Tribuna

Oportunidad perdida

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Nuestra vida sigue marcada por el Covid-19. Cuando el confinamiento terminó, muchas personas creyeron que la pandemia había terminado. Ahora vemos que los contagios avanzan a la misma velocidad que crecen las bolsas de pobreza. Vemos ya el desastre y todavía no lo vemos en toda la dimensión que llegará a tener.



Como cristianos vemos que, de nuevo, las restricciones en el aforo de los templos vuelven a hacer acto de presencia. Unas más razonables y otras mucho más discutibles en fondo y forma. Hay que estar preparados porque tal y como va en este momento el ritmo de contagios, es posible que nos encontremos con restricciones mayores.

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El párroco de la Iglesia Santa Gertrudis, padre Gerardo Díaz Molina, da la comunión, en Envigado (Colombia) en la reapertura tras el confinamiento por la pandemia / EFE

Esto me ha hecho recordar que cuando terminó el confinamiento, en las diócesis, se hizo público que el “precepto” -la obligación para entendernos- de la asistencia a misa los domingos y día de fiesta, volvía a estar en vigor. Por lo que veo, el número de asistentes ni ha disminuido ni ha aumentado respecto a las cifras de asistentes anteriores al confinamiento. Y no puedo dejar de pensar en la oportunidad perdida.

Celebrar una fiesta

Se ha vuelto a insistir en el “precepto”, en la obligación, en lugar de aprovechar la ocasión para resaltar la invitación, la celebración, la fiesta, la participación.

No podemos olvidar que aquello que Jesús dijo a los asistentes -quiénes y cuántos fueran- en lo que hemos dado en llamar la Última Cena, se lo dijo en el contexto de la celebración de una fiesta, la mayor fiesta judía -la Pascua-donde no se dejaba que nadie la celebrara en soledad.

Hay personas para quienes la invitación a celebrar todos juntos es mucho más atractiva que el contenido de un precepto, y esas mismas personas se sienten mucho más atraídas por esa forma que tenía –y tiene- Jesús de presentar el evangelio, de manera tan cautivadora como un banquete, un tesoro, una perla, una boda. Todo suena a bonito, alegre, fiesta, disfrute… Nosotros, con el paso del tiempo y sin aprender del pasado, seguimos inmersos en la norma, la obligación, y el precepto.

Tras la soledad

Después de tanto dolor, tantos difuntos, tanto sufrimiento, tanta soledad, y tanto ritualismo en internet -algunas excepciones había-, hemos seguido como si nada hubiera pasado.

La Iglesia, que tan en primera línea está siempre en la acción social acogiendo, ayudando, y dando esperanza, necesita una seria y profunda reflexión y revisión en cuanto al culto se refiere. Celebrar la eucaristía todos juntos, hacerlo con alegría, nada tiene que ver con ir a misa.

No creo que haya que esperar a otro confinamiento para aprovechar la oportunidad. Todo tiempo es oportuno para aprender de la sencillez y la cautivadora forma con que Jesús nos invitó –e invita- a conocer el Reino y su belleza. Tenemos la oportunidad de desprendernos de lo superfluo y hacer brillar lo esencial.

Esto no se hace de la noche a la mañana. Lleva su tiempo. Sin embargo, es una oportunidad que nos lleva a otras oportunidades –en la Iglesia todo guarda relación-: me refiero a la conversión personal y la conversión pastoral. Algo que podemos hacer, perfectamente entre todos, porque la conversión personal y pastoral, nos conducen a vivir la sinodalidad. Y hacia ahí es necesario caminar. Tiempo de oportunidad, mejor dicho, de oportunidades, ¿lo aprovechamos?