Uno de las figuras que se usa para representar al Espíritu Santo, tercera persona de la Trinidad, es una paloma.
Monseñor José Ángel Rovai fue mi profesor de Eclesiología, y repetía constantemente la frase “no cualquier paloma es el Espíritu Santo”.
El Espíritu Santo es quien guía hacia Dios, quien confirma nuestras elecciones, quien nos da fuerzas para andar el camino cristiano. En este camino siempre hay decisiones que tomar, para bien o para mal, siempre hay momentos en los que se juega nuestro testimonio cristiano y la vida de los demás. No es menor entonces el invocar al Espíritu constantemente o al menos, al iniciar cada jornada.
Invocarlo con una simple oración vocal sin discernir o permitir que toque el corazón no basta. Lo mismo si nos dejamos llevar por fervores indiscretos que nos hacen héroes por un día o actores de roles insostenibles con bastante de autorreferencia, es dudoso que sea su presencia quien nos guía.
Es aquí en donde se juega la frase no cualquier paloma es el Espíritu Santo, no cualquier presencia que se asemeje a Él es el Espíritu.
Paz y Alegría
Muchas veces llevados por el contexto, porque nos dan gracias, porque mucha gente nos escucha, porque nos dicen que somos buenos sentimos una determinada alegría y también paz. Paz y alegría son dos elementos que certifican la acción del Espíritu Santo y es ahí que entre tantas palomas hay que ver cuál es la verdadera. Las aparentes, las que no son tales de principio a fin, las que dejan dolores en otros y no están teñidas de servicio humilde despiertan sospecha de falsedad. Esas acciones en las que está primero la selfie y después la foto del pueblo de Dios también, lo mismo que cuando proponen algo con el título de “lo vi en la presencia de Dios” o “te lo digo por tu bien”
En nuestro andar tenemos un palomar siempre a mano, pero sólo una de esas palomas es el Espíritu Santo. Surgen tentaciones, propuestas, engaños a cada paso y ahí hay que poner atención. Lo que en lenguaje de San Ignacio sería ver en cuánto y en tanto me acerca a Dios.
El discernimiento es clave, y eso compromete un trabajo interior profundo, un gran conocimiento interno y una familiaridad con Jesús que se logra comulgando con su palabra, con su cuerpo y sobre todo con su modo de misericordear. Y aunque aparezcan lindas y mansas palomas ¡no cualquiera es el Espíritu Santo!