Tribuna

Orar con María en la Pasión de Cristo

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Durante la Pascua estamos haciendo un ejercicio de profundidad en el acontecimiento de la pasión y resurrección de Cristo desde nuestras muertes y nuestras vidas. Así lo hizo María unida a Cristo, en el sentimiento más profundo. Nos atrevemos a adentrarnos con ella en la vivencia de la pasión de Jesús de Nazaret, qué mejor camino que la fe y los sentimientos de su madre, de la que él mismo dijo: “Dichosa la que escucha la Palabra de Dios y deja que se cumpla en ella”. En el calvario encontramos a esta madre de la vida sufriendo la muerte y queriéndolo entender desde la palabra que Dios ha ido sosteniendo y certificando en toda la historia de la salvación, esa palabra sobre la que ha construido confiadamente su vida.



María, la mujer confiada y la cruz

María es una israelita que ha conocido la tradición de una historia de la salvación que ha ido desarrollándose en un esquema sencillo de promesa de Yahvé y de cumplimiento de la misma. Así ha sido siempre, a promesa cumplida, nueva esperanza provocada. Cuando el pueblo se ha abierto a ese quehacer de Dios, la bondad, la luz, ha sido beneficio para todos, cuando se ha cerrado y violentado, ha sufrido y se ha roto. Ella sencillamente ha elegido confiar y vivir su vida cotidiana en la tradición común y normada. Pero algo le rompe ese rito religioso y le pide arriesgar en la vivencia de acontecimientos que ella misma no entiende pero que los mira y acepta con confianza en el Señor. Más allá de sus propias seguridades se abre a la vida, a lo que acontece y va buscando que palabra divina viene en esa circunstancia para poder estar abierta a ella.

Esa confianza en la que lleva a decir “Hágase”. Se abre sin condiciones a una palabra que le va a trastocar su vida pero que sospecha que va a ser el bien para muchos. Ella no puede desconfiar del que le ha dado la vida, del que siempre cumple lo que dice, del que ama a su pueblo y nunca se retira de su lado.

Virgen Dolorosa

¿Estoy en la dirección y la vida del hágase, soy mujer hombre de confianza? Se trata de contemplar y acoger la invitación de María que nos muestra a Jesús y nos anima a confiar en él, desde lo vivido en nuestras vidas.

  • La arcilla en mis manos me habla de mi historia abierta, de carne delicada, de mi vida… Desde que llegué a este mundo me ha hecho la confianza, la que me han dado y yo he descubierto. Todos los que me han cuidado son llamadas a la confianza por parte de Dios: confía, confía… yo estoy contigo. Somos seres en los que otros han creído y confiado, por mí han apostado tantos, en tantas ocasiones… y lo siguen haciendo.  Una confianza que no es por exigencia sino por amor y fe en mí.  Doy gracias por la confianza que he recibido…
  • La arcilla ha ido dejándose hacer y me ha hecho capaz de abrirme y poder confiar en otros, con los que he caminado. Yo he confiado en tantos, he compartido esa confianza y hemos crecido juntos. Hoy me descubro confiando es lo propio de mi ser en lo mejor que tengo en mí, lo que anima y sostiene a los demás. Miro a mi alrededor y descubro mi ser y mis lugares como espacios en los que vivo la elaboración de mi confianza para los otros: familia, trabajo, comunidad, vecinos, asociaciones…
  • Imaginamos la oración y la conversación con Dios, el Padre, en esa oscuridad de pasión, en ese proceso de confianza radical. “Que no se haga mi voluntad sino la tuya…” de Jesús y de su madre María. La prueba de la confianza en la situación del mayor dolor, miedo, debilidad.
  • Hago mi oración en este momento de mi vida a Dios, en lo que atisbo que me está queriendo dar y prometer, a lo que me está invitando en mi situación concreta personal, familiar, profesional, eclesial, ciudadana… Me atrevo a tocar mi arcilla en forma de cruz… y diciendo internamente ¡Hágase!

Mujer entregada para la fraternidad

La vivencia del “hágase” se convierte en lugar de encuentro frente las fronteras. La mujer de Israel está llamada a ser madre del salvador de todos los pueblos. El misterio es tan inmenso que no puede entenderse, pero ella confiada se abre sin límites a construir lo diario con un horizonte de lo divino en el hogar de Nazaret. Ahí se prepara el amor que se entrega a lo humano. Jesús no curó a muchos leprosos, pero bastó saltar esa frontera para que se pudiera acabar con la lepra. María es escuela de Nazaret en la construcción de la fraternidad, ella le enseñó a mirar como el padre lo había hecho con su pueblo por generaciones, derribando a los poderosos de sus tronos y ensalzando a los humildes. Esa es la actitud de María ante su prima Isabel, la mayor que esperaba un hijo y necesitaba la ayuda silenciosa de un pariente que supiera anteponer lo débil y anciano, ante lo fuerte y joven, poner a Juan Bautista por delante de Jesús para arribar a la salvación. No está lejos de este gesto la preocupación por el vino en las bodas de Caná, cómo no iba Jesús a querer multiplicar los panes ante la muchedumbre dolida y pobre.

Me miro a mí y me descubro como un ser ganado en la gratuidad y la donación de todo lo que soy. Toda mi fraternidad vivida, soy con los otros, me he salvado porque he formado parte de un nosotros elaborado con los sentimientos del cuidado y de la salvación. Y voy sabiendo que mi felicidad está en ese nosotros, en esas relaciones nuevas que generan vida y abren caminos de sanación sencilla y humilde en lo humano. Hoy en este jueves del amor es un día nuevo para quererme hacer pan para los otros, Jesús nos invita a ello, “haced esto en memoria mía”. María supo entrar en la red comunitaria y salvífica de Jesús como una más, dejándose hacer, elaborando el pan y partiéndolo con él en la mesa de la iglesia y de la humanidad.

Como arcilla de creación moldeo el pan con la ilusión de un padre, con la alegría de un hermano, con la generosidad de un peregrino, con la necesidad del inmigrante y del hambriento y me siento que soy todos, porque en todos está Dios el que se ha dado y sigue dándose cada día para que yo pueda ser generoso como él.

Mujer de justicia callada y profunda

El hágase más duro de Jesús culminó en esta noche con el “Todo está cumplido”. En el cumplimiento estaba entregar a su madre en la ternura del discípulo amado y pedirle a ella que lo apoyara y continuara siendo madre en el dolor del hijo perdido. Pronunciar un hágase en la realidad del fracaso en el mundo, en la pérdida de las ganancias, cuando las cosas parecían que iban a ser de otra manera y ya estaban consolidadas. Aceptar la debilidad de todo sino tiene como fundamento la trascendencia.

Vivir a Dios en un mundo sin Dios. La interpelación no puede ser más fuerte: ¿En qué fundamento mi vida?  La invitación a confiar desnudamente en Dios abrazado a los hermanos en todo lugar y especialmente en el calvario.

¿Quiero…?  Se trata de volver a la fuente y aceptar que el verdadero fundamento de mi vivir quiero que esté en Cristo, en su palabra, en la comunidad, en la fraternidad de lo humano, en la provocación de la esperanza, aunque todo cante a desesperanza.

Confiaré en el Señor, me uniré más fuerte a él, lo buscaré con más afán, lo mostraré a los hermanos en la asamblea. ¿Quiero hacerlo en esta sociedad que busca el amor y necesita beber en aguas limpias, cuando las fuentes parecen olvidadas y escondidas? ¿Quiero cuidar mi fe y alimentarla como ella, aunque todo parezca fracasado? ¿Quiero que Cristo sea mi roca y mi cimiento, lo abrazo crucificado y espero con él la resurrección?