Muchas veces, cuando llego temprano al Colegio Mater Salvatoris, y luego de participar en la Eucaristía que inicia la mañana, me siento a contemplar el jardín del colegio. Imagino cómo todo lo que rodea su frescura brotó de su corazón y cómo la Madre Félix, la jardinera del jardín, fue zurciendo, poco a poco, este espacio para que un pequeño vestigio del Paraíso descendiera a la tierra.
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En esa contemplación la he visto a ella más de una vez. A veces de pie, a veces sentada sobre el pasto, en una meditación silenciosa, mirando profundo hacia el corazón de su jardín, como tratando de comprender el dulce palpitar de su corazón, demorándose en ese otro silencio que la habita, haciendo que el tiempo se detenga y se volviera fragante.
La contemplo en mi imaginación sonriendo con una sonrisa cuya mirada está puesta en las alturas. Una mirada que se eleva, entre las ramas y el canto de los pajarillos, volviéndose árbol de palabras que dan sombra. Se ve convencida. ¿Qué pensaría ella si supiera que a los jardines ya no se les llama jardines, sino espacios verdes? ¿Qué se han transformado un algo utilitario? Que en el hombre de hoy no queda respaldo interior para comprender su importancia, pero que, bien lo supo ella siempre: dentro de cada hombre está presente una voz antigua que le habla de la belleza y de su correspondencia con ella.
Belleza y subjetividad
Los jardines han plasmado de forma privilegiada la correspondencia del hombre con la naturaleza, traduciendo, en un lenguaje plástico y sensorial, la metafísica vigente en cada momento histórico. Su condición de lugares de ensueño y delicias los aproxima a la utopía, transformándolos en una herramienta crítica para analizar los sueños de perfección social.
Madre Félix pudo tener una intuición maravillosa al comprender que la subjetividad alcanzaba un territorio de mayor alcance por medio de la experiencia estética, una experiencia de lo bello que, como destacó San Buenaventura, es una experiencia que no solo abraza el sentido de la vista y del oído, sino también los otros sentidos del tacto, olfato y gusto: todas las sensaciones y sentimientos que pueden estimular la fruición sin consideración inmediata de la fruición intelectual del objeto.
En el jardín donde la Madre Félix es jardinera transita Dante descubriendo, junto a los secretos caminos de hormigas, cómo el amor y la belleza van siempre de la mano, formando una escala de perfección al mejor estilo platónico. En el grado inferior, ese plano humano destacado por Madre Félix, la belleza sensible; luego, un grado espiritual, ese segundo plano, la filosofía y la teología, donde el amor muestra su más sublime esencia, descubriendo que es el sumo bien lo que se busca.
La utilidad del jardín
La utilidad de un jardín descansa justo en su inutilidad. El jardín constituye una figura simbólica en cuya caracterización histórica confluyen tradiciones literarias, filosóficas y religiosas, precisamente por esto, el Carmelo descalzo femenino fue pensado como jardín, más específicamente como jardín interior. San Benito lo menciona como lugar para la humildad.
No es una casualidad que el poeta Horacio haya escogido precisamente un jardín para pasar allí el resto de su vida meditándose frente al acecho de la muerte. El hecho de que los seres humanos se empeñen en convertir un trozo de tierra en un edén evidencia su necesidad de paz, serenidad y equilibrio, sometidos como están a la permanente contradicción entre su destino mortal y su vocación de permanencia, entre su deseo de orden y su temor al caos, entre el poder de su razón y el desorden de sus instintos.
Madre Félix, también consideró al jardín como lugar de la esperanza en cuanto a que, en él, es posible objetualizar sus espacios en mundos en los cuales vivir el sentir interior. Los jardines no solo son lo que tradicionalmente se entienden como tal, sino el hacerse lugar de un sentimiento y un pensamiento; más aún, de la unidad inseparable de sentimiento y pensamiento, en la que siempre el pensamiento es pensamiento de un sentimiento, y el sentimiento es sentimiento de un pensamiento.
Todo jardín, el jardín del Mater Salvatoris, es un sentimiento-pensamiento convertido en lugar. El propio colegio, todos los colegios Mater Salvatoris, es un sentimiento-pensamiento convertido en lugar. Paz y Bien
Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela