Las joyas constituyen un elemento cultural muy importante. En el mundo antiguo, como en la actualidad, las joyas se utilizaban para mostrar la propia identidad, el poder adquisitivo y el estatus social con un sentido simbólico y poder evocador. En las páginas de la Biblia encontramos múltiples alusiones a las joyas. Se mencionan piedras preciosas como el ágata, el zafiro y el diamante (Job 28,16; Ez 28,13), así como metales altamente estimados como el oro y la plata, siendo el primero el más apreciado de todos, de manera especial el oro de Ofir (1Re 9,28; 22,49; Job 22,24). Las joyas están ligadas a varones y a mujeres, así como al Templo de Jerusalén.
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La Biblia describe con detalle la opulencia y el esplendor del reinado de Salomón destacando precisamente los contactos y tratos comerciales del monarca para conseguir oro (1Re 10,11), que fue utilizado para la construcción del Templo de Jerusalén: “Revistió de oro también la Casa, absolutamente toda la casa” (1Re 6,22). Recordando los metales y piedras preciosas poseídas por Salomón, la Biblia expresa la importancia del rey. De otros monarcas también se señalan sus valiosas y adornadas coronas como símbolo del poder que ostentan (2Sam 12,30). Así, la grandeza de los reyes de Israel es un modo de afirmar la grandeza de todo el pueblo, y es señal, además, de gozar de la elección y predilección divinas.
Por su parte, la literatura sapiencial presenta el oro como metáfora de la sabiduría (Prov 25,11), aunque también indica que esta sabiduría es preferible al oro y a las piedras preciosas (Prov 3,13-14; 16,16). Esta última enseñanza de la tradición sapiencial nos abre a otra visión bíblica sobre las joyas, ya que no presentan una imagen tan positiva. Así, los profetas asocian las joyas y el trabajo del orfebre con la idolatría (Jr 10,9-10; Is 2,6-8; 40,18-25; ver también el pasaje del becerro de oro, en Ex 32, hecho precisamente con las joyas de Israel) y distinguen las “coronas de arrogancia” de la “corona de gala” que es el propio Yahvé para su pueblo (Is 28,1-6). Este variado sentido lo entramos en los textos sobre las mujeres.
En Sal 45(44) el rey de Israel, el ungido por Yahvé, está acompañado por la reina adornada por oro de Ofir y su hija viste vestidos de oro y brocados. En Is 62,1-5 Jerusalén es descrita metafóricamente como una mujer con la que Yahvé ha querido desposarse y que se convierte en una preciosa corona: “Serás corona de adorno en la mano de Yahvé, y tiara real en la palma de tu Dios”. El Cantar de los Cantares compara el cuerpo de la mujer con ornamentos preciosos. En sus páginas el amado dirige a su amada palabras como las siguientes: “Graciosas son tus mejillas entre los zarcillos y tu cuello entre los collares. Zarcillos de oro haremos para ti, con cuentas de plata” (1,10-11).
Un pasaje elocuente sobre el tema que nos ocupa es Gn 24. En él Abraham ordena a uno de sus siervos dirigirse a su tierra, a Aram Naharáyim, con el fin de buscar una esposa para su hijo Isaac. Cuando llega al lugar se aposenta junto a un pozo con el fin de encontrar allí a la mujer elegida por Yahvé. Aparece Rebeca y, sabiendo el siervo de Abraham que era ella a quien esperaba, le regala valiosas joyas que forman parte del acuerdo matrimonial: “Tomó el hombre un anillo de oro de medio siclo de peso, que colocó en la nariz de la joven, y un par de brazaletes de diez siclo de oro en sus brazos” (Gn 24,22).
La mención que hace la historia de las joyas es digna de reseñar, ya que es un elemento ausente en la escena de desposorio que después protagonizarán Jacob y Raquel. Indirectamente apunta a la importancia que el relato bíblico otorga a Rebeca invistiéndola de dignidad real. El relato anticipa así el protagonismo que tendrá después para que Jacob logre la primogenitura y las promesas de Yahvé se cumplan.
Judit utiliza su belleza para salvar a su pueblo
La Biblia hace un uso metafórico similar de las joyas en los libros de Judit y Ester. Judit aparece como una viuda todavía en duelo; por esta razón “se había ceñido de sayal” y ayunaba excepto los días de fiesta (Jdt 8,5-6). Llega a sus oídos que el pueblo de Israel se encuentra en un grave peligro porque Holofernes, jefe del ejército de Nabuconodosor, se dispone a conquistar Judea, y esto le hace idear un plan. Abandona su estado de duelo, se quita el vestido de sayal, se baña, se unge con perfumes y se peina y viste con esmero.
Asimismo, adorna su cuerpo con “los collares, brazaletes y anillos, sus pendientes y todas sus joyas, y realzó su hermosura cuanto pudo, con ánimo de seducir los ojos de todos los hombres que la viesen” (Jdt 10,1-4). Así, dispuesta a hacer uso de su belleza, se dirige al campamento de Holofernes, quien vive envuelto en lujo y de quien también se describen sus joyas (Jdt 10,21). Holofernes cae rápidamente en la trampa tendida por Judit. Le invita a un banquete con propósito de seducirla; ella se engalana nuevamente “con sus vestidos y todos sus ornatos femeninos” (Jdt 12,15) y, aprovechando su estado de embriaguez, le corta la cabeza, logrando así la salvación de todo el pueblo judío.
En el libro de Ester el pueblo de Israel está amenazado de muerte, esta vez a causa de un miembro de la corte del rey Asuero, Amán, decidido a exterminar a los judíos. En la obra se menciona la diadema real de la primera reina Vasti (Est 1,11) y de su sucesora Ester (Est 2,17). Vasti se niega a acceder a la petición de su esposo de hacer aparición en un banquete con su diadema; se niega, en definitiva, a convertirse en una posesión del rey de la que alardear ante los invitados. Su decisión tendrá como consecuencia su deposición como reina. Paradójicamente Ester hará uso de su belleza para lograr que los varones de la historia actúen como ella quiere y evitar la exterminación del pueblo judío.
Joyas y mujeres, símbolo de infidelidad
La asociación entre las joyas y las mujeres en el Antiguo Testamento no siempre tiene connotaciones positivas. En el capítulo 3 del profeta Isaías son símbolo de la infidelidad de Jerusalén. El texto menciona a las “altivas hijas de Sión” que “andan con el cuello estirado” y que lucen “las ajorcas, los solecillos y las lunetas; los aljófares, las lentejuelas y los cascabeles; los peinados, las cadenillas de los pies, los ceñidores, los pomos de olor y los amuletos, los anillos y aretes de la nariz” (Is 3,18-21). El profeta pronuncia un oráculo de condena: Jerusalén, infiel, va a ser castigada por Dios; “Yahvé destapará su desnudez” (Is 3,17).
El capítulo 16 de Ezequiel gira también en torno a Jerusalén, presentada simbólicamente como una mujer cuidada y amada por Yahvé, quien a su vez adquiere rasgos simbólicos de padre y esposo fiel. Jerusalén fue en su origen una hija no querida y abandonada a la que Yahvé recogió. Una vez llegada a la pubertad, Él la vistió y adornó con mimo, constituyéndola gratuitamente en esposa y reina: “Te adorné con joyas, puse brazaletes en tus muñecas y un collar a tu cuello. Puse un anillo en tu nariz, pendientes en tus orejas, y una espléndida diadema en tu cabeza. Brillabas así de oro y plata, vestida de lino fino, de seda y recamados” (Ez 16,11-13).
Jerusalén, sin embargo, hace uso de su belleza y de su fama para prostituirse, convirtiendo en ídolos las joyas con las que Yahvé la había engalanado: “Tomaste tus joyas de oro y plata que yo te había dado y te hiciste imágenes de hombres para prostituirte ante ellas” (Ez 16,17). Jerusalén entonces va a sufrir el castigo de Yahvé a través, paradójicamente, de las manos de sus amantes, que “te arrancarán tus joyas y te dejarán completamente desnuda” (Ez 16,39). Dentro de la misma obra de Ezequiel, las joyas nuevamente se convierten en un símbolo de cierta ambigüedad: los adornos preciosos de Israel, caracterizado como mujer y esposa, son signo de la predilección de Yahvé, pero, como consecuencia de su infidelidad a la Alianza, se van a convertir en elemento de castigo.
A la Israel –esposa infiel le serán arrancadas sus joyas a manos de sus enemigos: “Te despojarán de tus vestidos y se apoderarán de tus joyas” (Ez 23,26); “Ellos te tratarán con odio, se apoderarán de todo el fruto de tu trabajo y te dejarán completamente desnuda” (Ez 23,29). En otros lugares del mismo Ezequiel la posesión de joyas se debe precisamente a la prostitución de Israel, que se vende a las potencias extranjeras como una prostituta y las recibe como fruto de sus servicios: “Ponían ellos brazaletes en las manos de ellas y una corona preciosa en su cabeza. Y yo decía de aquella que estaba gastada de adulterios: Todavía sigue entregándose a sus prostituciones, y vienen donde ella, como se viene donde una prostituta” (Ez 23,42-43).
Esta visión más negativa predomina en el Nuevo Testamento. Así, en el Apocalipsis aparecen asociadas a Babilonia, que en la obra representa simbólicamente el poder del Imperio Romano ante el cual la comunidad de seguidores de Jesús debe resistir manteniéndose fiel al evangelio. Babilonia que en 17,1-4 es presentada como una “célebre ramera”, que “resplandecía de oro, piedras preciosas y perlas; llevaba en su mano una copa de oro llena de abominaciones, y también las impurezas de su prostitución”. La misma ciudad que representa a Roma aparece en 18,16 como una mujer “resplandeciente de oro, piedras preciosas y perlas” que va a ser despojada de toda su riqueza.
Finalmente, encontramos alusiones a las joyas femeninas en dos exhortaciones que se dirigen a mujeres de las comunidades del cristianismo naciente. En 1Pe 3,2 el autor de la carta les dirige las siguientes palabras: “Que vuestro adorno no esté en el exterior, en peinados, joyas y modas, sino en lo oculto del corazón, en la incorruptibilidad de un alma dulce y serena; esto es precioso ante Dios”. De un modo similar, en 1Tim 2,9, bajo la autoridad de Pablo, se señala: “Así mismo que las mujeres, vestidas decorosamente, se adornen con pudor y modestia, no con trenzas, ni con oro o perlas o vestidos costosos, sino con buenas obras, como conviene a mujeres que hacen profesión de piedad”.
Estos dos testimonios, que forman parte de una sección exhortativa mayor destinada a limitar la libertad que las mujeres cristianas gozaban en la generación anterior, son un indicio de la preocupación por su conducta y del intento de que su honor y, consecuentemente, el de toda la comunidad, no sea puesto en duda. El carácter simbólico de las joyas del Antiguo Testamento ha desaparecido y la ausencia de adornos exteriores se convierte, en el caso de las mujeres, en signo de respetabilidad.