Tribuna

Llamado a una solidaridad con el planeta

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Vivimos una situación de crisis planetaria por la insensatez, ambición e ignorancia de hombres y mujeres  que ponemos en riesgo la supervivencia del planeta que nos alberga.



Egoísmo y crisis planetaria

El origen de esta crisis, en buena cuenta, tiene su raíz en el egoísmo que da primacía –muchas veces absoluta– al yo, en detrimento del otro, de los otros, en el que necesariamente está involucrada la naturaleza, pues la disputa es sobre ella y en detrimento de ella.

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Las señales de agotamiento de nuestro planeta se hacen evidentes, cada vez más, en las catástrofes ambientales y en el progresivo cambio climático. Los niños y los jóvenes comienzan a reaccionar de manera creciente y cada vez más contundente, pues ven su futuro comprometido por causa del egoísmo de los mayores y, sobre todo, de los poderosos que quieren utilizar el mundo a su antojo, no poniendo límite a sus ambiciones desmedidas.

Los pueblos originarios que se sienten parte de la naturaleza, nos enseñan que el concepto del territorio rebasa totalmente el concepto mercantilista de la tierra, en cuanto al uso, abuso, compra y venta del mundo capitalista, con las graves consecuencias del cambio climático, el agotamiento de los recursos naturales y las hambrunas que producen.

A instancias y presión del movimiento ambientalista, en algunos países se comienza a legislar reconociendo a ríos y territorios como sujetos de derechos y, por tanto, víctimas de la depredación y, por ello, sujetos de restitución.

El papa Francisco ha escuchado el clamor de niños y jóvenes, de los pueblos originarios, de movimientos ambientalistas y, sobre todo, el gemido de la madre Tierra que aboga por que se tomen medidas sin dilación, porque en su supervivencia está la supervivencia de todos los seres vivos.

El papa Francisco en la encíclica Laudato Si’ hace un llamado a la humanidad para que se incluya en el trabajo por La Paz y la reconciliación, el compromiso por la justicia en relación al medio ambiente, que demanda ser respetado y recreado, y no destruido. El grito de los pobres y el grito de la madre Tierra son uno soloComo clave de nuestro  compromiso, llama a la libertad para transformar nuestra relación con la naturaleza, con el mundo en el que vivimos, con los otros ya sea que estén cercanos o lejanos, pues el cambio climático nos afecta a todos. Tenemos un solo mundo, por eso, desde donde estemos, debemos unir nuestros esfuerzos, compartir nuestras experiencias y saberes, unir nuestras voces y luchas, para que nuestro planeta tenga un futuro digno y sano.

El reto por la vida del planeta es de una envergadura descomunal, máxime cuando en poderosos centros de poder se niega la catástrofe global porque prima el afán de lucro a corto y mediano plazo. Presidentes y dirigencias de países poderosos niegan la existencia del cambio climático, mientras sus países arden, literalmente, como son los casos de Brasil y Australia, o se ríen de ellas e incentivan el consumismo, como lo hace el señor Trump en Estados Unidos. Entre tanto, países como China, en desaforada carrera busca su ‘desarrollo’ depredando al menor costo en su propio territorio y allende las fronteras, en Asia, África y América Latina, donde muchos gobiernos se ofrecen para que se violen ‘sus’ territorios.

Una ética desde lo personal a lo comunitario para llegar a lo planetario

La ética de la persona solidaria lleva al reconocimiento en el otro de la dignidad personal que el sujeto reclama para sí; abre el camino al respeto y al amor, incluso de los adversarios. La ética de la persona solidaria debe concretarse en el compromiso por la vida de todos. Y la vida de todos no es posible sin la solidaridad con el medio ambiente, que nos coloca en una vivencia connatural y, por consiguiente, en armonía con nuestra ‘casa común’, según nos invita el papa Francisco en Laudato Si’, y que se constituye hoy en una de las vertientes más apreciadas y combativas de las nuevas generaciones, tanto en el norte como en el sur, en el oriente como en el occidente, que al unísono reclaman el cuidado del planeta.

La ética individualista de personas, empresas y de Estados, en su lógica depredadora y egoísta, está llevando a la humanidad y al planeta a un despeñadero irremediable. 

La solidaridad debe estar situada, no se hace de forma genérica y con declaraciones; debe hacerse de forma concreta e históricamente situada. Se hace mediante gestos concretos de amor; debe ser transformadora, creativa y audaz. La solidaridad debe buscar una vida digna para todos y, por ello, la lucha contra la injusticia y la inequidad

La solidaridad es escoger la vida. Hemos sido testigos que ante la generosa entrega en bien de los otros, de la humanidad y de una naturaleza sana, el egoísmo de algunos ha quitado la vida, ha herido y  desplazado a personas y comunidades enteras. Hoy se suman a las víctimas por la defensa de los derechos humanos, por la construcción de la paz con justicia social, el asesinato y ataque a líderes y lideresas ambientalistas. Colombia es el segundo lugar en el mundo donde a líderes ambientalistas se les ha quitado la vida.

La solidaridad es una praxis del amor. El auténtico amor debe ser continuo y también convertirse en ortopráxis. Pueden llegar momentos de cansancio, de nubarrones que buscan que detengamos la marcha. Tenemos que reinventarnos, persistir, siempre estar de pie, aunque las rodillas nos empujen a detener la marcha. Ese proceso continuado de la solidaridad implica un mutuo dar y recibir. La naturaleza es pródiga cuando la respetamos y tratamos con amor, nos devuelve sus frutos con generosidad y belleza. Procura nuestro alimento, calma nuestra sed y llena a plenitud nuestros pulmones.

Estamos con los otros y somos para los otros, así nos realizamos. La lucha por la habitabilidad de la ’casa común’ se lleva a cabo con los otros, en sociedad, como ciudadanos que tenemos responsabilidades que van desde el ‘ethos’ a la ‘polis’, desde las convicciones a las acciones, desde los enunciados a las ejecuciones. Si levantamos nuestra mirada al horizonte y trascendemos al inmediatismo, veremos que las generaciones futuras con todo derecho y seriedad nos exigen responsabilidad con el planeta que nos ha sido entregado en préstamo para que vivamos con él cuidándolo, para entregarlo sano y posible a los que nos siguen.

Siempre podemos más, si así lo queremos. Dar y construir hace posibles nuevos horizontes. Las semillas se pueden convertir en árboles frondosos. Las pequeñas experiencias de los sencillos nos señalan el camino y alimentan nuestra esperanza. Cuán grata es la solidaridad cuando la realizamos. Podemos sentir el gozo y la alegría desde el fondo de nuestras entrañas, aunque encontremos fracasos en el camino. Pero los caminos de la vida no están pavimentados, debemos construirlos con tesón, vencer los tropiezos. Así valen más.

*Director de la Corporación Podion (Colombia).