En la mañana de Pascua hay una mujer que nos sorprende; el dolor por el que ama la mueve a salir. No se resigna a la ausencia ni a la idea de la muerte; se levanta de noche a buscar. María Magdalena es una buena compañera cuando atravesamos circunstancias de pérdidas, momentos de incertidumbre, cuando no sabemos qué hacer ante el dolor de los demás, cuando estamos cerca de gente que vive realidades de desesperanza donde no encuentran salida, con piedras que se van echando encima y dejan la vida paralizada.
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Ella en un primer momento no se queda sola con el dolor, corre al encuentro de Pedro y Juan. Es la primera carrera de María Magdalena.
Pedro y Juan después de ver el sepulcro, se van y la dejan llorando. Ella permanece, resiste, se queda firme y allí la alcanza la voz de su Amor. Podemos identificarnos hoy en el cuerpo de esta mujer, inclinado hacia un lugar de no vida, llorando. Cuántas lágrimas en nuestro hoy, cuántos cuerpos doblados, cuánto dolor y tristeza contenida, y ahí, en esa situación resiste.
Dos ángeles le dijeron: “Mujer, ¿por qué lloras?”. María respondió: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció. Jesús le preguntó: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”. María Magdalena, realiza dos movimientos: uno, para responder a las preguntas de los ángeles y otro para responder al jardinero. Es necesario “darse vuelta”, girar en otra dirección para escuchar la llamada, la voz del Amor que, en medio de esas circunstancias, le estaba enseñando a vivir de otra manera.
Luego de la búsqueda y reconocimiento, surge en María Magdalena la verdadera comprensión de los signos que vio en la tumba, y la auténtica confesión de fe: “He visto al Señor”. Es ahora cuando la oscuridad con la que comenzó la búsqueda es iluminada, cuando la pregunta “¿dónde está mi Señor?” queda respondida, cuando el encuentro da paso a la misión.
Convertirse significa “dar una (media) vuelta” para situarse mirando hacia otro lugar, actitud, pensamiento, palabra, prácticas. Significa modificar perspectivas, mentalidades, estructuras, costumbres y prejuicios, para “volver a Dios”, a los lugares donde preferencialmente habita.
Función sinodal
Jesús le dijo: “No me retengas… Ve a decir a mis hermanos…
Hay dos movimientos a lo largo del relato que vinculan la experiencia de María Magdalena a la de la primera comunidad. Por un lado, ella va sola al sepulcro, y al ver la piedra corrida, regresa a donde estaban los discípulos. María fue sola, pero habla en primera persona plural, en comunidad, al constatar que el muerto no está en el sepulcro. Igualmente ocurre en el segundo movimiento. Nuevamente regresa a la comunidad, donde estaban los discípulos, y les comentó lo que le había dicho. Una experiencia personal que culmina y se hace común en la comunidad.
El encuentro con Jesús devuelve María a la comunidad no solo como hija muy amada, sino como hermana de todos. Vuelve con unos ojos, oídos y manos nuevas. Se bañó en la Luz. En la primera carrera, del sepulcro a la comunidad, María va a dar una información. En la segunda carrera: vuelve otra vez, pero ahora con su vida transformada. El Resucitado le da una misión: la envía “a mis hermanos”, y ella realiza el mandato desde la experiencia personal de ese encuentro: “He visto al Señor”.
La misión comunicadora hacia adentro de la Iglesia naciente, que recibe y realiza María Magdalena, podríamos contemplarla como una función sinodal. Ella cumple a la perfección el papel que facilita la comunión y que hace posible que la Iglesia “camine junta”. Esta mujer se mueve entre el sepulcro y el jardín, el vacío y la plenitud, la muerte y la vida, la desesperación y la esperanza.
Otro detalle: ella con otras mujeres llevaron los perfumes en la mañana de Pascua para ungir el cuerpo de Jesús. Son las miróforas. Acompañaron a su Maestro desde Galilea, lo cuidaron, lo atendieron en sus necesidades, le dieron hospitalidad y, al final, permanecieron a su lado junto a la Cruz.
Hoy, como ellas, estamos llamadas a ser portadora del perfume del cuidado en las madrugadas de nuestro país; de aromas, consuelo, cuidado para el Señor y su Cuerpo, en el cuerpo de los niños, los pobres, enfermos, necesitados, abandonados, heridos y en la madre tierra que clama por vivir.
El arte del cuidado nace de la experiencia de enamorarse de la vida y de la realidad para abrazarla en su complejidad, porque el cuidado no se agota en un acto que comienza y termina en sí mismo. Es un modo de vivir. Es una actitud amorosa, acogedora y envolvente, que provoca acciones de cuidado de unos para con otros, así como Dios cuidó desde el comienzo de la creación. Su Espíritu maternal atraviesa toda la existencia, desde el inicio hasta el fin. Crea como un artesano y ve que todo es bueno; sostiene en el tiempo nuestras historias con su Presencia discreta. Luego, Jesús es el cuidador, el buen samaritano que también necesita cuidado. María Magdalena y las otras mujeres salieron a anunciar que el Cuidador-cuidado estaba vivo.