El pasado 24 de octubre, el Papa Francisco, nos ofreció su más reciente carta encíclica dedicada al amor humano y divino del Corazón de Jesucristo. Dilexit Nos (Nos amó) busca en la Carta a los Romanos de San Pablo retomar el camino para ayudarnos a descubrir que del amor de Cristo nada «podrá separarnos» (Rm 8,39).
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En sus páginas, Francisco apela a la Sagrada Escritura, al Magisterio de la Iglesia, a la tradición católica y, muy especialmente, a la fe popular, para mostrarnos al corazón como núcleo y recinto de una interioridad que arde detrás de toda apariencia y de toda superficialidad que confunden. Lo hace, justamente, cuando el mundo se encuentra consagrado a las apariencias y a las superficialidades.
Pero no es la primera vez que la Iglesia nos brinda como alternativa mirar al Corazón de Jesús. Desde que, el papa Clemente XIII, instituyó su fiesta litúrgica para Polonia en 1765, el Sagrado Corazón de Jesús ha sido un lugar para el encuentro entre el hombre y el amor de Dios.
Un horizonte espléndido donde lo celestial y lo terrenal se funden para transformarse en camino de esperanza y voluntad, fuente de vida, de sentido y orientación. Ratificando esta devoción en 1856, cuando el beato Pío IX como papa, establece la fiesta del Sagrado Corazón alcanzando, ahora sí, dimensión universal.
De la gratitud y la oración
Las dos primeras cartas encíclicas dedicadas al Sagrado Corazón de Jesús nacen, precisamente, de corazones agradecidos. No son productos de ideas preconcebidas, sino de experiencias sentidas que se guardan en lo profundo del corazón. Annum Sacrum, escrita por el papa León XIII en 1899, consagra el género humano al Sagrado Corazón de Jesús.
En cierta medida, este documento es inspirado por su gratitud ante la curación de una enfermedad peligrosa. De ella, dos ideas me causaron gran impacto. La primera de ellas es la afirmación de que el reino de Cristo «también abraza a todos los hombres privados de la fe cristiana, de suerte que la universalidad del género humano está realmente sumisa al poder de Jesús». La segunda, la afirmación según la cual, Dios deja al hombre «a merced de sus malas inclinaciones, de suerte que abandonándose a sus pasiones se entreguen a una licencia excesiva.
De ahí esa abundancia de males que desde hace tiempo se ciernen sobre el mundo y que Nos obligan a pedir el socorro de Aquel que puede evitarlos».
Miserentissimus Redemptor, escrita por el papa Pío XI en 1928, se centra en la expiación que todos deben al Sagrado Corazón de Jesús, ya que, gracias al gesto amoroso de la Cruz, se provocó la salvación del linaje humano, además de que ese amor no se consume en ese gesto, sino que, además, nos consuela con una promesa: «Mirad que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).
Por ello, este documento viene acompañado con una oración expiatoria al Sagrado Corazón. Una oración para «expiar todo el cúmulo de tan deplorables crímenes, nos proponemos reparar cada uno de ellos», destacan particularmente los insultos lanzados contra tu Vicario, es decir el Papa, y el orden sacerdotal.
Las inconmensurables riquezas de Cristo
En 1939, Pío XII publica Summi Pontificatus, no solo con motivo de la celebración de los cuarenta años de la encíclica de León XIII, sino también, porque también cumplía cuarenta años de ordenado, por ello con «ardiente entusiasmo unimos nuestro corazón a los pensamientos y a las intenciones que animaban y guiaban aquel acto, llevado a cabo, no sin una especial providencia, por un Pontífice que con tan profunda agudeza conocía las necesidades y los males manifiestos y ocultos de su tiempo».
Tiempo muy duro, tiempo de guerra y holocausto, por ello comprendió que, en ese momento, no tenía otra necesidad más que «la de dar a conocer las inconmensurables riquezas de Cristo (Ef 3,8) a los hombres de nuestra época». Hombres oscurecidos por el poder y la ambición.
Diecisiete años después, nos entrega otra carta encíclica dedicada al Sagrado Corazón de Jesús, conmemorando el primer centenario de que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús se hiciera universal. Haurietis aquas, invita a beber agua con gozo en las fuentes del Salvador, invitación que desea reavivar la devoción al Corazón de Jesús poniendo de manifiesto que tal devoción es querida por la Iglesia y que correspondía también a los tiempos modernos, puesto que, el amor de Cristo, más que modernizar, enriquece los tiempos. Paz y Bien, a mayor gloria de Dios.
Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor del Colegio Mater Salvatoris. Maracaibo, Venezuela