Estas palabras las dijo la beata Catalina de María Rodríguez[1] cuando, después de siete años de dificultades, pudo realizar su deseo de fundar a las Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús, mi familia religiosa. Fue la coronación de su deseo de ayudar a los demás, al que ella llamó Sueño Dorado y en muchos momentos en que se transformó en pesadilla, no lo abandonó.
Eso pasó hace 150 años, ahora las cosas son diferentes. La sociedad actual está diseñada de tal modo que se pueden satisfacer ahora mismo todos los deseos, los propios más que los ajenos. Se ha generado una espiral de consumo en donde todos tenemos el derecho (¿o el deber?) de gozar y poseer en tiempo presente lo que deseamos y lo que nos hacen desear. Nuestro corazón se encuentra satisfecho cuando logramos tener determinado físico, pero dura poco, porque surge la necesidad de viajar por Ej. a Disney (lugar que equiparan al paraíso sin necesidad de morirse para gozarlo) y luego viene celebrar de manera lo más exótica posible un cumpleaños, una boda, una graduación…
Alimentan esta espiral pequeñas manifestaciones como lucir (más que usar) ropas de marca que nos uniforman con colores o estilos, leer novelas rosas que adormecen neuronas, tomar determinados vinos, comer creaciones de cocineros de moda que llaman vegetales mixturados con producto de ave a ¡una simple tortilla de verduras! A este nivel llega la necesidad de novedad que cambiamos el nombre de los alimentos.
“Nuestra vida pasa a modo de vallas que vamos saltando”
La publicidad es una parte muy entretenida de esta realidad que a veces me hace dudar de mi capacidad de entendimiento; me cuesta saber que lo que se ofrece es un auto cuando veo una mujer de 20 años con casi nada de ropa o entender que para ofrecer un viaje hay una fotografía de una boca sonriente. Lo más simpático de esto es que nos generan el sueño dorado de poseer lo que anuncian y si no lo tenemos no somos seres humanos completos, como si nos faltara una mano, mejor dicho nos falta el corazón satisfecho.
Así nuestra vida pasa a modo de vallas que vamos saltando y nunca nos detenemos a gozar de lo logrado, de lo vivido. Trabajamos, corremos para ganar el dinero para tener todo ahora y de este modo disfrutar mientras, seguimos trabajando y corriendo para seguir consumiendo lo que nos dicen que necesitamos para tener el corazón satisfecho. Y también en tiempo real, publicar las mejores fotos en las redes sociales para transformar nuestra vida en un (paradójico) Reality hedonista.
En el fondo de todo esto creo que hay una falta de libertad. Libertad para saber decir sí o no a lo que me ayuda y ayuda a los demás a ser mejores personas. El sentir que sólo comiendo, viajando, usando ropa (donando la pasada de moda a una entidad benéfica) es una visión demasiado reducida de las propias posibilidades; es un egoísmo disfrazado de “darse un gusto”, es encerrarse en el propio confort, es la práctica de la religión del consumo en donde, no sólo crucificamos al prójimo que no tiene estas oportunidades, crucificamos nuestro ser de personas que nos dice que, un corazón está satisfecho cuando se encuentra con sus deseos más profundos, no con el probar todo.
El verdadero corazón satisfecho
La vida no es una carrera de obstáculos. Es más bien un camino con subidas y bajadas en donde andamos con otros ayudándonos, mirándonos, animándonos. Catalina de María podría haber tenido un pasar acomodado. Pertenecía a una familia destacada, su esposo al fallecer le dejó bienes, su nombre era reconocido en la sociedad…pero su corazón no estaba satisfecho. Al caminar por las calles de su ciudad, la falta de dignidad de las mujeres y la falta de fe de muchos la movieron de tal modo, que salió de ese metro cuadrado de confort e involucró su propia vida en ese sueño de crear un mundo mejor. A ese camino lo hizo con otros y para otros.
Creo que por aquí parte la receta del corazón satisfecho. No se trata tanto de comprar sino de tener siempre claro el por qué y el para quién de lo que hacemos. Preguntarnos cuál es nuestro Sueño Dorado, aquel que cambia las pesadillas de los otros en una vida digna, aquel que, aunque tengamos dificultades satisface siempre nuestros corazones. Ese que se cumple aún en medio de estrecheces. Ése que da libertad.