Tribuna

Nadia Murad: la memoria que vive

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“Mataron a mi madre ante mis ojos, pero no borraron sus enseñanzas sobre el bien”: así Nadia Murad comenzó a contarnos su experiencia de contacto dramático con los hombres del autodenominado Estado Islámico (ISIS). La joven yazidí, como cientos de otras chicas pertenecientes a la misma minoría, fue convertida en “esclava sexual”.



Una condición que sufren las mujeres que agrega horror a la campaña de asesinatos en masa, secuestros, ejecuciones espectaculares, conversiones forzadas de las que se mancharon los milicianos del Estado Islámico entre 2014 y 2017 en un territorio entre Irak y Siria. Pero si no podemos olvidar los ojos de Nadia, después de una conversación tan seria como brillante, es por la fuerza extraordinaria que la llevó hasta el Premio Nobel de la Paz y, sobre todo, por la solidez de su fe en el bien.

Esclavas sexuales

La familia de Nadia vivía en Kocho, un pueblo cerca de la ciudad de Sinjar, en el norte de Irak, no lejos de la frontera siria, cuando el 3 de agosto de 2014, hombres armados trajeron el horror: mataron a hombres, capturaron niños y mujeres, y las controlaron matando a aquellas que no ganarían dinero en el mercado de las esclavas sexuales.

Las más jóvenes fueron puestas a disposición de los milicianos en Mosul. Fue una violencia grupal para derrotar cualquier resistencia y que  –nos ha contado Nadia–, se repetía en caso de un intento de fuga o rebelión. En la mirada de Nadia, sobrevive un eco del terror, del dolor, del asco, de la sensación de impotencia experimentada en los ocho largos meses de cautiverio, antes de que pudiera escapar.

Nadia Murad

Nadia, ayudada por una familia iraquí después de alejarse a escondidas de la casa del hombre que la había comprado, habría querido olvidar, pero continúa denunciando: “El poder del ISIS ha pasado, pero en alguna parte del mundo hay niñas vendidas, intercambiadas como mercancía y yo, que sé qué significa, no puedo callarme”. Dice: “Es necesario prevenir todo tipo de racismo, que lamentablemente veo que crece por todos lados. Y los riesgos son dos: el radicalismo y el terrorismo, por una parte, pero también posibles reacciones equivocadas a todo esto, por otra”.

Nadia nos habló de la sonrisa de su madre: “Ella siempre fue una persona llena de respeto por todos y me educó en el amor y el bien, me enseñó a rezar. El Estado Islámico no pudo destruir estas cosas”.  No puede olvidar “las muchas niñas en las manos de ISIS que se quitaron la vida tan pronto como pudieron, porque no podían superar ese tormento”. Nos confió: “Nunca pensé en suicidarme. Cuanto más me tocaba el mal, más sentía todas las enseñanzas de mi madre y mi gente, pero sobre todo la fuerza de Dios que nunca me abandonó. Cuanto más me tocaba el mal, más me encontraba bien dentro de mí”.