Tribuna

Los nuevos y los viejos fanáticos

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Jesús Sánchez Adalid, sacerdote y escritorJESÚS SÁNCHEZ ADALID | Sacerdote y escritor

“El fanatismo es más viejo que el islam, que el cristianismo, que el judaísmo. Más viejo que cualquier Estado, gobierno o sistema político. Más viejo que cualquier ideología o credo del mundo. Desgraciadamente, es un componente siempre presente en la naturaleza humana, un gen del mal, por llamarlo de alguna manera (…) siempre brota al adoptar una actitud de superioridad moral que impide llegar a algún acuerdo (…) y cuya esencia reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar”.

Estas sabias palabras pertenecen al libro Contra el fanatismo, escrito por Amos Oz, periodista y novelista israelí nacido en Jerusalén y uno de los fundadores del movimiento pacifista israelí Shalom Ajshav.

En efecto, la semilla del fanatismo pertenece a la humanidad y brota siempre que alguna persona, grupo o movimiento adopta una actitud de superioridad sobre los demás, y siempre que desde alguna posición ideológica o religiosa se exige la total adhesión a unas ideas o creencias.

De ahí se derivan características comunes a todos los fanáticos: el culto a la personalidad de un líder o fundador, la idealización de dirigentes políticos o religiosos, la “adoración” de individuos seductores y el enfrentamiento con los opositores. Las consecuencias también son conocidas: la aparición de regímenes totalitarios, ideologías mortíferas, chovinismo agresivo, formas violentas de fundamentalismo religioso y aquello que Amos Oz llama “la idolatría universal”.ilustración de Tomás de Zárate para el artículo de Jesús Sánchez Adalid n 2928

Según el Diccionario de la RAE, “fanático” es el que defiende con tenacidad desmedida y apasionamiento creencias u opiniones, sobre todo religiosas o políticas. Preocupado o entusiasmado ciegamente por algo. Etimológicamente, proviene del latín fanaticus, que significa inspirado, exaltado, frenético, y el vocablo se utilizaba para describir la conducta de los sacerdotes de Belona, diosa romana de la guerra, y de Cibeles, diosa frigia de la madre Tierra.

Fanaticus, a su vez proviene de fanum, que significa templo, es decir, perteneciente o servidor del templo. Y de fanum deriva profano: lo que está fuera del templo. La esencia del fanatismo reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar sus modos de vida o pensamiento. A lo largo de la historia, las guerras de religión les sirvieron a los intolerantes y violentos para tratar de eliminar a todos ‘los que sostenían ideas distintas, a quienes se consideraba que estaban equivocados y que, por lo tanto, merecían ser tratados como enemigos y traidores.

Eric Hoffer (1902-1983) fue un intelectual americano que trabajó como estibador en el puerto de San Francisco durante veinticinco años. Escribió varios libros y numerosos artículos, pero sería su primer libro, El verdadero creyente, lo que le proporcionó reconocimiento público, hasta el punto de recibir la Medalla Presidencial de la Libertad en 1983.

En El verdadero creyente (1951), Hoffer explica la naturaleza de los movimientos de masas y la dinámica personal de sus militantes; y sostiene que el fanatismo nunca desaparece, pero a veces se disfraza de progreso y modernidad, de conocimiento verdadero y voluntad de creer. Por eso necesitamos descubrirlo en el presente, reconocerlo y refrescar nuestra memoria sobre la multiplicidad de formas que ya adoptó en el pasado, y en las cuales estarán incluidas sutilmente las del momento actual.

Porque el fanatismo es de todos los tiempos y se deriva de cualquier idea o doctrina. El fanático cree que la verdad le pertenece; y por eso rechaza con terquedad las razones ajenas; se juzga superior y se muestra orgulloso de sí mismo y despreciativo para con los que no piensan como él. Su presunción es enorme. La voluntad última del fanatismo es la agitación, el deseo vehemente por imponer con violencia su doctrina, su sistema; y para ello trata de imponer, sin analizar, que los hechos deben acomodarse a su tesis.

La lucha contra el fanatismo no puede darse por concluida. Las democracias contemporáneas deben comprometerse decididamente a tratar de reducir al máximo las expresiones de intolerancia, promoviendo una nueva actitud basada en el diálogo, la persuasión y la apertura mental para con el diferente. El papa Francisco instó, en su visita a Turquía, al diálogo intercultural y a promover “la solidaridad de todos los creyentes” para luchar contra el “fanatismo y el fundamentalismo”. Es una tarea y un reto para estos tiempos.

En el nº 2.928 de Vida Nueva