Tribuna

Los analfabetos afectivos

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La afectividad es aquella capacidad que tiene el individuo para reaccionar ante ciertos estímulos ya sean del medio interno o externos y que se caractericen por los sentimientos y emociones. Dichas reacciones pueden ser para construir cómo demostrar cariño, agradecer o para destruir como agredir o criticar. Somos sujetos emocionales y de esto el gran responsable es el hemisferio derecho de nuestro cerebro, el izquierdo, sin dejar de captar las emociones se especializa en el raciocinio.

Aquí hablaremos de las emociones que construyen, que ayudan a crear lazos, a formar comunidades y a alegrar y sanar corazones. De la buena gente que posee y practica estas habilidades.

Una de las frases que más me impactaron de la homilía inaugural del papado de Francisco fue: ‘No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura’ [1]. En tiempos en que se habla del temor a los asaltos, es triste comprobar que le tenemos miedo a la bondad y a la ternura. La bondad es una virtud que moviliza porque urge a  hacer el bien sin mirar a quien y también podría decirse que es ingenua porque invita a no desconfiar de los demás, a no juzgar por las maldades, a creer en que toda persona aunque parezca mala, siempre tiene algo de bueno, a pensar siempre bien de los demás. La ternura es desarmada y desarmante: un bebé, la sonrisa de un anciano por sí mismos causan ternura, no necesita argumentos ni manuales, simplemente está y no ataca y por eso es desarmante; es difícil no rendirse a sus manifestaciones. Salvo que seamos analfabetos afectivos. Ya veremos por qué.

Como personas somos compañeros de humanidad y desde allí nadie es superior a otro y nos une la vocación de custodiarnos los unos a los otros, incluyendo a nuestro planeta porque es nuestra casa común. Se trata de custodiar a los más frágiles, a nuestro entorno, al que se equivoca, al que piensa diferente. ‘En el fondo, todo está confiado a la custodia del hombre, y es una responsabilidad que nos afecta a todos. Ser custodios de los dones de Dios’. [2] Las armas para custodiar la humanidad serán entonces la bondad y la ternura y, como dice Francisco no tener miedo a usarlas desde lo más sencillo: agradecer, sonreír, hacer un favor, disfrutar de los regalos de la vida, de la amistad, de la familia, escuchar, aconsejar. Éste es el valor que prevalece y el tesoro que anida en el corazón. Propio de los alfabetizados afectivos.

¿Acartonados?

En nuestros tiempos estamos acostumbrados a que mientras más serios, acartonados y pensantes seamos, somos más importantes. Intentamos imponer superioridad con la apariencia, además no gozamos de la delicadeza de expresar ideas de acuerdo a los que tenemos delante, no reparamos en los más débiles, no nos adelantamos a muestras de cariño y de ternura, no nos entrenamos en esto de pensar bien de los demás, de perdonar. Hasta el simple gesto de poner gracias en un mensaje de WA, de desear buena semana, de saludar a los que cocinan en un evento, de sonreír, de andar mirando si alguien necesita una silla ¡tantas actitudes más! Los que carecen de esto son los analfabetos afectivos, saben de ciencias, de doctrinas, aprobaron tesis o hicieron doctorados, pero no saben de bondad ni de ternura. Andan por la vida con cara gélida y paso firme, llegan tarde a alguna reunión y no piden disculpas, o llegan a horario pero se adueñan de su rol y olvidan el de los demás, aunque religiosamente vayan a Misa. No comprenden que el poder es un servicio. No custodian, más bien expulsan.

En las audiencias que da el papa Francisco en diferentes lugares, pero principalmente la de la catequesis de los miércoles, se puede ver a un buen Pastor, un porfiado practicante de la bondad y la ternura. Quizás con un poco de picardía me puse a mirar a los guardias y comitiva que lo acompañan ¡cuánta seriedad acumulada! Da la impresión de que se han graduado en la Universidad de los patovicas, responden de mal modo y pareciera que viven esa cercanía con el Papa como un poder más que como un servicio. Aquí no juzgo ni desconfío de la responsabilidad que tienen de cuidar a Francisco, hablo de que no les vendría mal sonreír, ser amables, respetuosos. Dejando de lado a esta gente que puse como ejemplo seamos sinceros y revisemos nuestro hemisferio derecho y nuestro corazón y veamos si hay algún sector en donde se necesiten unas clases de bondad y de ternura para salir de analfabetismo.

Gracias a Dios conozco mucho analfabetos letrados pero doctores en bondad y ternura. Ser humano es una invitación a dejar de ser analfabetos afectivos. Quizás por allí encontraremos claves para afrontar los grandes problemas que se dan por el exceso de patovicas y la falta de custodios.
 

[1] www.vatican.va, Homilía 19/3/13
[2] ídem