Estamos concluyendo el 25º aniversario de la exhortación apostólica postsinodal ‘Vita consecrata’ (1996). Dicho documento ha sido el decantado de la herencia conciliar y la brújula para la Vida Consagrada en este último cuarto de siglo.
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En él se condensan los tres núcleos irrenunciables que los consagrados deben siempre actualizar en “fidelidad creativa” a su tradición y carisma: consagración, comunión y misión. Estos son los desafíos, siempre pendientes y siempre permanentes, de quienes han ofrecido su vida a Dios bajo la profesión religiosa y de quienes están llamados a guiar a sus comunidades.
Ahora bien, estos tres núcleos adquieren matices, tonalidades y acentos diversos en cada momento histórico y eclesial. Todo liderazgo dentro de la Iglesia es siempre un liderazgo evangélico para tratar de ser personalmente y crecer institucionalmente en fidelidad a Cristo y su Palabra; un liderazgo vital para insuflar aliento e impulsar la vida, aun en medio de situaciones de decrecimiento y falta de relevo generacional.
A la luz del momento social y eclesial que estamos viviendo se podrían apuntar algunas claves para el ejercicio del liderazgo en la Vida Religiosa que podrían ayudar a mantener viva y significativa la memoria Iesu que los religiosos actualizan, el signo escatológico que anticipan en medio de la Iglesia y el irrenunciable servicio de entrega a los hermanos.
- Permanente vuelta a lo interior.
- Servicio de autoridad.
- Cercanía y cuidado.
- Sinodalidad.
- Estrategas carismáticos.
- Atención y sensibilidad.
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