El poeta y dramaturgo alemán Friedrich von Schiller es una de las grandes figuras de la literatura universal. A él le debemos joyas maravillosas que han sido la delicia de los amantes del teatro. También él es el responsable de la famosa Oda a la Alegría (1785) a la que Beethoven, otro genio alemán, le pusiera música para ofrecernos su novena sinfonía, estrenada 1824.
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Sin duda, después de Goethe, podría ser Schiller la más alta figura de las letras germánicas. Una obra sólida, pero que bebió de la fuente de la evasión para intentar caminar de manera airosa por el mundo. “Al recinto silencioso del corazón, escribe, habrás de huir del aprieto de la vida. Libertad solo hay en el reino de los sueños, y lo bello florece solo en la canción”.
A esta actitud lamentable, Jürgen Moltmann, teólogo protestante, la define como «emigración interna», que se define la actitud de resistencia pasiva frente a las presiones del exterior con la finalidad de prosperar y trabajar en lo oculto, sin mezclarse en asuntos públicos ni ensuciarse las manos en el negocio político. En pocas palabras, una manera de evadir la realidad y, a mi juicio, se busca el sendero de la evasión cuando ha muerto toda esperanza en el corazón. Luego de conocer los pormenores que los evangelios y la tradición me brindan sobre la Virgen María, esa actitud a la que exhorta Schiller y tantos otros, me resulta simplemente decidir equivocadamente.
Las dificultades de María
Los evangelios, en especial el de San Lucas, nos permiten penetrar en las serias dificultades a las cuales tuvo que someterse la Virgen María cuando aceptó seguir la voluntad de Dios. Dificultades en los cuales, pudiendo haber fallado y sucumbido, se aferró a la fe y a la esperanza en un Dios que no abandona y logró salir airosa para gloria del Señor. Una primera dificultad es el conflicto que supuso su divina concepción y su relación esponsal con José que, por cierto, no solo muestra la fe de María, sino la del propio José y cómo esa fe triunfa y da pie al surgimiento de la santísima familia de Nazaret. Otra dificultad es la presentación de Jesús en el templo y las palabras que, frente al niño, dijera Simeón. Una tercera, sin duda, fue su presencia ante la cruz donde sufría y moría su Hijo.
Tres momentos en los cuales, la Virgen María, se muestra al cristiano y a los hombres en general, como “la madre del amor hermoso y del temor, del conocimiento y de la santa esperanza” (Eclo 24,17). Por ello, Sal Ildefonso nos exhorta siempre a imitar la señal de la fe de María, ya que, ejercita con las obras lo que cree (San Gregorio). El justo vive de la fe (Hb 10,38) y así vivió María, a diferencia de muchos de nosotros que no vivimos conformes a lo que creemos y por ello, cómo nuestra fe realmente está muerta. (St 2,26). Benedicto XVI, motivado por estas cuestiones y otras tantas más, no repara en llamarla «estrella de la esperanza» para cerrar su segunda Carta Encíclica “Spe Salvi” (2007).
La esperanza de María
La actitud de María frente a la adversidad, frente a las contrariedades, frente al hecho crudo y amargo de ser madre de un signo de contradicción para todo hombre, fue siempre de valentía y coraje. Nada de evasiones o huidas ni hacia adentro ni hacia afuera, tampoco de crearse utopías frágiles que le permitieran maquillar los embates de la realidad para hacerlos vivibles. Se aferró a la esperanza que nacía de una fe sólida en un Dios al cual se abandonó por completo.
Actitud existencial que, quien la vive, como dijera Juan Pablo II, viaja en un clima de confianza y abandono, pudiendo decir con el salmista: “Señor, tú eres mi roca, mi escudo, mi fortaleza, mi refugio, mi lámpara, mi pastor, mi salvación. Aunque se enfrentara a mí todo un ejército, no temerá mi corazón; y si se levanta contra mí una batalla, aun entonces estaré confiado”. María es estrella de la esperanza, pues es testimonio vivo de aquellas palabras hermosas de San Agustín en una de sus homilías un día de Pascua sobre el Aleluya. El verdadero Aleluya —dice más o menos— lo cantaremos en el Paraíso. Aquel será el Aleluya del amor pleno; este de acá abajo, es el Aleluya del amor hambriento, esto es, de la esperanza, la esperanza de María. Paz y Bien
PorValmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela