A principios del siglo XV, un grupo de peregrinos se detuvo durante trece semanas en Venecia antes de embarcarse hacia Jerusalén. Entre ellos viajaba una inglesa que afirmaba hablar a diario con Jesús y haber recibido de su visión la orden de vestirse de blanco como las monjas de clausura, a pesar de que no podía presumir de pureza virginal dado que era madre de catorce hijos. Su nombre era Margery Kempe, una mujer casada que acababa de cumplir cuarenta años y cuyas manifestaciones de fe le habían costado acusaciones de herejía en Inglaterra, el desprecio de sacerdotes y obispos y hasta un breve encarcelamiento.
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Las críticas se multiplicaron al embarcarse sola en un largo viaje sagrado que la llevaría a visitar Roma, Asís, Santiago de Compostela, Tierra Santa, Holanda y Noruega. Sus compañeros de viaje venecianos, molestos por su misticismo, la desterraron de la mesa común del albergue ya que durante las comidas hablaba constantemente del milagro de Cristo y lloraba profusamente cuando rezaba.
Ocurrió también en la etapa anterior, en Constanza, en Alemania, donde los peregrinos con los que viajaba incluso le cortaron la falda y la obligaron a andar con un saco puesto. En Bolonia, uno de los peregrinos compasivos le tendió la mano: “Si quieres seguir quedándote con nosotros debemos hacer un pacto. No hablarás del Evangelio cuando estemos en tu presencia y tendrás que quedarte sentada y tranquila, como lo hacemos durante el almuerzo y la cena”.
Un generoso documento
Es la propia protagonista quien relata estos episodios en su Libro de Margery Kempe, la primera autobiografía en inglés que fue dictada a un escribano porque la mujer era analfabeta. Se trata de un generoso documento con detalles valiosísimos como la historia del barco comercial de Venecia que viajaba directo a Jerusalén con camas de pago para los peregrinos a los que también se proporcionaban barriles de vino para hacer menos austera la travesía.
El escrito fue otra ocasión para ridiculizar y marginar a Kempe. Ella sola hacía que los demás se retratasen: los había que vivían la fe como un manto de formalidad social se burlaban de ella, mientras que los puros de corazón, los pobres y los marginados la acogían y la seguían. Durante sus viajes la peregrina encontró muchas veces a cobijo en casas de personas que no tenían nada.
Kempe nació en 1373 justo cuando su contemporáneo Geoffrey Chaucer componía su obra maestra Los cuentos de Canterbury, en la que un grupo de peregrinos caminaba entre Londres y la catedral donde se custodian los restos sagrados del mártir de la Iglesia Thomas Becket. En esa época, las peregrinaciones eran una realidad viva y cotidiana y muchas veces por motivos ajenos a la fe, ya que al llegar al santuario era posible comprar indulgencias para uno mismo y los seres queridos con dinero en efectivo.
Era común que las mujeres no acompañadas se unieran a viajes sagrados. En el volumen de Chaucer, que funda la literatura inglesa, es la extraordinaria mujer de Bath, cinco veces viuda y entregada a Dios a su manera, viajó con toda esperanza carnal y terrenal para encontrar un nuevo marido. Margery Kempe, de la misma edad, pertenecía al mismo estrato social. Era una empresaria amante del lujo que emprendió un camino contrario.
Nacida en King’s Lynn, en el este de Inglaterra, hija de un notable y esposa de un rico burgués a la edad de veinte años, Kempe sufrió visiones malignas después de su primer parto. Veía demonios persiguiéndola y se autolesionaba hasta que un día vio a Jesús vestido de seda púrpura. El diálogo místico continuó cada día durante cuarenta años y constituye un encuentro de amor y consuelo. Kempe contaba que fue Jesús quien la animó en algún momento a dejar de lado la maternidad para dedicarse a una vida santa.
La mística y peregrina iba a misa varias veces durante el día y caía en un llanto incontrolable también por el camino. En Roma, mientras deambulaba por un barrio popular, tomaba a los niños de los brazos de las madres y los besaba convencida de que eran la encarnación de Cristo. Son signos de esa piedad afectiva que se había afianzado en la Alta Edad Media pero que causaba grandes problemas a Margery Kempe.
Acusada de lolardismo
Faltaba todavía más de un siglo para el cisma anglicano, pero la intolerancia hacia una Iglesia considerada lejana se estaba extendiendo en la sociedad inglesa. Nació el movimiento de los lolardos que sería duramente reprimido. El alcalde de King’s Lynn acusó públicamente a Margery de lolardismo porque se atrevió a reivindicar un diálogo directo con Dios sin la mediación de sacerdotes. Kempe respondió a sus conciudadanos y peregrinos con la fuerza de su fe: “Lo siento, pero tengo que hablar con mi Señor Jesucristo a pesar de que el mundo me lo prohíbe”.
Quien comprendió todo fue su marido, John Kempe, de quien el libro aporta el retrato muy humano de un hombre que por amor a su mujer abraza la castidad y la deja libre para emprender una larguísima peregrinación tras las huellas de santa Brígida de Suecia, también mística e incansable peregrina, ejemplo espiritual citado en su autobiografía y canonizada en 1391 por el Papa Bonifacio IX. Tras meses de viaje, alrededor de 1414, Margery Kempe puso un pie en Jerusalén montada en un burro del que corrió el riesgo de caer “porque luchó por soportar la dulzura y la gracia que Dios había tejido en su corazón”.
Al llegar al monte Calvario cuenta que sintió el sufrimiento de Cristo en la carne “como si realmente pudiera ver el cuerpo de Jesús colgado delante”, tanto que a partir de ese momento “cuando vio un crucifijo, o un hombre o incluso un animal herido, o si veía a un hombre golpear a un niño o a una bestia con un látigo, siempre creía ver al Señor golpeado o herido” y, en esas ocasiones, el llanto llegaba al paroxismo.
Sola y abandonada al volver
Los frailes del Santo Sepulcro se acercaban a ella con asombro: habían oído hablar de una mujer nacida en Inglaterra que hablaba con Dios todos los días. Después de haber visto el lugar de sepultura de Cristo y aquel donde los apóstoles habían recibido el mensaje de la Resurrección, y después de haber tocado la tumba de Lázaro y visitado Betania, donde vivían María y Marta, Margery Kempe recibió de Dios la orden de volver. En el barco a Venecia, sus compañeros de viaje sufrieron y se enfermaron. Siempre la consolaban las palabras de Jesús: “No temas, hija mía, nadie morirá en el barco en que viajas”.
Al llegar a Italia, sus compañeros de peregrinación la abandonaron de nuevo. Sola y abandonada, la peregrina Margery Kempe llegó al Canal de la Mancha y desembarcó en Dover donde encontró la ayuda de un hombre muy pobre que, intuyendo su santidad, la acompañó a Canterbury a caballo. La fe que se fortalecía día tras día y la presencia constante de un Dios compasivo siempre le ayuda en el camino porque, a pesar de estar sola, Kempe sola nunca estuvo sola gracias a la voz de Dios: “Cuanto mayor es la vergüenza y cuanto mayor es el desprecio que sufrís por mi causa, mayor es mi amor hacia ti”.
*Artículo original publicado en el número de marzo de 2022 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva