FRANCESC TORRALBA | Filósofo
“Albert Camus espera de los cristianos una implicación directa en la historia, un compromiso activo a favor de la justicia y de los derechos humanos…”.
En 1948, Albert Camus dictó una conferencia en el convento de los dominicos de Latour-Maubourg. En ella, diserta sobre el diálogo entre creyentes y no creyentes y sobre lo que se espera de los cristianos en el mundo. Esta breve conferencia está integrada en el pequeño libro Moral y política (Madrid, 1984). Sus palabras dan que pensar.
“El mundo de hoy –dice Albert Camus– necesita cristianos que continúen siendo cristianos”. Como tantos ateos piadosos, el escritor francés valora positivamente la existencia de los cristianos en el mundo y, a pesar de no ubicarse en el seno de esta comunidad, destaca su contribución histórica en la lucha contra el mal y entiende que es una fuente de humanización que juega un papel muy relevante en la historia.
Jürgen Habermas, medio siglo más tarde, también subraya la tradición cristiana como depósito de sentido y fuente de solidaridad y de fraternidad en el mundo.
Anima a los cristianos a salir del ámbito de la privacidad, de los estrictos muros de la comunidad, para dar a conocer sus ideas y su visión del mundo en la plaza pública. Su ateísmo no sucumbe al laicismo excluyente ni a la enmienda a la totalidad.
“Lo que el mundo espera de los cristianos –dice el pensador existencialista– es que hablen, con voz clara y alta, y que expresen su condena de tal manera que jamás la duda, una sola duda, pueda albergarse en el corazón del más simple de los hombres. Espera que los cristianos salgan de la abstracción y se enfrenten con el rostro ensangrentado de la historia de hoy. La unión que necesitamos es la unión de hombres decididos a hablar claro y a dar la cara”. Creyentes y no creyentes estamos implicados en la misma lucha contra el mal, contra el horror y la barbarie.
Nosotros, los cristianos, apostamos
claramente y sin paliativos, por la comunidad de diálogo
y nos sumamos a la lucha sin descanso
a favor de los niños y de los hombres.
Albert Camus espera de los cristianos una implicación directa en la historia, un compromiso activo a favor de la justicia y de los derechos humanos. El refugio en la abstracción es una salida por la tangente que no convence ni guarda fidelidad con el modo de obrar y de vivir de Jesús. La respuesta a la llamada del hombre que sufre es el fundamento de la ética cristiana.
Dice Albert Camus: “Comparto con ustedes el mismo horror por el mal”. Ahí detecta un lugar de encuentro inequívoco. Más allá de los relativismos y de los debates sobre la naturaleza del mal y del bien, Camus parece indicar que en la lucha contra el mal, tanto los creyentes como los no creyentes, estamos igualmente implicados. El relativismo es la gran excusa para no comprometerse a favor del bien.
Al final de la conferencia, introduce una sospecha de no fácil resolución. Se pregunta si el diálogo entres los hombres de buena voluntad podrá vencer el terror, si la palabra podrá ganar a la violencia. Él muestra su esperanza fundada en el hombre. “Una gran lucha desigual –dice– ha comenzado entre las fuerzas del terror y las del diálogo. Solo tengo ilusiones razonables sobre el resultado de esa lucha”.
Comparto la misma esperanza, pero la duda subsiste. Peter Sloterdijk considera que los moderados y los amantes del diálogo difícilmente podrán dominar la ira de los violentos y de los fanáticos. Debemos creer que sí, que será posible tal pedagogía, o mejor dicho, este proceso de domesticación.
“El programa para el mañana –concluye Albert Camus– es la comunidad de diálogo o la condena a muerte, solemne y significativa, de los testigos del diálogo”.
Nosotros, los cristianos, apostamos claramente y sin paliativos, por la comunidad de diálogo y nos sumamos a la lucha sin descanso a favor de los niños y de los hombres.
En el nº 2.827 de Vida Nueva.