ALBERTO RUBIO. ECONOMISTA – El paulatino ascenso de un nuevo grupo social derivado de las oportunidades de ejercitar el comercio, origen del lucro, es una más de las novedades significativas que trajo en su momento la transición del feudalismo hacia el mundo moderno. Nadie la propició expresamente. Nadie escribió sobre ella entonces. Resultó de la acción humana. Otra etapa en la historia de la evolución social. La primera fase del capitalismo fue comercial y el excedente monetario, la riqueza acumulada a partir de la actividad económica, no se separaría ya nunca como meta en todas sus fases posteriores. Es más, se aceleraría.
El ascenso de lo económico como factor primordial de posicionamiento en la sociedad dispara ambiciones, esos deseos desenfrenados por acumular bienes y valores que permiten conseguir poder, fama y reconocimiento.
A lo largo de los siglos, y sumado a otros sucesos de naturaleza intelectual, ideológica y política, resultó alterada la sana estructura y jerarquía de valores para ordenar y organizar la convivencia de las personas. El éxito material terminó adquiriendo un lugar central, incluso sin importar la ética de su origen.
Sin embargo, cuando la sociedad no está bien porque pierde armonía en sus relaciones, genera exclusión y marginalidad o profundas desigualdades, es signo que la economía no está bien. La actividad económica es el modo organizado por el que una sociedad se proporciona los bienes y servicios que requieren sus necesidades y sus gustos, pero también el que le permite a cada persona lograr la realización de su existencia, acorde a sus propias apetencias.
Cuando esto no ocurre, el dilema es combatirla y transformarla o crear, quizás recrear, otra sobre bases de solidaridad, priorizando valores trascendentes que propicien la calidad de vida, más que la cantidad de riqueza, así como la preservación del medio ambiente, explotado en exceso en lugar de administrado con prudencia.
¿Es posible vivir de otro modo? ¿Ser capaces de utilizar la economía como medio sin que ella nos utilice como fin?
Otros enfoques
Nunca la realidad tiene un solo color. Tampoco el camino de la confrontación es necesariamente el más indicado para perfeccionarla. Buena parte de la generación de los años setenta, en el mundo del siglo XX, sucumbió en intentos desesperados por cambiar la sociedad. Presentar alternativas, construir nuevas realidades, mostrar que son sustentables y competitivas, pero ordenadas sobre otras bases, es posible. Vamos por algunos ejemplos.
La economía solidaria promueve la asociatividad, la cooperación y la autogestión. Está orientada a la producción, al consumo, y a la comercialización de bienes y servicios, teniendo como finalidad el desarrollo ampliado de la vida –caso de la Cooperativa La Juanita, en La Matanza, Buenos Aires, o de las 170 empresas recuperadas y rehabilitadas por los trabajadores desde 2001 en Argentina–. Preconiza el entendimiento en el trabajo como un medio de realización humana, creando una alternativa viable a la dimensión generalmente alienante y asalariada del desarrollo del trabajo en el capitalismo convencional.
La economía de comunión es propiciada por el Movimiento de los Focolares, en un intento de respuesta al problema social y al desequilibrio económico observado por Chiara Lubich en una visita a Brasil a comienzos de la década de los años noventa del siglo pasado. El enfoque, dirigido primariamente al sector empresario, sugiere poner en común las ganancias del proceso productivo-comercial y organizar la dinámica de la empresa en base a la fraternidad. Esta modalidad desarrolló polos industriales en las ciudadelas del Movimiento de los Focolares (en varios países europeos y en Marianópolis, O´Higgins, Buenos Aires), donde la producción y el trabajo son expresiones auténticas de la ley evangélica del amor recíproco. Activar la reciprocidad como actitud de base produce un orden social “sin indigentes”, difundiendo una “cultura del dar y obtener”.
La economía del comercio justo, conocido también como comercio alternativo, es un movimiento internacional formado con el doble objetivo de mejorar el acceso al mercado de los productores más desfavorecidos, proveer que reciban el precio adecuado por sus ofertas y proyectar esas reglas de equidad en el comercio local y de exportación. Las organizaciones que incentivan esta modalidad (Arte y Esperanza, Fundación Silataj, Red Argentina y Red Internacional de Comercio Justo) no sólo facilitan los recursos necesarios para crear o fortalecer las infraestructuras productivas y capacitar a los grupos productores, sino que asumen un rol activo en la comercialización de la producción, mediante su exportación, importación, distribución y venta directa al público. En esta tarea los intermediarios (importadoras, distribuidoras o tiendas) reducen sus márgenes para brindar un mayor beneficio al productor. Organizaciones de consumidores en varios países, apoyan activamente el sistema y desarrollan campañas para conseguir cambios en las reglas y prácticas comerciales dentro de los países y en el comercio internacional.
La economía del don o economía del regalo, es un enfoque social en el que los bienes y servicios se otorgan sin un acuerdo explícito de “dar para recibir”. Se basa en el principio de vivir bajo la premisa que “a mi vecino no le falte nada”. El criterio subyacente es que las acciones se basan en el amor al prójimo. No en el interés o la vanidad por el éxito. Sucede en culturas muy particulares (Samoa, Toga, Islas Cook, mapuches de la Araucanía chilena), en las que se esperan recompensas sociales intangibles, como el honor, la lealtad o el respeto. En algunos casos, regalos simultáneos o recurrentes hacen que la gratitud circule en torno a la comunidad, lo que se puede ver como una forma de altruismo recíproco. Se entiende también que el verdadero espíritu de la economía del don consiste en dar sin esperar recibir nada a cambio. La comunidad logra sí un mayor sentimiento de pertenencia y unidad apoyada en la generosidad entre sus miembros.