La pregunta que nos interpela en este tiempo entre la Asamblea Sinodal 2023 y la Asamblea Sinodal 2024 es como ser una Iglesia sinodal en misión. Es una pregunta teológico-pastoral que supone que estemos atentos a lo que el Espíritu está queriendo decirnos. No somos la primera generación que está ante este desafío. La historia de la Iglesia es testigo de que somos parte de un Pueblo de Dios que entre luces y sombras percibe, comprende y comunica de manera renovada la Buena Noticia de Jesús en cada tiempo y lugar (cf. GS 44).
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Benedicto XVI supo ponderar que el Concilio Vaticano II fue un hito en este camino. Y con el objeto de favorecer que la Iglesia abandonara un conflicto de interpretaciones que se asemejaba a una batalla naval entre defensores de rupturas y continuidades, indicó como brújula la necesidad de comprender lo que había acontecido como una verdadera reforma, un conjunto de continuidad y discontinuidad en diferentes niveles. Al respecto, decía: “…las decisiones de fondo pueden seguir siendo válidas, mientras que las formas de su aplicación a contextos nuevos pueden cambiar” (Benedicto XVI, mensaje a la Curia del 22 de diciembre 2012).
Esto no es nuevo. Algo similar relata el Nuevo Testamento acerca de lo acontecido en el Concilio de Jerusalén. Visto desde la perspectiva de su aplicación, se dio un gran giro. Tengamos en cuenta que, para expresarlo de manera sencilla, lo que se decidió en aquella oportunidad fue que ya no era necesario ser judío para ser cristiano. Un verdadero salto hacia adelante que suscitaba muchos resquemores en aquellos seguidores de Cristo que sí lo eran y que, quizás, lo hayan experimentado como ruptura. La justificación de semejante decisión está en las palabras de Pedro: “el Espíritu Santo, y nosotros mismos, hemos decidido no imponerles ninguna carga más que las indispensables” (Hch 15,28). Es decir que, en vistas a la catolicidad de la tarea evangelizadora, se retoman de la tradición sólo aquellos aspectos que se consideran necesarios a la luz del evangelio, reduciendo aquellas exigencias que no permiten una experiencia cristiana de acogida.
Discernimiento sinodal
No imponer más cargas que las necesarias puede comprenderse como una opción por los mínimos como criterio de discernimiento sinodal. Quizás resuene en algunos como una alternativa que no está a la altura del Evangelio. Sin embargo, a mi parecer, expresa cabalmente la experiencia de Dios que Jesús se empeñó por transmitirnos: Dios es una comunidad de amor: Dios es Abba que sale al encuentro del hijo que regresa (cf. Lc 15, 11-32); es Jesús amigo sentado a la mesa con publicanos y pecadores (cf. Mc 2,16); es Espíritu que no hace acepción de personas (cf. Hch 10.34).
La comunidad reunida en Jerusalén fue movida por el Espíritu a reconocer y aceptar que había otras formas de ser cristianos, distintas a su propia experiencia vital. Hoy, estamos desafiados a dar un paso semejante, en especial para dejar que las nuevas generaciones expresen como están viviendo y comprendiendo el seguimiento de Jesús hoy. Así lo expresó Francisco a los jóvenes cuando en la XXXVII Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa 2023 exclamó: ¡en la Iglesia hay lugar para todos! ¡Para todos! (Francisco, Discurso del Santo Padre, 3.08.23).