“Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo” (Mateo 2: 14-15) ¿Podrá existir un rey tan torpe que, en sus sueños de emperador, pretenda prohibir que los vientos que llegan del extranjero entren a sus dominios o exigir a las aves migratorias que le pidan permiso antes de entrar a sus cielos?
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Dios es el verdadero dueño de todo cuanto creó y dispuso que los vientos se muevan sin restricciones y que hasta las aves tengan derecho a buscar su sustento donde puedan, porque hasta las aves tienen derecho a la vida. ¡Cuánto más lo tienen los seres humanos!
Es bueno recordar, en momentos como el que nos ha tocado vivir, que Jesús también fue un emigrante y que José y María se lo llevaron a Egipto, donde permaneció hasta que en su tierra se produjeron las condiciones para sobrevivir. Es útil reflexionar también que fue el propio Dios quien así lo dispuso.
Hay en nuestra presente civilización una tendencia de “magnates” aliados a gobiernos militarizados que pretenden criminalizar y perseguir a los más pobres para quedarse con todo y negar el derecho a buscar el sustento a la mayor parte de la humanidad. Esos dueños del gran capital y las grandes armas quieren reclamar para sí mismos el derecho irrestricto a recorrer el mundo saqueando, mientras niegan el derecho a los pobres del mundo. Quieren levantar, o más bien, reconstruir imperios que ya debieron haber pasado a los libros de historia.
Defender la vida de los más pobres
Los muros fronterizos para tratar de evitar la entrada de nómadas son tan viejos como la antigua Sumeria y nunca han servido para otra cosa que no sea dejar en ridículo a sus constructores. Podríamos citar de nuevo la Biblia y repetir que eso ha sido así porque “en vano se afanan los albañiles si el Señor no construye la casa y en vano vigila el centinela si el Señor no guarda la ciudad”.
Creen que su crimen se resuelve “invocando el nombre de Dios en vano” y persiguen, adentro y afuera acciones y comportamientos privados a pesar de ser ellos mismos transgresores. Se llenan de tanta soberbia que hasta pretenden amenazar a quienes les reclaman que tengan misericordia.
Herodes trató se usar a los magos que habían llegado de oriente buscando a Jesús para adorarle como sus agentes para descubrir dónde estaba el niño y así poder matarlo. Pero los magos fueron alertados de lo que tramaba el rey y regresaron a su tierra por otro camino. De ese relato evangélico también podemos aprender mucho para nuestros días.
Los bienes que equivocadamente podemos creer que son nuestra propiedad, son en realidad el producto colectivo dispuesto por Dios y, de ellos, no nos llevaremos nada al final de la vida. Lo que sí podemos atesorar es la gracia del amor, la gracia de haber dado de comer, de haber roto las cadenas de la opresión… porque lo que hagamos por los más pobres y necesitados, por Jesucristo mismo lo habremos hecho.
Nuestro llamado a cada pueblo y nación es a que vivamos tan enamorados de Dios y de la dignidad humana que podamos defender a toda costa la vida de los más pobres.