Bórrese del imaginario a ese Luis de Lezama como hostelero de éxito, con restaurantes de buen yantar y con pase preferencial en cualquiera de los aposentos vaticanos, sea cual sea el Papa. Porque a todos conquistó, y no solo por el estómago. Se lo ganó a pulso. No por tener como objetivo en la vida ser empresario, sino por saberse enviado a emprender para salir al rescate de los últimos.
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Para entender al sacerdote que hoy ha fallecido en la Clínica Universitaria de Navarra con sede en Madrid a los 88 años hay que rascar en aquel coadjutor de la parroquia de Chinchón que no miraba de frente cada vez que cogía el coche. Se fijaba en las cunetas. Y así donde descubrió a muchos jóvenes que iban y venían por las carreteras buscando un curro en la capital que no llegaba nunca.
Mano a mano
La España migrante de posguerra no pasó desapercibida para un sacerdote que se sintió interpelado. Le quitaron el sueño. Tras varios intentos frustrados de ejercer de buen samaritano, se topó con el padre Llanos en el Pozo de Tío Raimundo. “Mano a mano, empezamos a construir alternativas y conformamos entre los rateros una burbuja con el único fin de sobrevivir”. Ahí nació la Taberna del Alabardero. Para rescatar de la calle a dieciséis chavales de la calle.
Cincuenta años después, aquella escuela contra la exclusión es hoy una fundación que cuenta con más de diez restaurantes y tiene una plantilla de más de 500 empleados. Sus alumnos aventajados acumulan ya doce estrellas Michelin. El resto, han sabido salir adelante por la vía de la dignificación del trabajo. Además, cuenta en Madrid con uno de los colegios más reconocidos en nuestro país en materia de innovación pedagógica: Santa María la Blanca. Y todo esto, sin olvidar su pasión como comunicador, que le llevó a ser uno de los precursores de Cope.
Méritos reconocidos
Méritos más que reconocidos y reconocibles de un hombre que se supo libre o, más bien, profeta. Al que intentaron parar y no lo lograron. Porque no había en él más plato estrella en el menú del Evangelio que hacer realidad esa Iglesia comprometida con los invisibles. Un hombre de palabra y de obra. “Dios solo se manifiesta en el otro. No en los retablos, ni en las imágenes; sino en el hombre hecho a imagen y semejanza. Dios es la encarnación…y por ello el otro es, el espejo en el que vemos a Dios. Sino miras al otro no ves a Dios. No lo encuentras”. Y Lezama lo encontró.