El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor (Jn 12,26)
Desde hace unos días tenemos junto al Padre a un intercesor que ha sido profeta.
Conocí a Hesayne hace más de 30 años, gracias al padre Carlos Moia. Con mucha alegría fui invitado por él a colaborar en algunos proyectos de la diócesis de Viedma.
Si bien mi deseo no es caer en el lugar común de los elogios a los muertos, es inevitable reconocer que me encontré con un hombre inteligente, de mucha ternura, amable y preocupado por la vida de la gente de su pueblo.
Las veces que tuve la gracia de compartir con él algún momento de actividad o una charla, me ha impactado.
Su trabajo por los pobres y su lucha por la dignidad humana lo colocó en el lugar de Jesús, sirviendo al pueblo y por supuesto compartiendo la marginación de quienes fueron siempre objeto de su lucha.
Su lucidez, hasta último momento, demostraba que un compromiso pastoral debía estar sostenido por un compromiso intelectual: Hesayne siempre estaba leyendo, estudiando, formándose y preguntando, y en esto se destacaba por su humildad ya que escuchaba a los otros como un aprendiz constante.
Inmerso en la eclesiología del Concilio Vaticano II, supo que la evangelización estaba ligada a la promoción humana, e inspiró muchas obras que alentaban el crecimiento de la comunidad, como un techo para mi hermano, proyecto promoción linea sur, promoción en las comunidades mapuches, centro de comunicación Nuestra Señora de Luján, entre otros.
Mártir eclesial
Sin embargo, ahora muchos, como suele ocurrir, defienden su vida y sus palabras, porque “queda bien” o porque es “correcto hacerlo”, presentándolo como un valiente pastor que enfrentó a la dictadura. No mienten, pero cuando las palabras ahora salen de muchos que antes lo habían maltratado, duele. Y mucho. Otros, por supuesto, continuarán con el típico silencio descalificador y negador.
Sin embargo, nunca le escuché una sola palabra de queja hacia aquellos que lo empujaron hacia una especie de exilio episcopal. Al contrario, siempre tuvo palabras de misericordia en medio de su dolor, lo cual me hizo considerarlo como un verdadero mártir eclesial.
Asi y todo nunca dejó de hablar. Y hoy, su voz y su mensaje, continúa en registros radiofónicos, libros y artículos que siguen expresando una teología y pastoral inspirada en el Evangelio de Jesús.
Agradezco al Señor y a la vida haber compartido charlas, mates, la mesa de la eucaristía y la mesa de la comida fraterna, agradezco sus palabras y consejos, su mirada, y las veces que recibí su bendición. He conocido un profeta, tuve el privilegio de compartir partes de mi vida con alguien que se jugó por el pueblo, y me ha enseñado mucho. Su visión eclesial y su reflexión teológica serán siempre iluminadoras, liberadoras, justas, serias y duras.
Gracias Padre Obispo Miguel, ya estás donde siempre querías estar. Lloramos tu ausencia, porque una voz se ausenta, pero tu palabra sigue siendo luz para el mundo, y ahora, como antes, recibís en tu corazón el clamor del pueblo para llevarlo al Padre.