Tribuna

No me dejes caer en la tentación… del mal humor

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La alegría es la certeza de Jesús resucitado presente en nuestras vidas. Así se presenta Jesús: ¡alégrense[1]! Así también le habla en ángel de parte de Dios a María: alégrate[2], Yo me haré hombre en tu vientre. Jesús en plena predicación dice: ¡Alégrense cuando sean perseguidos o humillados por mi nombre[3]!



Si miramos estos mensajes fríamente, sin la fe, suenan contradictorios. Después de sufrir una cruenta e injusta muerte en la cruz, Jesús invita a la alegría, lo mismo que al ser perseguidos. El anuncio a María invita también a la alegría; ese anuncio trajo soledad, incomprensión, exilio y ¡hasta dar a luz entre animales! Todas estas situaciones estimulan más al mal humor que a la alegría. ¿Dónde está la diferencia? Como expresa un viejo dicho: “todo depende del cristal con que se mire”

La fe nos invita a soltar y saber que nuestra vida está en las mejores manos: en las de Dios, y la esperanza, nos anima a mirar hacia adelante con la certeza de que Dios sabe el final de la historia. Así, lo que pasa ahora cobra otro sentido. Si en cambio, nos quedamos en nosotros mismos, en el presente, en nuestras ideas enroscadas, caemos en la queja y de ahí al mal humor casi no hay pasos…vienen de la mano.

Muchos caminan por esta vida con una lupa buscando defectos, gozándose de los fracasos, siendo oráculos de “yo dije que no iba a andar”. Son los devotos de la Virgen de la Santa Queja y de nuestro Señor de las angustias con novena incluida; se la pasan repitiendo por días, cual jaculatoria, “nadie me quiere todos me odian”. Como dice Francisco es gente con cara de pepinillos en vinagre, con el ceño fruncido, la nariz como oliendo feo y los labios hacia afuera; no se les puede decir buen día porque retrucan ¿qué tiene de bueno? Y, si le respondemos ¡salió el sol! Sueltan, cuan profetas, la expresión ¡se va a nublar! Desgraciadamente, se sienten vivos al mostrarse sufrientes (o con mala onda).

Malhumor

Líbranos del mal humor

Ésa es la tentación del mal humor. Cuando Jesús nos enseñó el Padre Nuestro al final nos dice “no nos dejes caer en la tentación”, que las hay muchas y por algo, como para reforzar, agregó ¡líbranos del mal! Y yo aquí digo ¡del mal humor!

El Papa Francisco, gran testigo de la alegría, hablando del buen humor nos aconseja[4]: “Para poder respirar es fundamental el sentido del humor, que está relacionado con la capacidad de gozar, de entusiasmarse. El humor ayuda también a estar de buen humor, y si estamos de buen humor es más fácil convivir con los demás y con nosotros mismos.  El humor es como agua que brota naturalmente de la fuente; tiene algo más: se percibe en ella la vida, el movimiento. Chesterton decía: la vida es una cosa demasiado seria para ser vivida seriamente”.

En este momento, se me viene a la mente el vicio de fumar. Quien fuma sabe que le hace mal, que no lo deja respirar bien, pero lo mismo fuma. El mal humor es un vicio, no nos deja respirar a Dios providente, no nos deja respirar “la buena onda” de nuestros hermanos, no nos deja darle sentido a los sufrimientos; no permite que veamos a Dios que escribe derecho en renglones torcidos.

En el fondo, el mal humor es una apropiación excesiva del yo, de mis esquemas, y si miro con ese cristal, la vida siempre tendrá algo para sufrir, al muy malo que supera lo bueno.

En cambio, si aún en medio de sufrimientos, miro con los ojos de Dios, me dejo mirar por Él, estoy atento a sus sorpresas, a su sentido del humor; cambia el cristal y cambia la vida. En mis años de apostolado, he visto a mucha gente con los distintos cristales y créanme que los más sufrientes, son felices con buen humor que como dije, va unido a la fe y a la esperanza y despierta la caridad. Así mismo me ha tocado ver (y a veces cuando me miro al espejo), personas que lo tienen todo y con dosis excesivas de mal humor ¡no lo tienen nada!

Apelando al buen humor del lector, se me ocurre pensar que si llegó a leer hasta aquí es porque tiene buen humor ¡felicitaciones!

[1] Capítulo 28 de Mateo.
[2] Capítulo 1 de Lucas.
[3] Capítulo 5 de Mateo.
[4] Cfr. Francisco, una conversación con Tomás Leoncini, Editorial Planeta, Roma, 2018, 148 y ss.