Hay una realidad constante y una cortina de humo intermitente.
La realidad que nos duele y no podemos negar es que en nuestra querida tierra desaparecen los niños y particularmente las niñas. Es constante anoticiarse de que se las vio por última vez y Nunca más se supo de ellas. Este nunca más que, dolorosamente, nos remite a otros desaparecidos.
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Suele producirse una naturalización tal que se traducen en frías estadísticas, números alejados del sentir de su familia, de su gente, de los que deseamos que regresen a casa.
La cortina de humo es intermitente y aparece, cuando con algún caso aislado de desaparición, se busca ocultar algo que no conviene se sepa. Situaciones generalmente relacionadas con fracasos o malas gestiones del poder. Es ahí cuando en todos los medios se ve la misma noticia, con enfoques hasta obscenos, en referencia a la niña o el niño que desapareció.
Una realidad que duele es usada para distraer la atención de otra que también duele, pero que por alguna razón “políticamente incorrecta”, no conviene que se trate.
Los invito a acompañarme en esta reflexión. Los niños son noticia cuando desaparecen físicamente, cuando a través de testimonios y registros se comprueba efectivamente que no es posible encontrarlo.
Hijos de la calle
Pensemos en los niños que andan vendiendo por las calles, en los semáforos, pidiendo en las casa de comida y tantos más “hijos de la calle”, condenados a hacer de ella su casa. Esta situación no es su responsabilidad, no eligieron nacer donde nacieron (del mismo modo que nosotros tampoco elegimos). Esos niños cuyos rostros se nos vienen a la mente, son niños desaparecidos.
Están desaparecidos de las comidas compartidas en familia porque, con suerte comen en un comedor comunitario. Desaparecidos de la escuela, de un control pediátrico. Quizás en Navidad tengan un regalo pero falta ese cariño particular de quien lo entrega, desaparecidos de un paseo bonito, del perfume a jabón y a champú, del sabor que deja la pasta de dientes. Definitivamente desaparecidos de la vida de niños, de seres humanos.
¿Quién busca a estos niños? ¿Quién les devuelve la infancia robada? ¿Quién los visibiliza gratuitamente, sin votos ni fotos de ocasión? ¿Quién los saca de las manos de sus secuestradores? ¿Quiénes son sus secuestradores? Me animaría a decir que somos nosotros, los adultos que tuvimos la suerte de poder mirarlos desde otra realidad. Con nuestro pecado de pensamiento, palabra, obra u omisión nos convertimos en secuestradores silenciosos y cómplices.
No basta con dar lo que sobra o para las campañas de Cáritas, nuestra actitud debe ser un pasarlos constantemente por el corazón y, dejando de lado los estilos sensibleros, preguntarnos una y otra vez ¿qué debo hacer para que aparezcas?
No son uno, dos o tres que aparecen como cortina de humo, son miles.
Que no nos “missing” de esta responsabilidad humana.