Los militares y capellanes castrenses, entregados a las tareas de cada día, no hacen mucho ruido ni buscan protagonismo. Unos y otros viven los valores propios de su profesión según los principios constitucionales (art.8). Dispuestos a entregar su vida, si fuera preciso, por la libertad, por la seguridad y por la paz de España. No les mueven satisfacciones económicas o un plus de peligrosidad. Al soldado solo le motiva la vocación de ser centinela de la paz y, al pater, el oficio de acompañarle y apoyarle en el camino de la milicia, como se da en todos los países democráticos.
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Es verdad que la opinión pública española tiene en alta valoración la labor de los militares, guardias civiles y policías, así como también el trabajo de los capellanes, tal como se demuestra a lo largo de la historia y en la actualidad. Sin embargo, no faltan los prejuicios antimilitaristas y anticlericales. La mayoría de las veces, por el gran desconocimiento del mundo castrense y de las implicaciones del hecho religioso en la milicia. Otros son derivados de un concepto de paz mal entendido, que ignora la existencia del mal y la ambición humana que destruye a las personas y a los pueblos. Por lo tanto, para salvaguardar el orden, la libertad, la justicia y la paz de una nación se hace necesario la existencia de unas Fuerzas Armadas y Cuerpos de Seguridad del Estado que, a la vez, respeten el fuero interno de la sociedad, la libertad religiosa y el Derecho Internacional Humanitario.
Ante el coronavirus
Teniendo presente lo anteriormente dicho, hemos de afirmar que, desde el primer momento de la aparición de la crisis del coronavirus, la sociedad española se movilizó mostrando un alto grado de responsabilidad y solidaridad. De ahí, nuestro reconocimiento y agradecimiento a todos los colectivos, especialmente a los médicos, sanitarios y demás trabajadores de otros sectores sociales, que están haciendo posible que, poco a poco, vayamos saliendo de esta pandemia horrible.
La Operación Balmis se puso en marcha con la única finalidad de salvar vidas y defender nuestros derechos y libertades. Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y, por supuesto, las Fuerzas Armadas Españolas han escrito una página heroica en la historia de nuestro país, porque, desde que fueron requeridos, se olvidaron de sí y de sus familiares y se entregaron por entero a luchar contra el enemigo invisible del Covid-19; se pusieron en primera línea para salvar la vida de los otros, poniendo en riesgo su vida y su salud, sin pensar en colores políticos o de credos.
Batallas invisibles
Lo propio de las Fuerzas Armadas no son las armas, sino la organización y la disciplina para cumplir la misión que se les encarga; en este caso, luchar en una clase de guerra jamás pensada y que nos afecta a todos españoles y a la humanidad entera. Las batallas se libran en cada casa, en cada residencia, en cada hospital. No llevan fusiles, pero ellos saben que el frente bélico es muy amplio y cruel. Lo único importante es estar al lado de los españoles cuyas vidas corrían peligro. Todas las actuaciones se han llevado con orden e inteligencia en los diversos lugares y ámbitos por todos conocidos.
En estos tiempos calamitosos, no le ha faltado a nuestros militares la asistencia pastoral y espiritual del clero castrense, que ha permanecido en sus destinos, sirviendo de muchas maneras y ayudando a través de Cáritas Castrense y de otras instituciones sociales de nuestra jurisdicción. En definitiva, llevando a cabo lo que nos pide el papa Francisco: “Una presencia consoladora y fraterna, derramando sobre las heridas de los militares el bálsamo de la Palabra de Dios, que alivia los dolores e infunde esperanza; y ofreciendo la gracia de la Eucaristía y de la Reconciliación, que alimenta y regenera el alma afligida. (…) Los capellanes deben orar. Sin oración, no podemos hacer todo lo que la humanidad, la Iglesia y Dios nos piden en este momento histórico” (Vaticano, 26-10-2015).