ALBERTO RUBIO. CATEDRÁTICO Y ECONOMISTA – Construcciones defensivas que protegen un territorio. De esto se trata. La muralla de mayor valor simbólico fue, en el pasado cercano, la que dividía Berlín aunque su sentido no era prevenir invasiones sino evitar migraciones hacia la libertad.
Las democracias occidentales utilizaron ese muro para exaltar las virtudes diferenciadas de otro estilo de sociedad, y lo evocan con igual fervor. Sin embargo países de ese mundo libre, y también del otro, tienen hoy 11 mil kilómetros de murallas instaladas en 33 zonas de África, América, Asia, Europa, Medio Oriente y Asia. Algunas (7) son antiterrorismo, otras (3) para evitar el contrabando de drogas o por conflictos territoriales (8) y, en especial, las destinadas a impedir la llegada de inmigrantes en busca desesperada de oportunidades para lograr una vida digna (12). Casi 40 mil personas tomaron ese camino en lo que va del año y unas 1800 perdieron su vida en el intento, la mayoría sepultadas en el Mediterráneo.
La visión del enjambre humano colgado de las vallas metálicas de Ceuta y Melilla, el fuerte impacto que produce la barrera en Cisjodania o las angustiosas imágenes de los niños migrantes de Centroamérica son la mejor muestra de nuestras propias murallas, reales y mentales. No podemos ver. ¿O acaso no queremos, porque: qué podemos hacer?
Podemos gritar. Podemos demandar la creación de una “internacional solidaria” a partir de la cual todas las instituciones preocupadas en estas cuestiones, dejen de “vivir del problema” y comiencen a trabajar seriamente “para el problema”. Tan sólo la Organización Internacional para las Migraciones, con sedes en 149 países y 440 oficinas, ocupa seis mil empleados. ¿Entonces? ¿Cuántas entidades solidarias más podrían integrarse en una coalición global que proponga, exija y busque imponer a los gobiernos nacionales la aprobación de una política común en pro de ordenar el tratamiento de las personas sin oportunidades, sin alternativas y sin destino?
El otro como otro yo
El futuro que no se diseña desde la percepción inteligente de las dirigencias termina ordenado espontáneamente, aunque pueda resultar poco prolijo, por la dinámica de los hechos. Los pueblos marginados no tienen paciencia infinita. Y los violentados menos. Por alguna percepción particular un artículo de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (Francia, 1793) dice: “Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es, para el pueblo y para cada porción del pueblo, el derecho más sagrado y el deber más indispensable”. Esta sentencia merece la atención de las naciones maduras y desarrolladas, porque proviene de una parte de los padres fundadores de la libertad.
La inserción intercultural y la pluralidad racial no pueden quedar sujetas al auto ordenamiento social. El sentido de tolerancia se fomenta y se construye, pero a partir de una percepción de base: ver y sentir al otro como otro yo. Actitud compartida, recíproca, que implica comprensión, respeto y concesiones mutuas.
Las murallas son otro, y quizás, el mejor ejemplo de la inconsistencia vivencial de este tiempo. Querido lector: ¿Quiere que diga de las “contradicciones culturales del capitalismo”? Tiene usted razón. Son los monumentos contra la interdependencia y la interrelación humana. Esa que viene por las tecnologías de la información y la comunicación, que hicieron un “mundo plano” y “sin fronteras”, barriendo tiempo y distancias.
Hemos de reconocer que el continente sudamericano mantiene una actitud más amplia y comprensiva en esta sensible cuestión. Sea por historia, convicciones, o por un combinado de ambos aspectos, nuestras fronteras se mantienen permeables a las migraciones tanto externas como propias de la región. Aún cuando la inserción de los inmigrantes en los lugares de destino plantea dificultades: informalidad, trabajo precario, migración irregular, naturaleza forzada de los desplazamientos, falta de claridad y baja relevancia en las políticas migratorias constituyen elementos que colocan, por lo general, a estas poblaciones en estado de vulnerabilidad. Sin embargo prevalece la idea de una “gobernabilidad compartida”, que lleva a lograr consensos intergubernamentales para tratar al migrante y facilitar su inserción en la comunidad. En esto Sudamérica se muestra en contraposición a las lógicas unilaterales y de baja tolerancia que caracteriza a otras latitudes.
Entonces, qué otra cosa puede hacer un intelectual sino expresar y clamar, en sus escritos y sus cátedras: otro mundo, sin murallas, es posible. Complejo de administrar, pero posible y realmente humano.