Algo tan sencillo y tan cotidiano como el mirar se puede convertir en un aprendizaje profundo y sumamente necesario en nuestro diario vivir. La espiritualidad del Carmelo acentúa de manera especial el tema de la mirada. Tanto Teresa de Jesús como Juan de la Cruz nos advierten acerca de la importancia del mirar, mirarnos, mirarle, sabernos mirados por Dios y por el otro.
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Teresa de Jesús, en una de sus cuantiosas maneras de expresar lo que es oración, dice: “No os pido ahora que penséis en Él ni que saquéis muchos conceptos ni que hagáis grandes y delicadas consideraciones con vuestro entendimiento; no os pido más de que le miréis”; “mira que te mira”, “mirar al crucificado y se os hará todo poco”. NOTA: No reduce la oración al habla, sino que nos hace ver que también la mirada toma un punto central en el trato de amistad con Dios.
De acuerdo a las diferentes culturas o jerarquías se nos enseña a mirar de una u otra manera. Al Dios del antiguo Testamento no era posible mirarlo. Él podía verlo todo, el hombre no podía más que bajar los ojos ante su presencia. Cuando dos personas se miran mutuamente, se sienten expuestas a que el otro conozca sus emociones, su estado de ánimo, se permiten de alguna manera ser vulnerables ante su interlocutor.
La mirada no es vacía sino expresiva. Por ello, muchas veces volteamos la mirada, o no somos capaces de mirar al otro cuando nos sentimos avergonzados, cuando vivimos una situación de mentira, enojo, incomodidad o falta de sinceridad.
Mirados amorosamente por Dios
Hoy día, resueno mucho con Santa Teresa de Jesús y con la Teología del Cuerpo, hay que mirar hacia dentro, hay que atreverse a mirarnos, atreverse a ponernos frente a frente. Y que esta mirada tenga una perspectiva especial: LA AMABILIDAD.
El punto de partida para mirar al otro con amabilidad, es sabernos mirados, primeramente por Dios. Juan de la Cruz dice que el mirar de Dios es amar. El mirar de Dios es ya un amar, es regalarse y dejar algo en nosotros, regalarse en nosotros.
Cuando Dios nos mira, nos ama. Cuando Dios nos ama, algo pasa en nosotros. En ocasiones nos cuesta soportar la mirada de Dios, no porque sea dura, recia, inquisidora, al contrario, sino porque es demasiado amor, es difícil comprender por qué me ama a mí, siendo de la condición que soy, teniendo tal o cual defecto, siendo tan pequeño y Él tan grande (Camino de la humildad); Él que se abaja a mirar esta pequeña flor de su jardín diría Teresa de Lisieux.
Ojo: Nuestra mirada puede estar cargada de juicios, de historia, llena de las experiencias de vida que hemos tenido, positivas y negativas, dulces y tristes. Nos miramos así, llenos de colores, de matices, de enfoques y también tenemos la capacidad de mirarnos con amor.
Llevar a la oración cómo nos mira
Mirarnos en soledad, unidad, desnudez originaria y DESDE EL CORAZÓN significa que: Dios nos invita a purificar nuestra mirada, a mirarnos de otra manera. Me gusta usar el ejemplo de que Dios nos presta sus “lentes”, la lente de la vida teologal: fe, esperanza y amor. Cuando miramos la realidad con los lentes teologales, nuestra experiencia de vida cambia, se transforma, no puede quedar igual… nos reconocemos DON.
Los “lentes teologales”, nos permiten una mirada completa a nosotros mismos y también mirar al otro íntegramente de modo progresivo. Ya no nos vemos parcialmente, ya no vemos solo la careta, la faceta que nos gusta de nosotros o del otro, o la que nos disgusta, la que brinca a nuestra vista casi de modo automático, sino que alcanzamos a vernos “completitos”. Esta mirada nos abre posibilidades, nos abre nuevos caminos esperanzadores, nuevos caminos por los cuales dejarnos amar y posibilitarnos al amar intensamente.
La mirada teologal no quita nuestros errores, es decir, la mirada teologal no es solamente blanco o negro, no es dualista. La mirada teologal es incluyente, es decir, yo no sólo soy blanco, también soy negro; no sólo soy enojón, también soy alegre, etc. La mirada teologal permite incluir todo, permite tener una mirada panorámica, y no parcial y reductiva de la otra persona. Esta concepción incluyente, viene de la tradición hebrea. Hoy en día se busca tener esta mirada abierta al diálogo, abierta al encuentro de lo diferente, abierta a salir de las viejas categorías de malo o bueno, que enjuician, encasillan y aprisionan a las personas.
Mirarnos como “Yo-Tú” y no como “eso-ello”
Edith Stein, nos presenta de modo muy sencillo un esquema que nos puede ayudar a iluminar este tema de la mirada. Élla dice que podemos relacionarnos de dos maneras: Yo-Tú o Yo-ello.
Lo que he logrado entender de este esquema es que en nuestra vida diaria etiquetamos, reducimos, encerramos, limitamos al otro (Yo-ello). Cuando me relaciono con el otro quedándome solamente con mis esquemas, cierro las posibilidades de que me sorprenda, cierro las posibilidades de verlo con otros ojos, para mí el otro se ha quedado en una “dea”, en una “imagen mental que no siempre corresponde a la realidad, y mucho menos al plano de libertad, de cambio, de esperanza, de fe, de la otra persona. Nuestros juicios, como decía anteriormente, encierran a los otros, o más bien, nosotros nos encerramos en nuestros juicios, le cerramos la puerta a muchas posibilidades de vida, a muestras distintas de vivir, de amar.
Esto también entra en el plano de relación con Dios. Mis imágenes, mis ideas de Dios, no me dejan ver la novedad de Dios, la novedad del Espíritu que está impulsando nuevos modos de vida, nuevos modos de amarme, nuevos modos de acogerme.
Mirarnos más allá de nuestras limitaciones
No cabe duda de que Dios nos da la gracia de mirar diferente, de ponernos sus lentes, y que éstos no son sólo para unos pocos, están siempre disponibles para todos. Dios siempre está con nosotros, nos capacita para la oración, para la vida teologal.
La fe, la esperanza y el amor son regalos que Dios nos ha dado para que vivamos en plenitud, está en nosotros su gracia para tener esta mirada, mirada que vemos plenamente en Jesús, mirada que abre posibilidades (Yo-Tú), que no encierra al otro, al contrario, nos invita a mirarlo libre, libre para amar, libre para dejarse transformar por el amor y vernos de esa misma manera, posibilitados para una vida en plenitud de la mano de Jesús.
Por tanto, mirarnos como Dios nos mira, es una invitación abierta a mirar con amabilidad, es decir, ver en el otro y en nosotros mismos la capacidad de ser amados y habilitados para amar. Dice Santa Teresa de Jesús que no todos somos hábiles para el discurrir o el meditar, pero todos somos hábiles para amar. La mirada teologal, en desnudez originaria, transforma, provoca, mueve, suscita caminos de encuentro, de amistad, de paz, justicia y dignidad. Mirar al otro como un Tú, me permite mirarme como un Yo; sí distintos, pero en condiciones de personas libres y posibilitadas para la transformación personal y comunitaria, poder hacer un nosotros.
Aprendamos a gozar de la presencia del otro que es novedad, que es apertura, que es libertad, gocémonos de la delicia del encuentro amistoso.