A veces, los grandes personajes tienen lagunas inexplicables. Eso es lo que parece haberle ocurrido recientemente al cardenal Gerhard Ludwig Müller. Los alemanes siempre han tenido fama de varones sesudos y sosegados. Los apasionados éramos los españoles, los latinos en general. Pero ahora resulta que algunos alemanes también son apasionados.
Dejando aparte posibles motivaciones personales, quiero fijarme únicamente en lo que el cardenal germano dice respecto del magisterio del papa Francisco. Müller se queja de que el papa Francisco no apoya su magisterio en una teología sólida. El antiguo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe se olvida de que el Papa no es un maestro de la teología, de ninguna teología, sino maestro de la fe, de la fe cristiana en Dios salvador.
El magisterio de la Iglesia siempre ha evitado identificarse con ninguna teología, ha enseñado la fe en Dios Salvador, la fe de Jesús, la fe de los apóstoles, la fe católica, la fe que nos salva. Eso lo sabe el cardenal Müller mejor que yo.
El Papa no enseña teología, enseña a creer en Dios para alcanzar la salvación. Y su enseñanza no está respaldada por la teología de nadie, sino por la oración de Jesús. “He rezado por ti para que confirmes la fe de tus hermanos”. La autenticidad del magisterio del Papa nos la garantiza la oración de Jesús, la presencia del Señor en su Iglesia, es puro don, pura gracia, pura misericordia. Algo más santo y más profundo que la mejor de las teologías.
La Iglesia de hoy y de mañana necesita recuperar esta fe original, la fe que viene directamente de Cristo y que vence al mundo. Es la fe de los humildes, de los arrepentidos, de los que invocan desde su pobreza la misericordia de Dios. La fe de la Cruz y la fe de la esperanza. La fe que se alimenta en la oración y en la adoración. No la fe de los sabios, ni de los que confían en sí mismos. Y este es el gran ejemplo y la gran preocupación del papa Francisco. El Papa que Jesús ha puesto en la sede de Pedro para bien de su Iglesia y de la humanidad entera.