Quizás la mejor forma de conocer los excesos y los defectos de un país sea acercarse a sus hospitales, ya sea mirando a los sujetos, a la higiene o a la propia tecnología. En los boxes de urgencias no solo se encuentran las dolencias típicas del momento, sino también el trato, las heridas y la brutalidad de la violencia que late en cada comunidad.
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Las consultas de psiquiatría escuchan las miserias y las manías de los pacientes, por no hablar de los quirófanos, que tan pronto ayudan a dar a luz como estiran la piel a todo el que no acepta la vejez. La vida y la muerte se entremezclan mostrando la crudeza de la fragilidad humana en cada lugar.
Adaptado a nuestra sociedad
Las enfermedades tienen una dimensión cultural que puede acelerar su expansión, y cada época tiene su propia dolencia característica, como lo fue la peste negra en el Medievo o el cólera en el siglo XIX. No es exagerado afirmar que el Covid-19 ha radiografiado con precisión nuestro modo de vivir, pues nuestras peculiaridades políticas, sociales, culturales y económicas han conformado la tormenta perfecta, expandiendo el miedo y la muerte por doquier. Igual que el escorbuto alertaba a los marineros de la lejanía del puerto, este maldito virus es capaz de moverse por el mundo a velocidad de crucero, con el ritmo de contagio justo como para llegar en horas a todos los rincones de nuestro planeta globalizado sin ser detectado. Si hace décadas el VIH encontraba principalmente en la novedad de las drogas y en el sexo su modus operandi, en este caso el coronavirus disfruta de las aglomeraciones y de la cercanía entre personas.
Las crisis sacan lo peor y lo mejor de cada persona y de cada grupo humano. Afortunadamente, ejemplos de heroísmo, creatividad y solidaridad no faltan. No obstante, el coronavirus no ha cuestionado únicamente cómo cuidamos a nuestros ancianos; también ha dejado al descubierto la desigualdad social que permite que para algunos este confinamiento no sea más que otra experiencia que contar, mientras otros pierden familiares, empleos y sueños.
Sobredosis de información y caos
Además de colapsar uvis y residencias, ha sabido introducirse entre las grietas de los estados del bienestar, haciendo que la sobredosis de información y caos sobrepasase a políticos, científicos y sanitarios. En una época blindada militarmente, el enigma de la naturaleza ha logrado arrebatar más vidas que el terrorismo más atroz, ha paralizado ciudades enteras y nos ha recordado que somos más vulnerables de lo que realmente nos creíamos.
Ahora que nos dirigimos a otra crisis económica y social, la etapa de reconstrucción que iniciamos no debe soslayar los caminos emprendidos en materia de desarrollo sostenible y ciudadanía global, porque en ello nos jugamos el futuro. No debemos caer en la tentación de guardar en el cajón la Agenda 2030 hasta que despertemos de esta terrible pesadilla. Cualquier pandemia –por su propia naturaleza– reclama respuestas globales; lo contrario será poner parches tan caros como ineficaces.
Liderar a la ciudadanía
Tenemos otra radiografía que analizar minuciosamente. Es obvio que un sistema sanitario universal y de calidad ayuda a frenar cualquier curva o que reducir los niveles de pobreza permite que millones de individuos se queden en casa sin morirse de hambre. Nadie duda que desgracias como esta exigen estructuras políticas aptas para liderar a la ciudadanía con anticipación, coordinación y eficacia. Igualmente, el buen entendimiento entre agencias, estados e instituciones facilita el flujo de información y recursos para que sean accesibles a todo el mundo.
En una pandemia de semejantes dimensiones, la cooperación entre naciones y ciudadanos no solo es necesaria, sino que es el único camino posible. No estaremos a salvo mientras quede un positivo por curar o un anciano por vacunar. Al mismo tiempo, si se cumplen los peores pronósticos, nuevos brotes y pandemias azotarán a la humanidad en los próximos años. Si conseguimos avanzar hacia los objetivos con más fuerza, lograremos reducir su impacto global y, por consiguiente, local.
Origen animal
Virus recientes como el zika, el ébola y ahora el Covid-19 han tenido su origen en un contacto atípico con el mundo animal. Los expertos señalan que el cambio climático favorecerá la aparición de nuevas epidemias. Cuanta menos desigualdad social haya, menos colectivos descolgados y más oportunidades de supervivencia para todos. No será suficiente con sistemas educativos modernizados que aguanten un confinamiento –algo que está por llegar–; tendremos que formar ciudadanos responsables, competentes y compasivos. Asimismo, una industria sostenible e innovadora amortiguará mejor los periodos de hibernación y un tejido productivo sano facilitará una recuperación sin enviar a millones de trabajadores a la cola del paro. Todo esto está ya en la hoja de ruta de la Agenda 2030. Otra cosa es que queramos tenerlo en cuenta.
En un abrir y cerrar de ojos, hemos transitado de la cultura del ocio a la cultura de la incertidumbre. Dentro de unos días, ya no nos conformaremos con salir al balcón para aplaudir. Sin embargo, algo hemos aprendido. En bastantes países, el número de víctimas hubiese sido menor de haber seguido escrupulosamente las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud. La desescalada –como el futuro– implica aprender a sobrevivir en la intemperie.
La coordinación, clave
Ninguna institución puede permitirse el lujo de ignorar las directrices de Naciones Unidas si pretende reaccionar y anticiparse a la jugada de forma ágil y responsable. Nos toca, cada uno a su nivel, auscultar todas las dimensiones que conlleva esta patología para que no nos pille el toro, tomar la iniciativa con generosidad y pensar más allá del Covid-19. Esta pandemia tiene que ser un escalón más, no un escollo, para avanzar hacia metas más altas y no dejar así a nadie atrás.
Gregorio Marañón afirmaba que el mejor invento para la medicina era la silla, porque permitía escuchar y explorar al paciente. Afortunadamente, tenemos datos de sobra para saber qué le duele a cada hombre y mujer, pero también la audacia para intuir qué nos dicen las enfermedades sobre cada pueblo y cultura, con lo bueno y con lo malo. Tanto los Objetivos de Desarrollo Sostenible como la pandemia del Covid-19 tienen en común que la única forma de salvar vidas es remando codo con codo. Por ese motivo, en nuestra capacidad de soñar el mañana está la posibilidad de salvar millones de vidas o, por el contrario, seguir alargando esta pesadilla que se lleva por delante a muchos de los nuestros.