Una imagen vale más que mil palabras, pero, cuando las palabras nos llevan a imágenes que traspasan lo más hondo de nuestro ser, quedamos ensimismados y mudos por la fuerza que desprenden.
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En El Seibo, República Dominicana, donde encarno mi misión, soy testigo de una fuerza que empuja a meditar la cruel realidad de las deportaciones abusivas que continúan de forma salvaje y despiadada contra personas de origen haitiano a pesar del rotundo rechazo del pueblo humilde y creyente. Y más todavía en los días de Navidad e inicio de año, donde todo son abrazos, sonrisas, buenos deseos… Mientras que tantas personas sufren el desarraigo forzoso de su tierra y la separación violenta de sus seres queridos.
Odio indiferente
Y todo después de que se obedezcan órdenes de un despacho preñado de odio indiferente a los gritos sordos de los niños que nunca entenderán cómo violentan sus casas en la noche, iluminada por la estrella de Belén, cazando descalzos y medio desnudos a sus papás para cargarlos, peor que si fueran animales, en la camiona de la vergüenza.
Son conocidas y documentadas las mordidas de 15.000 pesos y las peticiones de sexo forzoso bajo alucinógenos a cambio de la libertad de la “migra” o del “vacacional” de Haina, pero más indignante es el aprovechamiento de los usureros que cobran un 20% de interés por cada día de préstamo.
El carisma de Santo Domingo
El carisma de santo Domingo de Guzmán es la búsqueda de la verdad que nace de la contemplación. Por ello, las Misioneras Dominicas del Rosario, maestras de sabiduría y guías espirituales, denuncian proféticamente el rechazo a los emigrantes, tal como escribe el papa Francisco: “Nunca se dirá que no son humanos, pero, en la práctica, con las decisiones y el modo de tratarlos, se expresa que se los considera menos valiosos, menos importantes, menos humanos. Por tanto, es siempre urgente recordar que todo emigrante es una persona humana que, en cuanto tal, posee derechos fundamentales inalienables que han de ser respetados por todos y en cualquier situación” (Dignitas Infinita, 40).
En el Nacimiento de su comunidad de El Seibo está la camiona con el siguiente texto: “Aquí estamos, aquí vamos… Mejor dicho, nos llevan… Dicen las malas lenguas que no comeremos ni beberemos nada hasta… Tampoco iremos al baño hasta… Alguna gente ya no aguanta y lo hace aquí dentro como puede. Llevamos horas en esta camiona. Hay quien vende libertad por dinero o sexo… Otros quieren comprar libertad por sexo o dinero… Escucho que alguna gente que va con nosotros ha conseguido un préstamo de RD$10,000.00 y ya no llegará a la frontera”.
Sin sus padres
Este aldabonazo en la conciencia prosigue así: “Nuestro Niño hace rato de llora… Los hijos de los que viajan con nosotros no lloran porque no están. Se han quedado solos sin saber qué les está pasando a sus padres. Ya me lo dijo el Ángel: ‘Coge al Niño y a su Madre María y vete’. Pero no me dijo que me cogerían y me llevarían… A María creo que el mismo Ángel le pintó las cosas muy bonitas. Claro, que también le dijo: ‘Una espada…’”.
Al final del texto, se estremece el alma: “Por los barrotes de la camiona, alguna gente nos ofrece galleticas y jugo. ¡Cuánto se lo agradecemos porque con esta hambre… y este calor…! ¡Y aquí vamos! Sin saber qué nos pasará porque en la frontera nadie nos espera… A nadie tenemos al otro lado… Lo único hermoso de este viaje es que estamos con la gente que sufre”.
Reza el refrán dominicano: “Mejor de ahí se daña”. El Nacimiento muestra la sangrante realidad y las palabras denuncian lo que no se puede callar sin nombrar a nadie. Dios nos juzgará al final de nuestra vida por el amor, si hemos cumplido su voluntad: “Fui forastero y me acogieron” (Mt 25, 35).