte los que creyeron en Él volvieron a la situación anterior y los pobres, enfermos y oprimidos continuaron siéndolo mientras el único liberado fue Barrabás? ¿Qué valor tienen términos como libertad-liberación? En resumen: ¿Ese “Reino” cuya inminente venida Jesús anunció con fuerza no es más que una piadosa aspiración desprovista de toda repercusión en la vida social y política de su pueblo?
La cuestión de la liberación de los presos da que pensar, porque en la larga tradición cristiana, las intervenciones en favor de los pobres, los enfermos y los oprimidos han encontrado su traducción moral en lo que se ha llamado las “obras corporales de misericordia”. Sin embargo, en lo que respecta a los presos, hablamos de “visitar a los presos”, no de liberarlos, claro.
El oráculo del profeta Isaías confiere una perspectiva mesiánica a dos instituciones con las que Israel había intentado frenar el aumento de la pobreza y de las encarcelaciones de los deudores insolventes, –aumento debido al paso de la era de las tribus en la que reinaba la igualdad social, a los sucesivos dominados por una desigualdad creciente–: el año sabático y el año jubilar.
Cada séptimo y cada quincuagésimo año se caracterizaría por un descanso de la tierra cuyos frutos se dejarían a los pobres, y por una amnistía que implicaría la liberación de los prisioneros encarcelados por no pagar sus deudas. Tal y como el sábado debía recordar que el tiempo, y por lo tanto la creación, pertenece a Dios; el año sabático debía llevar a Israel de regreso al fundamento de su fe, es decir, al reconocimiento de que la tierra pertenece a Dios, y a liberar el pueblo de los males de la historia.
El gran jubileo
Para el profeta Isaías, este ideal habría alcanzado su plena realización con la llegada de la era mesiánica. Para Jesús el comienzo del gran y definitivo jubileo era su predicación del Reino.
Desde la Edad Media, la tradición cristiana ha retomado la costumbre de los jubileos, cambiando las anteriores prácticas a las de la conversión interior y los compromisos devocionales. Se debate si Israel ha cumplido alguna vez con la institución del jubileo y en qué medida.
Cuando en el gran jubileo del año 2000, Juan Pablo II pidió repetidamente a los países ricos que perdonaran la deuda que impide a los países pobres liberarse de su yugo, nadie quiso escucharlo. Por haber proclamado el año de la liberación en la sinagoga de su país, Jesús se arriesgó a ser arrojado desde una montaña; y por haber proclamado “el año de la gracia del Señor” fue condenado por quien sabía bien lo que eso significaba.
*Artículo original publicado en el número de mayo de 2023 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva