Partiendo del convencimiento que todos tenemos hoy: que el carisma que se nos legó un día es patrimonio de la Iglesia, y que, por tanto, a quienes durante años lo habíamos hecho fructificar, hoy, en la encrucijada histórica que vivimos, se nos da la gracia de compartirlo con otros creyentes e incluso aprender de ellos aspectos que incorporan al carisma dosis de novedad, podría definir este liderazgo en dos palabras: corresponsable y humanizador.
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Corresponsable, porque el liderazgo desde la misión entiendo que no recae solo en los superiores mayores, ni siquiera en los equipos de gobierno; es un liderazgo compartido y no basta que sea asumido por algunas personas, sino que debe ser transmitido en cascada a todas las personas ligadas de una u otra manera a la congregación. Y todos, desde el lugar que ocupemos en la organización, deberíamos ser transmisores de los valores carismáticos de la institución.
Es un reto nada fácil, pero considero que no deberíamos de parar hasta que todos y cada uno fuéramos verdaderos líderes, encausados en los valores fundacionales al servicio de una misión común. Esta certeza del mutuo apoyo es la que motivará la responsabilidad común, la decisión de trabajar como familia carismática.
Corresponsable y humanizador
Humanizador, que tiene que ver con la coherencia de vida y la manera de actuar, sostenida en los valores propios de cada familia congregacional. Tiene que ver también con la reflexión para tomar decisiones sostenibles y beneficiosas para la persona misma y para la familia congregacional que representa. Tiene que ver con la cultura del cuidado, que tanto nos habla el papa Francisco, basada en relaciones de fraternidad, y transidas de amabilidad, de cercanía, de comunión, de miradas de calidez, de sueños compartidos…
Creo en este liderazgo corresponsable y humanizador, donde se dan cita la diversidad y la complementariedad para transitar, con decisión, un camino en misión compartida.
*Superiora general de las Franciscanas Hijas de la Misericordia