La guerra en Ucrania está en la mente y en el corazón de nuestra sociedad. Los medios no dejan de poner delante de nosotros esa realidad herida. Las imágenes son firmes e interpelantes, no podemos acostumbrarnos a ellas. Las señales nos llegan por todos sitios para que no nos durmamos y estemos vigilantes y alertas, para sacar vida de la muerte, para responder con fraternidad a la violencia, para disponernos a cambiar de modos de vida para que la guerra no sea posible y pueda apagarse allí donde se ha encendido.
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Las señales van tomando forma cada vez más cercanas. Al comienzo eran contactos con aquella realidad, envío de materiales y ayudas económicas, personas lanzadas que se arriesgaban a ir hasta allí y servir de corredores humanos para una fraternidad arriesgada, testimonios de personas que vivían allí y comenzaban a salir, españoles que también nos daban cuenta al dejar aquella tierra. Ahora son personas concretas que vamos conociendo y sabiendo de ellas: los que han llegado a Fuente del Maestre, la familia que lleva años en Badajoz y viene a la parroquia porque desea acoger a paisanos suyos, los que conocen a ucranianos y tienen amistad con ellos por motivos de trabajo… un sinfín de cercanías que hacen que los daños y duelos de la guerra se hagan muy prójimos, cercanos, a nosotros, con detalles de vida y situaciones.
Llama María
María, feligresa de la parroquia, me cuenta un día de fiesta en la Codosera, con motivo del festival de la canción misionera, que en el chalet de su familia que tienen en Badajoz, tienen acogida a una familia ucraniana. Me la describe con cariño y con humor, se ha venido la abuela con dos de sus hijas, sus cuatro nietos, un perro y cuatro gatos, todos en coche. Allá han quedado los hombres de la familia. La razón de por qué han llegado hasta nuestra ciudad es de fraternidad consumada. Conocían a una familia ucraniana por motivos de trabajo, hoy el trabajo es globalizado, tu compañero de mesa puede ser de cualquier país, una mesa redonda como el mundo dice la canción. A través de las redes y el trabajo, se conocen, se visitan presencialmente, crece su relación de amistad. Ahora llega la guerra y naturalmente se preocupan y se ponen a disposición. Directamente el compañero no quiere trasladarse, pero conoce personas muy cercanas, mujeres que sí han de hacerlo, y comienza la comunión de bienes, la visión de fondo de los cristianos, todo lo tenían en común y nadie pasaba necesidad. La familia pacense, junto a amigos y conocidos, acogen a estas mujeres en su casa de campo y cuidan de ellos, les acompañan, les consuelan y comienzan a buscar los medios para que se integren el tiempo que han de estar entre nosotros, sabiendo que desean volver cuanto antes y que su corazón está partido con los que han quedado allí en el peligro y en la intemperie desnuda.
Hoy me vuelve a llamar María, aunque sabe que estoy con cuidados por positivo en covid, están muy tristes. La familia ucraniana está de luto riguroso y llanto sin consuelo. Le han comunicado la muerte del marido de la abuela, la heroína que se lanzó a esta aventura. Ellos son religiosos ortodoxos y aquí no hay comunidad ortodoxa, necesitan consuelo espiritual. La muerte del abuelo ha sido dramática, al verse solo y ante el terror de la guerra no ha logrado resistir el dolor, la desesperanza, la angustia y ha decidido acabar con su existencia. Su dolor no tiene límites en los familiares. Sienten hasta temor religioso, por haber muerto de esta manera. Ahora necesitan palabras de fe y esperanza, de un Dios que se ha abrazado a este hombre roto, desde su sentir crucificado y muerto en la cruz. La situación de soledad e infierno que impide la respiración de lo humano y rompe el corazón verdadero de alguien que ama hasta la muerte y que se ha quedado desolado sin sus amados. Nos ponemos a ello, celebraremos la eucaristía con ellos y por él en nuestra parroquia, buscaremos personas que sepan hablar su idioma para comunicarles palabra de comunión y consuelo. Pero sobre todo nos dejaremos afectar por esta interpelación, por este hecho de muerte que ha de traernos vida y luz para nuestra existencia, para nuestra espiritualidad personal y comunitaria. Aquí hay llamada a la reflexión profunda y a la conversión sincera, la comunidad ya se está moviendo, Lourdes habla con Marina ucraniana ya afincada en Badajoz hace años, estaremos atentos a su duelo y le acompañaremos. Hasta el arzobispo me habla de la disponibilidad de Virginia, religiosa colaboradora suya, que tiene ascendencia ucraniana y habla el idioma.
¿Daño colateral? Locura humana. No hace mucho he estado escribiendo en esta misma tribuna de los suicidios entre nosotros. Decíamos que el que se da muerte no es que no quiera vivir es que no puede vivir, la situación le supera, pero lo que desea realmente es vivir. La humanidad quiere vivir, pero la guerra es el signo estúpido y cruel que hace imposible la vida. Es incalculable el dolor y las consecuencias universales de una guerra en cualquier lugar. Necesitamos reflexionar y lanzarnos en la apuesta por la vida. Ahora rodearemos a esta familia con la fraternidad que les trajo hasta aquí como repuesta al odio y a la violencia, pero no dejaremos escapar esta ocasión para profundizar en nuestra espiritualidad humana y creyente, acoger la llamada de los cuidados y de la ternura frente a la frialdad del ansia que se lleva por delante a los que aman y quieren vivir y que acaba en contra de los mismos que provocan la muerte. Hoy duelo ucraniano en el corazón de pacenses que apuestan por la vida desde el cuidado y la ternura. Muerte y vida, odio y amor al mismo tiempo, en la misma tierra y en el mismo hecho. Apostamos por la fraternidad.