En los 90 eran las adolescentes colombianas las que huían de la esclavitud en la que les atrapaban las bandas criminales. Y en la década de 2000 llegaron familias venezolanas hambrientas, aplastadas por la crisis económica. Cúcuta es una ciudad fronteriza en expansión de 750 mil habitantes, es el más transitado de los ocho cruces oficiales entre Colombia y Venezuela. Un lugar de penas y esperanzas rotas. El 94 por ciento de las personas cruzan la frontera a pie.
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Es aquí donde ejerce su misión María Soledad Arias, incansable y apasionada religiosa de las Hermanas Adoratrices, Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad. Desde hace 27 años ha presenciado las migraciones de un lado a otro, encarnando, junto a sus hermanas, esa “Iglesia de periferia” en la que tanto insiste el Papa Francisco. “Cuando llegamos en 1995, nuestro trabajo consistía en acompañar a las adolescentes colombianas que huían de la explotación sexual en la prostitución y en los conflictos armados. Hemos atendido a más de cuatromil de ellas, trabajando en su formación espiritual, artística e integral”, explica.
En Venezuela, tras el colapso de los precios del petróleo, estalló una grave crisis económica, social y política, que llevó a una emergencia humanitaria. Casi 2 millones de venezolanos han emigrado a Colombia. Soledad y sus hermanas decidieron no abandonar a las mujeres en busca de pan y medicinas para sus hijos que cayeron en la trampa del más vil chantaje sexual.
En Cúcuta, Soledad divide su tiempo entre dos centros de escucha, los talleres de formación para el trabajo y el emprendimiento y el albergue para mujeres víctimas de trata. “En el Centro de Formación Integral tenemos la suerte de estar cerca de la frontera. Esto nos facilita el acercamiento a las mujeres migrantes venezolanas y a las colombianas repatriadas. Es hacer lo que dice el Papa: ir a las periferias, trabajar codo a codo con ellas, ver de primera mano sus problemas, el dolor, el desarraigo, la peripecia que viven cuando dejan su tierra y se adentran en lo desconocido. La gran mayoría migra con sus hijos muy pequeños. Es gratificante aportar un granito de arena a la vida de cada una, nos fortalece como Iglesia y como comunidad apostólica”.
Nos dan más de lo que les ofrecemos
El “grano de arena” alcanzó a tresmil mujeres en la marginación en que viven, acogidas en centros de escucha, asistidas con visitas domiciliarias, empoderadas con talleres de cocina, cosmética y estética, sastrería, confección de joyas y bolsos, costura… protegidas por una densa red de atención cuando son víctimas de la explotación sexual, rescatadas junto a sus hijos de un peligro inminente para sus vidas en el refugio Casa Segura. Soledad es una mujer enamorada de su misión, de las vidas que encuentra y de la colaboración con las monjas oblatas.
“Soledad, ¿dónde está Dios en esta tierra de frontera?”, le preguntamos. “Encontramos a Dios en las mujeres. Descubren, a través de nosotras, que Dios las ama y siempre ha estado con ellas, incluso en los momentos más oscuros. Esto me emociona. Me complace darme cuenta de lo sensibles que son estas mujeres humilladas y heridas. Ellas son quienes nos acercan a Dios cuando las escuchamos y cuando las ayudamos. Nos dan más de lo que les ofrecemos”.
*Artículo original publicado en el número de septiembre de 2023 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva