El cardenal Carlos Osoro se jubila. Por propia iniciativa. Si por Francisco hubiese sido, le habría prorrogado el contrato indefinido hasta los 80. Como hizo con Blázquez. Como tiene previsto con Omella. Pero el año pasado por estas fechas -un poco antes, quizá-, alguien le buscó las cosquillas algo más de lo normal al ya arzobispo emérito de Madrid. O mejor, alguienes.
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Planearon para él una salida tutelada, echando mano de la figura del coadjutor. Se logró frenar. Pero el purpurado se cansó de luchar contra viento y marea. No es una expresión victimista, sino reflejo de lo que han sido estos nueve años de pastoreo madrileño, del que no guarda sabor agridulce ni de derrota, pero sí con la conciencia de la asfixia a la que en algunos momentos ha sido sometido.
Traspiés en la gran urbe
No hay que olvidar cómo fue su entrada a Madrid. Llegó en el coche, vislumbrando la gran urbe y con no pocas esperanzas. Aquello tenía buena pinta. Pero se topó de frente con la negativa de su predecesor a que pisara el palacio episcopal hasta que no tuviera lugar el relevo oficial en la catedral de la Almudena. Y allá que se fue Osoro a la residencia de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados en Aravaca, sin importarle el primero de muchos desaires. Porque lo que parecía una anécdota, fruto de quien no quería echarse a un lado, se convirtió en un preaviso de lo que le esperaba.
Si desde Roma se le había encomendado materializar en Madrid el cambio de régimen eclesial que también se buscaba para la Iglesia española, Osoro ha padecido hasta hoy las resistencias a aclimatarse a un pontificado que no busca otra cosa que aterrizar el Concilio Vaticano II. Y eso que venía trabajado de sus destinos episcopales previos: Orense, Oviedo y Valencia, una plaza nunca fácil en la que se le aprecia y se le quiere.
Cicatrizar heridas
Ha sido y es un buen pastor que cicatrizó las heridas abiertas hacia quienes en otro tiempo estaban en el disparadero o se les reservaba el derecho de admisión. Por ejemplo, a la vida religiosa. Lo mismo con los claretianos que con los jesuitas, o con cualquier congregación femenina con un colegio, hospital, centro social… El ya cardenal emérito pocas veces ha declinado una invitación, lo mismo para presidir una eucaristía que para presentar un libro, hasta hacer rebosar una agenda que le ha quitado demasiadas horas de sueño. Por eso llegaba tarde, para que nadie se sintiera fuera de los planes de su arzobispo. Y mientras se pateaba la capital y sus alrededores, el despacho se quedaba vacío.
Es ahí donde la debilidad de Osoro fue aprovechado por quienes han llegado de minas esta década. Su intento de aglutinar las diferentes sensibilidades del presbiterio se tradujo en ninguneo y constantes filtraciones. El arzobispo se negó a plantarse, poner la cara colorada y cesar a tiempo, y a destiempo su falta de sagacidad en la gestión se volvió contra él, con una oposición que no le ha dado tregua, ni en sacristías ni en foros digitales. Tanto es así que, hace poco, en una cena, quien se ha empeñado en amargarle la existencia se congratulaba de que “afortunadamente Madrid ha resistido estos años”. Expresión que desvela el tono belicista contra Osoro y contra el Papa. Acúsenme de críptico, pero no soy menos retorcido que quienes han elaborado tal estrategia de acoso y derribo que ha tenido el avispero de la corruptela de las fundaciones como eje.
El fin de la misa de Colón
Nunca le perdonaron que eliminara las misas navideñas de Colón convertidas en manifestaciones pseudopolíticas y las cambiara por un abrazo a todas y cada una de las familias que se acercaban a los pies de Nuestra Señora de la Almudena para ser bendecidos por su pastor. La cultura del encuentro nunca gusta a quien necesita auto reafirmarse en un pasado no tan glorioso como la memoria reinventa.
Sin embargo, estas resistencias no empañan el trabajo de equipo que ha sacado adelante en este tiempo, empezando por una templanza evangélica en tiempos de agitación política, lo mismo para tender unos puentes a prior inimaginables con el gobierno municipal de Manuela Carmena, pero también para evitar que la Iglesia se convirtiera en enemigo público político ante la crisis de la exhumación de Francisco y la resistencia de los benedictinos del Valle de los Caídos.
Profetas de calamidades
Este talante es el que se ha percibido con la puesta en marcha de iniciativas como la Vicaría de Desarrollo Humano Integral, a imagen y semejanza de Francisco, la Mesa por la Hospitalidad para la acogida de migrantes o el proyecto Repara de lucha antiabusos situando, de verdad, a las víctimas en el epicentro de la acción de la Iglesia madrileña. Osoro se despide de Madrid tras cerrar el Año Santo de San Isidro Labrador, patrón de la archidiócesis. En la misa de clausura, lanzaba un aviso para navegantes: “No hagáis caso de profetas de calamidades que dividen”. Palabras de un buen pasto que ha hecho lo que ha podido. Y lo que le han dejado.