Tribuna

Los nuncios apostólicos: apoyo o inconveniente para los españoles

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En la historia de la Iglesia española, los nuncios pontificios han resultado con frecuencia un elemento decisivo en su evolución y toma de decisiones. Durante el último siglo estos nuncios han representado a papas de diverso talante, pero siempre preocupados por la división permanente de los cristianos españoles, tanto por motivos políticos como estrictamente religiosos. De manera especial, tras la celebración del Concilio Vaticano II, tan diversamente considerado y practicado por nuestros creyentes.



Con ocasión de la despedida del nuncio Bernardito Auza, sería bueno recordar las relaciones de los nuncios de Pablo VI y Francisco con nuestra Iglesia, que ambos papas han conocido tan bien.

Pablo VI comprendió bien lo que significaba para España la aplicación del Concilio precisamente en los últimos años del gobierno de Francisco Franco. Un Concilio que significó un esfuerzo colosal de revisión y modernización de la comunidad eclesial.

Jorge Mario Bergoglio, como joven jesuita, vivió durante unos meses en España y tuvo ocasión de experimentar las divisiones existentes en nuestra Iglesia y, también, la tensión de los enfrentamientos internos de la propia Compañía de Jesús. De hecho, aunque como Papa no ha visitado España, trata permanentemente con muchos españoles de toda índole y conoce bien las trifulcas y trapicheos de muchos de ellos.

El Concilio iluminó y preparó a los católicos españoles para poder colaborar de manera decisiva en la inminente transición política, y Pablo VI envió a España como nuncio a un hombre de su confianza, Luigi Dadaglio, quien, en permanente relación con el cardenal Vicente Enrique y Tarancón, renovó el Episcopado español y colaboró con ellos en su esfuerzo por conseguir una Iglesia más libre de ataduras políticas y más conciliar.

 

Se trató de un nuncio cabal, que conocía bien la situación de la Iglesia española y el modelo de Iglesia conciliar que deseaba para España. Fue un auténtico representante del Papa y ejecutó sus deseos, esforzándose por integrar, observar y esperar, sin exageradas impaciencias y sin enfeudar su actuación con uno de los dos sectores ya enfrentados: integrismo y progresismo. Era un momento en el que se despedía un estado de cosas que venían de siglos y Dadaglio lo hizo con valentía pero sin estridencias, como era su estilo.

Meta muy alta

En diplomático italiano actuó diligentemente en un momento tan importante para la Iglesia y el Estado españoles, con el talante que sugieren las palabras de san Juan de Ribera: “La meta muy alta, el camino muy duro y la manera de andar sin que se note”.

El nuncio que abandona ahora nuestro país después de cinco años discutibles, representa bien la división enferma de nuestra Iglesia y su opción por la parte menos conciliar de ella, sin tener muy en cuenta los deseos explícitos del papa Francisco.

Olegio 59

Este nuncio ejerció su puesto en las Naciones Unidas con habilidad diplomática en sus relaciones políticas asépticas con los diversos miembros. Tenía fama de no exponer nunca sus opiniones, manteniéndose cercano en su vacuidad.

En España ha sido un buen relaciones públicas de sus familiares y amigos filipinos, paseándoles, sobre todo, por Madrid y Andalucía, con la colaboración, pedida, de numerosas parroquias. Sorprendente su aparente falta de sintonía con el papa Francisco de quien depende en el sentido más absoluto. El Papa pidió a los cardenales Carlos Osoro de Madrid y Juan José Omella de Barcelona que participaran activamente con el nuncio en la selección de candidatos para las diócesis españolas. Resulta claro que no funcionó.

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