En nuestro hacer como bautizados, como apóstoles, muchas veces nos fatigamos y caemos en el sin sentido y no vemos la hora de terminar con esa misión para descansar y darle lugar a otra. En algún momento nos damos lugar para decirnos: ¿por qué si trabajo por Jesús no quiero saber más nada? ¿Por qué me cansa y deseo abandonar? O que Jesús elija a otra persona para tal o cual misión que se presenta.
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Este sentir no distingue entre laicos, sacerdotes, religiosos, varones mujeres o los diferentes ministerios que podemos desarrollar. Es una contradicción a nivel corazón, que por un lado desea y goza estar en las cosas de Jesús, y por otro se agobia y las rechaza.
Buscando lo más simple que es por donde hay que empezar, debemos contar con nuestra realidad de personas frágiles, limitadas y a la vez los demás con quienes interactuamos son también frágiles y limitados. También es verdad que llevados por el entusiasmo, el aparecer, el ayudar caemos en una falsa idea de misión que quizás no es destinada a nosotros.
El nudo del problema es que nosotros nos consideramos el centro y también que creemos que lo que hacemos es el centro. ¿Y quién es el centro? Como primera respuesta contestamos que es Jesús, pero el hacer a veces nos traiciona y lo dejamos arrinconado a Él y le encargamos que todo salga como lo pensamos y deseamos. Sin malas intenciones pero sí con malos métodos.
Mirarnos en Jesús
La acción apostólica se trata de un envío de Jesús. Él llama, Él se hace responsable de lo que somos, nos envía y nos custodia. ¡Confía en nosotros! Esa vorágine que nos traga, nos descentra y nos agobia es porque nos miramos a nosotros mismos, confiamos en nuestra fuerza y no en Él. Hacer para agradar, para cumplir, porque lo siento, porque quiero a Dios, por…, cuando el verdadero porqué es porque Jesús así lo quiere y en el silencio y la quietud me lo hace saber, y usa a otros como cómplices para ese llamado. Y se hace cargo.
La solución para disfrutar de la misión es contemplarla, mirarnos en Jesús que nos piensa, que piensa en un ministerio para darnos y no nos suelta. Y nos da libertad, libertad para soltarnos de Él y seguir andando y ahí perdemos el sentido, el rumbo y ganamos el descontento, la desazón, la sinrazón.
¿Será quizás dejar de ser un poco yo y dejar que Jesús sea Jesús? Que llama, envía y custodia.
Dejar a Dios ser Dios