Tengo una formación católica, con una historia similar a la de muchas otras. En este camino ha habido figuras importantes como mi madre, que como catequista me hizo respirar un cristianismo reflexivo; una profesora de religión en la escuela secundaria; o un sacerdote que acababa de regresar de Argentina, que me dejó entrever el punto de vista del sur del mundo…
- ESPECIAL: Celebra y reivindica el Día Internacional de la Mujer en Vida Nueva
- Descargar suplemento Donne Chiesa Mondo completo (PDF)
- PODCAST: La paz se desangra en Ucrania
- ¿Quieres recibir gratis por WhatsApp las mejores noticias de Vida Nueva? Pincha aquí
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Más tarde, quizá porque siempre he reflexionado sobre el sentido de los vínculos y la calidad de las experiencias, me alejé por un tiempo de la vida eclesial como de la fe y durante los años de secundaria opté por apartarme de la religión católica. El despertar como creyente se dio con madurez afectiva. Digo con cautela porque al releer el pasado siempre se añade algo más.
Mi narración proviene de la familiaridad con los textos de Simone Weil, en los que aprendemos que hay dos experiencias para encontrar a Dios, el sufrimiento y la alegría. Aunque es más fácil acercarse a lo sagrado a través de las heridas. En mi caso fue la felicidad. Es una palabra fuerte, la utilizo para mostrar un exceso emocional que, en la afortunada relación con Alberto, no podía venir solo de lo humano. Terminé mis estudios filosóficos y enseguida me casé. En poco tiempo llegaron los tres niños, Matteo, Anna y Chiara.
Preguntas y esperanza
En mi historia se entrelazan el camino filosófico y el teológico. Tras graduarme en Filosofía, me inscribí en el Instituto de Ciencias Religiosas con cierto temor y escepticismo, pero en mi primera lección de teología fundamental me enamoré inmediatamente de un tema lleno de preguntas y esperanza al que hay que dar razones. El primer año me apasionó tanto que decidí pasar al Estudio Teológico, con los seminaristas. Bachillerato, licencia, doctorado en Filosofía y después en Teología.
En mi camino filosófico en la Universidad de Verona, me encontré con la comunidad femenina Diotima, nacida en 1983 “sobre la apuesta de ser mujer y pensar filosóficamente”. Al principio me desconcertaba esta forma de pensar y de hablar: el estilo de una filosofía que no se esconde en los libros de los demás y es una forma de altruismo inesperada en la que temo perderme.
Me alejé unos años para volver después con una fuerza que me venía de otra parte, del mundo teológico. En este nuevo posicionamiento redescubrí el poder de lo que en Diotima se llama “política de lo simbólico”: una forma creativa de leer la realidad, crítica con los elementos negativos y libre para acoger lo bueno que sucede cuando no se tiene miedo a las diferencias.
Fuerza de atracción
Tuve la suerte de conocer a Cristina Simonelli como maestra. En sus lecciones capté una nueva forma de plantear cuestiones teológicas y sentí una teología acogedora, no solo hacia la diferencia sexual sino hacia todas las demás diferencias. Ella es una de las fundadoras de la Coordinadora de Teólogas italianas, fue quien me invitó a uno de los seminarios anuales y a esa red de relaciones entre teólogas, y fue quien me acompañó en la búsqueda de “mi voz” sin imponer la suya.
Es esta misma acogida se respira en la CTI, una Coordinadora que no solo quiere ser ecuménica, sino que se sostiene entre mujeres de diferentes campos teológicos y con interpretaciones heterogéneas. Por eso somos una Coordinadora, es decir, una realidad que surge como fuerza de atracción, que es catalizadora de los pensamientos, palabras y posturas de mujeres comprometidas con una teología capaz de acoger y potenciar las diferencias, criticando cualquier lectura injusta. Esta pluralidad es una riqueza, no el signo de una falta de rigor.
En el estatuto se habla de una “Teología de género”. Esta especificación indica nuestra sensibilidad común hacia las interpretaciones de lo “masculino” y lo “femenino” en las narrativas y contextos cristianos. Es una mirada crítica a los estereotipos explícitos y a las resistencias patriarcales inconscientes que distorsionan silenciosamente el discurso cristiano.
Es un trabajo que libera a las mujeres y que da fruto también para los hombres. Por eso, algunos hombres forman parte de la Coordinadora o la apoyan.
El feminismo, una revolución de vidas despiertas
La feminista es una revolución particular porque no tiene que contar los muertos sino las vidas despiertas. Es la vida de mujeres liberadas de culturas que las inhiben, de formas educativas que las controlan, de tradiciones que no las recuerdan o, peor aún, hacen feas caricaturas de ellas.
En esta revolución aprendemos otra forma de hacer memoria, porque la cultura tradicional sobre lo masculino ya no se considera ni obvia ni necesaria y vamos en busca de la experiencia real de las mujeres, de su deseo tácito, de sus narrativas marginadas y de sus papeles reales en la historia. Este descubrimiento es un aterrizaje en un nuevo continente: el diseño cambia y es necesario rehacer los mapas para que haya lugar para todos y todas.
El adjetivo “feminista” en este sentido indica una promesa también para los hombres que finalmente pueden liberarse de un malentendido imaginario viril que les obliga a negar su experiencia real, que también es emocional y frágil. No en vano, también hay hombres en el CTI.
La mala fama
Feminismo y feminista son términos que en nuestros contextos suelen evocar una reivindicación. Porque hasta los feminismos sufren de mala fama. En realidad, no se trata de que se nos devuelva algo, sino de abrir caminos por los que puedan pasar los remordimientos, es decir, redescubrir aquellas experiencias femeninas que los sistemas patriarcales han silenciado, marginado y desautorizado.
Evidentemente no todas las teologías de mujeres, -por lo tanto, femeninas-, son feministas y no todas las mujeres tienen el deseo de exponerse en este campo de investigación, que se nutre del desenterrar, de la crítica y de la creatividad rebelde. Para las teólogas de la Coordinadora, “feminista” es un adjetivo importante, aunque incómodo porque en esta palabra hay memorias y epistemologías precisas que es mejor explicar que no eliminar por miedo a ser mal entendidas.
Colgar etiquetas
¿Las teologías tienen género? Al intentar responder es necesario evitar tanto vaciar la pregunta afirmando que las teologías son neutras, como llenarla de contenidos erróneos, tal vez en la creencia de que las mujeres vienen de Venus, el planeta del amor, y los hombres de Marte, el planeta de la guerra. En mi opinión, las teologías son sexuadas porque nuestro cuerpo siempre deja huellas en nuestros pensamientos, en nuestras palabras y en nuestras acciones. Siempre debemos prestar atención a su singularidad y a la relación entre las diferencias.
Con demasiada frecuencia, tendemos a colocar las teologías de las mujeres bajo una sola etiqueta, como si fueran todas iguales y, por lo tanto, superponibles entre sí, mientras que en cambio prestamos mucha más atención a registrar las diferencias interpretativas o los rasgos singulares en los sistemas de pensamiento masculino. Dicho esto, me parece que puedo vislumbrar cierta insistencia en la investigación teológica de las mujeres, como si estas siguieran ciertos patrones particulares de experiencia.
No se puede generalizar y es solo mi impresión, pero me parece vislumbrar que muchas de estas teologías tienden a estar más atentas a lo que nace más que a lo que muere, se presentan plagadas de interrogantes sobre la corporeidad y fisonomía de relaciones, intentan huir de los binomios con los que se estructura la cultura patriarcal, como son los de fe/razón, cuidado/justicia, afectos/conceptos, privado/público, íntimo/político, sujeto/objeto, alma/cuerpo…
Me parece que se puede percibir alguna diferencia entre las Teologías masculinas y femeninas, pero no es definible ni determinable a priori, porque es móvil, contingente y en evolución, como los sujetos que la padecen y que la simbolizan.
El deber de las teólogas hoy
En momentos de crisis solemos escuchar a las mujeres, como si de ellas pudiera salir esa inspiración alternativa que nos permita interrumpir los procesos de agotamiento de la Historia. Este es el caso, por ejemplo, en las Iglesias que buscan una verdadera sinodalidad. Es una oportunidad de encuentro auténtico que no debe desaprovecharse.
El eco de las voces femeninas no debe resonar solo cuando hay necesidad de reparar un tejido deshilachado para luego disolverse en el silencio cuando el poder se recompone. Hay necesidad de polifonía, sin miedo a las disonancias. Se descubrirá, como decía María Zambrano, que el canto quien ha ganado no se resigna tan fácilmente. La tarea de las teólogas se cifra en narrar de forma eficaz ese canto que se sale de los esquemas.
La tarea de las teólogas se expresa así de muchas maneras diferentes y se desarrolla en múltiples corrientes de la historia, incluso puede ayudar donde la escucha del dolor del mundo marginado se une a los dinamismos pascuales posibles.
¿Qué Dios buscan las mujeres?
La filósofa Luisa Muraro ha escrito un libro que debería ser releído continuamente, El Dios de las mujeres. Retomo uno de los pasajes más citados:
“Un día se abrió la puerta a unas vacaciones interminables. Ocurrió cuando, leyendo el libro de Margherita Porete El espejo de las almas simples y otros textos de eso que llaman mística femenina, comencé a escuchar las palabras de una conversación inédita, entre dos que, en aras de la brevedad, llamaremos a una mujer y Dios. Una de estas personas era seguro una mujer. No sé si la otra era Dios, pero seguro que no estaba sola. Había otra persona cuya voz no me llegaba pero que yo sentía porque hacía una interrupción en sus palabras, semejante al gesto de quien bebe lentamente de una taza”.
El trabajo de la Coordinadora se sitúa en este campo del pensamiento y de la vida, aunque se caracteriza por un deseo diferente: trata de buscar y profundizar en la libertad evangélica atravesando la Tradición y las tradiciones cristianas, sin evitarlas. Es, por tanto, un trabajo que se enfrenta continuamente con las mediaciones y narraciones de la historia eclesial que sigue siendo un tejido teológicamente lleno de promesas.
¿Qué comunidad queremos?
Las teologías feministas hablan en la Iglesia y a la Iglesia. Arraigadas en la promesa de la libertad evangélica, miden y abordan el desfase entre la proximidad practicada por Jesucristo y la injusticia de los lazos lastrados por el poder, del que las mujeres lamentablemente tienen una vasta experiencia. En nombre de su bautismo, las mujeres imaginan y tratan de generar una Iglesia que no se esconda en un lenguaje neutro y falsamente universal, que no describa a Dios de manera patriarcal y que no sacralice lo masculino en detrimento de lo femenino.
En definitiva, una Iglesia que tenga el coraje de escuchar y sacar a la luz las historias más duras, (como las que hablan de abusos y violencias) que se alimente de una tradición viva, que comparta decisiones, que perdure y apoye la parresía de sus miembros, que no tenga miedo a abrir conflictos en la búsqueda de una paz más profunda, que no utilice categorías románticas para encubrir el clericalismo; una Iglesia que se atreva a probar nuevos caminos, que no tema perder el poder, que no se enrede en obsesiones y malas formas de comunicación, que aprenda buenas prácticas y que redescubra también la fuerza política del mensaje evangélico.
Este sueño requiere necesariamente un trabajo teológico sobre el poder y la forma de la ministerialidad. En el mes de mayo, la CTI organizará un seminario sobre la autoridad de las teologías de las mujeres de las que nacen posturas, pensamientos, transformaciones y prácticas concretas. El evento se sitúa en el marco del debate sobre temas como el liderazgo o la ordenación, sin excluir estas cuestiones. Sin embargo, estoy convencida de que es necesario aplicar al debate la máxima de más autoridad y menos poder. Por este camino, creo que debe, y puede, pasar una reforma de la Iglesia.
Tras sus pasos
Dice que tiene dos almas en una: la filosófica y otra teológica, sin solución de continuidad. De Verona, nacida en 1972, está casada y es madre de tres hijos. Desde 2021 es la tercera presidenta, después de Marinella Perroni y Cristina Simonelli, de la Coordinadora de Teólogas Italianas (CTI), nacida para apoyar a las mujeres dedicadas a la investigación teológica y promover los estudios de género en la Teología. Hoy cuenta con más de 160 miembros y asociados, publica tres series de libros (Sui generis, con Effatà; Teologhe e theologie, con Nerbini; y Exousia con San Paolo) y un blog (Il regno delle donne, en colaboración con Il Regno). Es parte activa de la Coordinadora de Asociaciones Teológicas Italianas, la CATI. El próximo seminario de la CTI será en Roma el 7 de mayo y tendrá como tema la autoridad de la teología de las mujeres que en Italia pudieron asistir a las facultades de teología a partir de 1965. Desde entonces han proporcionado a estas instituciones una presencia creciente y una voz plural y atenta.
*Artículo original publicado en el número de febrero de 2022 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva