Celebra hoy la Iglesia la fiesta de una de una mujer, contemporánea de Jesús de Nazaret, a la que todavía la rodea un halo de mito y de leyenda. De vez en cuando su persona es transformada en personaje y su voz resulta manipulada para decir lo que ella nunca habría dicho.
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María Magdalena goza de la fama de esas personas que, sin buscarlo, están en medio del foco mediático, por así decir. Suscita toda clase de emociones y sentimientos encontrados; se la sigue viendo como la pecadora de la que Jesús expulsó siete demonios -pero nadie explica qué demonios eran- y que la convierten automáticamente en prostituta, en pecadora sexual; pero, en cambio, al endemoniado de Gerasa, del que Jesús expulsó una legión de demonios, nunca se le ha calificado como pecador sexual, ¿gigoló, diríamos? Esa condena sexual sirvió para oscurecer su presencia y, en todo caso, enfrentarla al modelo de perfección –y supuesto silencio- de la Virgen María.
Jesús y las mujeres
Continúan sobre ella, y sobre otras mujeres bíblicas, lecturas que deberían ser renovadas teniendo en cuenta avances de la exégesis, de la antropología cultural judía -que nos da muchas pistas- y las aportaciones que las teólogas han hecho respecto a ella. En vida de Jesús, su relación con él no parece que fuera tan distinta a la de otras mujeres que protagonizan intensos encuentros -no olvidemos que Jesús le desvela a la samaritana que es el Mesías-, sin embargo, tras su muerte, María Magdalena adquiere un protagonismo inesperado en el momento de la resurrección. Ella, ¡una mujer! es la única que vive esa experiencia -como fuera que sucediera- y es enviada, directamente por Jesucristo, a anunciarla.
Ese primer protagonismo, presente en los cuatro evangelios, pronto se borró de los textos de Pablo. Sin embargo, la fuerza de esta mujer es tan grande y su misión tan excepcional, que la Iglesia tuvo que reconocerla. La Iglesia de occidente la llamó ‘Apostola apostolorum –Apóstol de los apóstoles–’; la Iglesia de oriente ‘Isapóstolos –igual que un Apóstol–’.
La decisión de Francisco
Cuando el 16 de junio de 2017, Francisco elevó la celebración de María Magdalena al rango de fiesta litúrgica, y se publicó un nuevo prefacio para ella que recogía el título de «Apóstol de los apóstoles», se hizo “justicia litúrgica” con esta mujer. Sin embargo, esta decisión de Francisco, no solo le afectó a ella sino que, a las demás mujeres se nos abrieron en el campo de la evangelización posibilidades infinitas porque, discípulas podíamos ser, pero apóstoles solo eran “ellos”. Ahora hay, oficialmente, una mujer apóstol, ¿qué nos impide serlo a las demás?
El primer gran paso está dado por Francisco. Solo falta que, quienes desde el altar leen el prefacio dedicado a María Magdalena, sean capaces de ver lo que entre líneas también dice el texto. Convertir a María Magdalena en mito y leyenda fue una ardua tarea que llevó mucho tiempo, quemó muchas energías y desperdició muchos recursos que, bien empleados, podrían haber servido para seguir avanzando en la evangelización.
Estaría bien que, entre todos, pudiéramos seguir limpiando la “reputación” de esta mujer que, salvo en la liturgia –y por decisión de Francisco–, todavía deja mucho que desear. Y la evangelización no puede esperar.