Tribuna

Los jóvenes vienen marchando

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Desde hace un tiempo vengo observando que hay menos participación de los jóvenes en las Misas, que hay menos vocaciones a la vida consagrada y la vida matrimonial no es considerada de modo definitivo. Recé mucho por esto y Dios me hizo ver unos factores interesantes.

Lo primero que advertí fue mi mirada nostalgiosa y comparativa con mi propia juventud, que ya dejó de serlo hace más de 20 años. Ese modo de ver la realidad pensando que todo tiempo pasado fue mejor, es una tentación que no permite ver ni vivir lo bueno del presente. Lo segundo fue que se nos ocurre medir el éxito desde la cantidad de personas y no desde las cualidades, desde el hacer y no desde el ser. Esta actitud trae como consecuencia no considerar ni alegrarse por los pocos “buenos” que hacen lo que nos gusta que hagan. Unido a esto nace el peligro de “pescar en la pecera”, es decir realizar actividades, invitar, motivar solo a los jóvenes que consideramos dignos de que participen y respondan a nuestras estructuras (o peceras). También porque son pocos los que participan copamos las actividades por que no confiamos en ellos y así, cerramos puertas y ventanas para que entren o al menos le impriman agua fresca a la “pecera”.

Podemos seguir analizando esta situación que describo en el primer párrafo y que algo de verdad tiene. Y lo que también es verdad es que Dios actúa en el tiempo y más allá de su Iglesia y de que los jóvenes vienen marchando desde siempre y esa marcha dinamiza el mundo. El mismo joven rico, aunque no se haya animado a seguir a Jesús hizo una pregunta interesante ¿qué tengo que hacer de bueno para llegar a la vida eterna?[1] En esa pregunta hay dos grandes valores que todos los jóvenes poseen: el deseo de un mundo mejor, de hacer cosas buenas, de ser buenos y la presencia de la trascendencia en sus corazones, aunque a veces no sepan bien cómo llamarla o vivirla.

El Sínodo como ejemplo

Muchas veces me pregunto si como adultos, provocamos con nuestro testimonio y acompañamiento, que los jóvenes posean estos valores, se hagan preguntas existenciales como la que se hizo el joven rico. Gracias a Dios los jóvenes siguen marchando y empujando, un ejemplo es el Sínodo de los jóvenes.

Al leer el documento final[2] me interpeló y me llamó a examinar mi conciencia la definición de los jóvenes como lugar teológico, es decir un lugar en donde Dios se hace presente y nos habla desde esa realidad. También su porfiada capacidad de soñar, de generar puentes de amistad, el deseo de discernir sus vocaciones y profesiones.

Los jóvenes piden no ser juzgados, ni contados en un evento, ni ser usados como cadetes de parroquia, ni escuchar sermones, tampoco ser protagonistas. Piden, necesitan ser escuchados, visibilizados, acompañados. Creo que la principal tarea que nos toca a todos es esta última idea, como educadores, como padres, como consagrados, como sociedad, como políticos.

Finalmente me dejó tranquila el leer que la juventud puede estar más adelantada que los pastores y el resto de la Iglesia. No por rebeldes sino porque esa es su misión, por la energía y los deseos que los definen, renuevan o rechazan las estructuras caducas que no permiten que nazca o crezca el Evangelio[3]. Suena extraño…por un lado hay que acompañarlos y por otro dejarlos marchar adelante. Una desafiante alquimia que puede lograrse desde el amor hacia ellos y la confianza de que Jesús ama a los jóvenes.

El gran peligro es que, si seguimos con nuestras ideas nostálgicas tendremos que tomarnos un taxi para alcanzarlos. Y esa idea no es buena, ni humana ni evangélica.

[1] Mateo 19, 16-30
[2] https://www.vaticannews.va/es/vaticano/news/2018-10/sinodo-jovenes-2018-documento-final-publicado.html
[3] Documento de Aparecida 365