Tribuna

La evangelización en las Indias: ni leyendas negras ni rosas

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Quizás a los historiadores se nos puede acusar de que trabajamos a veces “a golpe de centenario”, pero no debemos aceptar que lo hacemos de acuerdo con los revisionismos de moda. Nuestro trabajo no es justificar, condenar o actuar de apologetas. Tampoco ser jueces. Nuestra principal tarea es investigar y explicar procesos, y en esa explicación encontramos razones para confirmar también nuestras hipótesis y convertirlas en conclusiones que, con más datos, podemos revisar, corregir y ampliar.



Con estas premisas, no van a pretender sacar de mí una condena simple –que es lo que se lleva mucho en la actualidad– hacia la acción evangelizadora de la Iglesia en las Indias. Y menos todavía en mil doscientas palabras –lo de hacerlo en los caracteres de un tuit ya es de “privilegiados intelectuales”, nótese la ironía–.

No nos dejemos acariciar ni por leyendas negras ni rosas, ambas muy interesantes para estudiar la historia de las percepciones y de las concepciones. Lo que antes les indicaba de los procesos no es una palabra para quedar bien: es la clave para saber analizar el modo de actuar de cada tiempo, que ha cambiado con los siglos.

Podemos encontrar aptitudes adelantadas a su momento, casi de vanguardia, que solo definimos así con perspectiva, pero no pretendamos aplicar el modo de hacer del Concilio Vaticano II o el camino sinodal a los concilios que se convocaron en las Indias para disponer las resoluciones de Trento. A la historia, como científicos, nos tenemos que acercar sin ideas preconcebidas. Como lectores, debemos hacerlo con apertura de conocimiento y también sentido crítico hacia el historiador, porque el profesional de la historia no es un “Padre de la Iglesia occidental”.

Sobre la esclavitud

Por eso, sobre la acción de evangelización en las Indias, solamente me atrevo a sugerir algunas ideas que nos permiten caminar. Por ejemplo, sobre la esclavitud. Encontramos denunciadores de las condiciones infrahumanas de los esclavos, trabajando entre ellos con acciones heroicas que han conducido a la canonización del misionero. Tardaremos, sin embargo, en encontrar a aquellos que pusieron en cuestión la institución. Será menester un avance en las concepciones mentales y todavía habrá esclavos en propiedades eclesiales que aseguraban la viabilidad de su funcionamiento.

Al mismo tiempo, no podemos olvidar que la “controversia de los derechos humanos” cuenta con una trayectoria de debate valiosísima, con las propuestas de frailes dominicos como fray Antonio de Montesinos y el más conocido fray Bartolomé de Las Casas, después continuados por otros muchos en ámbitos nuevos, como sucedió con José de Acosta, jesuita medinense, lo que fue generando un estado de opinión que condujo incluso a cuestionarse la presencia, la razón y el porqué de la misión evangelizadora de la Iglesia, unida también a la colonizadora y conquistadora. La denominada ‘Controversia de Valladolid’ entre el mencionado Las Casas y Ginés de Sepúlveda se explica desde esta coordenada junto al hombre más poderoso del mundo como era Carlos V.

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No caigamos en la trampa de participar en el estado de opinión, hoy diríamos que cinematográfico, que tienen las reducciones –que no eran las únicas misiones–. Aquel “modo de proceder” en el que fueron fundamentales los jesuitas –aunque no solo– resulta un procedimiento fascinante, para evangelizar primero y catequizar después, además de la organización del territorio o la defensa contra aquellos portugueses que se adentraban en busca de campos de captura de esclavos.

Y, a partir de ahí, podemos hablar de economías, de propiedades, de construcciones fastuosas, del papel de la música y hasta de la desaparición de la cultura preexistente. Sí, en eso también podemos matizar, porque en el conocimiento de las lenguas indígenas y su conservación, también ha sido esencial la labor de evangelización, con la elaboración de diccionarios, gramáticas y vocabularios. No existía un interés filológico, sino instrumental, para poder llevar hasta esos pueblos el Evangelio que deseaban establecer –sería ridículo abrir para entonces el debate de si la fe se impone o se propone–. Ahí está el conocimiento de los procesos.

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