Tribuna

Los curas deben aprender a predicar para monjas

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Durante siglos, las monjas han seguido escuchando sermones, conferencias y todo tipo de predicación, pero siempre lo hicieron como estúpidos animales de carga: cualquier cosa que les dijeran, solo podían aprobarla. Hubo excepciones, ¡pero muy pocas!



La suposición del predicador promedio era que, en cualquier asunto y bajo cualquier circunstancia, él era el más sabio; y las monjas aprendieron a aceptarlo. Al principio porque necesitaban un sacerdote para que les celebrara y se veían obligadas a aceptar sus condiciones, y luego por tradición o hábito. Esta era la forma de humildad que se esperaba de ellas.

El resultado ha sido (y es) que las personas con medio siglo de experiencia en la vida de oración escuchan devotamente cosas absurdas predicadas por chiquillos que, después de leer un volumen de Tanquerey en el seminario y olvidarlo tras aprobar el examen, creen que están completamente cualificados para enseñar a estas mujeres ancianas; y también creen que esas mujeres mayores nunca han escuchado las mismas cosas de otros

filósofa, filóloga, teóloga y escritora

Esto es lo que escribí en un libro tras cincuenta años de vida religiosa, habiendo decidido que ya era suficiente y necesario decir la verdad a los oficiantes/predicadores. Las monjas son capaces de tener pensamientos propios. Y no siempre están de acuerdo en todo.

Puedo citar algunos ejemplos (muchos de ellos cómicos) sobre cuestiones como: la actitud de los sacerdotes hacia las monjas; su ignorar la esencia misma de la vida religiosa; sus extravagantes innovaciones en la liturgia; su tendencia a evitar lo que es realmente importante, por ejemplo los argumentos teológicos, hablando sin embargo de cuestiones irrelevantes; no tener en cuenta el intelecto y construir la oración sobre la emoción; su ignorar las normas fundamentales del crecimiento espiritual; y, algunos errores teológicos evidentes recogidos en muchos sermones.

Sabía que el resultado no podía ser otro que una sorpresa similar a la que Balaam cuando su burra no solo empezó a hablar sino  –¡horror!– ¡tuvo la audacia de revelarse más sabia que él!

Una nueva predicadora

Contarlo fue un choque para muchos, especialmente por la hilaridad suscitada por esas páginas; pero no he recibido palos. Algunos lectores han pensado que después de escribir un libro como este mi salvación correría peligro. Muchísimos sacerdotes han dicho que era un incentivo para preparar mejor los sermones. Como sea, a los 78 años, me he convertido en una predicadora, invitada a dar conferencias y retiros.

La moralidad (que es una herramienta para resolver problemas) no debe verse como algo que flota solo en el aire; o crece de la verdad teológica que le da estabilidad, o es arrastrada por cualquier viento que sopla. En la vida cotidiana, es mucho más fácil hablar (y predicar) sobre política o los “temas candentes” del día, o lo que se define de forma tan bonita como “problemas existenciales” (léase: cómo ingeniárselas haciendo nuestra voluntad en lugar de la de Dios), que de Dios y su Verdad.

Oración como contacto amoroso

A esta evangelización me dedico: mostrarles a estos comprometidos y preocupados señores con alzacuellos, que la creación, el universo, tienen sentido solo cuando se busca, sobre la base de la evidencia bíblica. Demasiados se conforman con aprobar los exámenes y después la olvidan por completo, concentrándose en las “cuestiones existenciales”.

Permanecen así sin una clave tanto para esos problemas como para su vida de oración. La oración es contacto, un contacto amoroso. No se puede dejar todo a las simples emociones efímeras.

Esta burra está tratando de demostrar a algunas personas que está bien despertar al buscador que duerme en su alma. Puedo decir que muchos realmente lo quieren.

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