FRANCESC TORRALBA | Filósofo
“La libertad es el presupuesto básico de la fe, la base de la dignidad humana, lo que convierte al ser humano en un ser particular en el conjunto del cosmos…”.
El desarrollo exponencial de las neurociencias y de todo un sinfín de áreas de estudio relacionadas con ellas, la neuropolítica, la neuroética y la neuroestética, tiene como consecuencia la reapertura de un debate filosófico de gran calado: la cuestión de la libertad humana.
Immanuel Kant considera que hay tres cuestiones inevitables de la razón, tres interrogantes que reaparecen cíclicamente en la historia del pensamiento y que, a su juicio, no pueden resolverse de un modo definitivo a través de la razón pura. Se refiere a la inmortalidad del alma, a la existencia de Dios y a la libertad de la voluntad.
El desarrollo que están adquiriendo las neurociencias puede poner en crisis uno de los cimientos de la antropología de raíz cristiana y, por extensión, bíblica: la comprensión del ser humano como ente capaz de libertad (ens capax libertatis). Esta tesis está en el ADN de la antropología cristiana, desde los Padres de la Iglesia hasta Emmanuel Mounier, pasando por el inconmensurable santo Tomás de Aquino.
La libertad es el presupuesto básico de la fe, la base de la dignidad humana, lo que convierte al ser humano en un ser particular en el conjunto del cosmos.
La libertad es, además, el fundamento de la ética. Kant la concibió como un postulado de la razón pura práctica, como la raíz del mundo moral humano. Si todo lo que la persona hace, dice y piensa está determinado por sus circuitos neuronales; si cualquier decisión que lleva a cabo puede explicarse por razones estrictamente bioquímicas, no existe indeterminación, ni libertad, en sentido radical. Entonces, la distancia entre la criatura humana y el autómata se recorta hasta tal punto que desaparece.
La neurociencia, estrictamente hablando, no llega a tal conclusión, pero determinados usos ideológicos y apriorísticos de las neurociencias conducen a la disolución de la pregunta por la libertad humana, considerando que esta carece de sentido.
La piedra, la planta y el animal cuando empiezan a ser son ya lo que pueden ser y, por tanto, lo que van a ser. El ser humano, en cambio, cuando empieza a existir no trae prefijado o impuesto lo que va a ser, sino que, por el contrario, trae prefijada e impuesta la libertad para elegir lo que va a ser dentro de un amplio horizonte de posibilidades. Friedrich Nietzsche dice del ser humano que es el animal que puede prometer.
La tesis de la libertad no es exclusivamente cristiana.
Es defendida también por el gran humanismo ateo.
Poner en tela de juicio esa libertad es
poner en crisis uno de los cimientos
de la civilización occidental.
Como afirma Pico della Mirandola en su bello discurso sobre la dignidad del hombre, al ser humano le es dado el poder de elegir. Quiera o no, está comprometido en cada momento a resolverse a hacer esto o aquello, a poner la vida en algo determinado.
Jean Paul Sartre decía que el hombre está condenado a ser libre y el mismo José Ortega y Gasset lo expresa de un modo muy afín: “Esa libertad para elegir, que es su privilegio en el universo de los seres, tiene a la vez el carácter de condenación y trágico destino, pues al estar condenado a tener que elegir su propio ser, está también condenado a hacerse responsable de ese su propio ser, responsable, por tanto, ante sí mismo, cosa que no acontece con la piedra, la planta ni el animal, que son lo que son inocentemente, con una envidiable irresponsabilidad”.
La tesis de la libertad no es exclusivamente cristiana. Es defendida también por el gran humanismo ateo. Poner en tela de juicio esa libertad es, en definitiva, poner en crisis uno de los cimientos de la civilización occidental.
En el nº 2.856 de Vida Nueva.