Tribuna

“Para no silenciar la muerte”

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Me motiva poder compartir desde este balcón semanal notas de un cuaderno de vida como es el mío. Os puedo confesar que mi riqueza más grande no es lo que poseo, ni lo académico, o lo que me pueda rodear de reconocimiento de los otros por el ejercicio de mi ministerio, aunque nada desprecio. Lo que más amo es la capacidad de poder entrar con mi cuaderno de discípulo en la escuela de la vida y dejarme interpelar y seducir por ella.



La vida que te llega y te sorprende tocándote por dentro y descubriéndote los tesoros y las perlas que se esconden en el campo de tu historia y en el fondo de todo lo que te rodea. Le debo esta mirada a maestros del espíritu, personas muy sencillas que saben ver la vida en lo profundo de la mayor compasión. Seres encarnados en la calle y en la historia, de a diario que proclaman la profundidad del detalle y de lo cotidiano, los que me han enseñado a ver lo que no se ve, como hizo el Jesús del evangelio con los discípulos.

Interior y trascendencia

El nombre y la metodología del cuaderno de vida me lo sirvieron en movimientos de acción católica especializada y la educación humanística y evangélica del seminario. No se trata de un diario que relate emociones, ni de una crónica que dé cuenta de lo acontecido, ni siquiera de análisis de tipo social, económico o psicológico. Se trata de algo más interior y de trascendencia, que ayuda a traspasar lo epidérmico para adentrarse en la savia profunda de lo que acontece en la realidad, cuando el corazón ve lo invisible de la vida que se revela para ser luz y llenar la existencia de verdad, de sentido, y lo hace desde el detalle que puede pasar más desapercibido a la generalidad.

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Y para que no quede en pura teoría os introduzco un pequeño hecho de vida de gran trascendencia, anotado en mi cuaderno hace poco. Presidía un tribunal de trabajo fin de grado en la facultad de educación, una de las alumnas de educación infantil presentó su trabajo sobre un tema que llamaba la atención, se trataba de la educación sobre la muerte a niños de esas edades tan tempranas, lo llamaba “Cuando termina la vida”.

Un trabajo serio

El trabajo merecía ser leído por la profundidad y sistematicidad del mismo, era un trabajo serio. Le pregunté la razón del tema elegido, sabiendo que era de difícil desarrollo. Su respuesta fue: “En las prácticas del último curso, había en el aula una niña de cuatro años que había perdido a su madre, eso me impactó y sentí la necesidad de saber cómo debería actuar como docente comprometida con esa situación de esa niña y ante los demás con este tema tan importante y olvidado”.

Ahí tenemos un hecho, en el cuaderno vital de esta alumna, que propició la vida y el compromiso de su ser estudiante. ¿Se entiende? Ella lo “vio”, contempló la realidad no desde la lástima, sino desde la interpelación a su profesión, su pregunta era cómo ser maestra en aquella situación, había que actuar, prepararse para ello. Había un motivo para estudiar y para hacer de este trabajo algo querido y amado, desde la afectación por una niña a la que tenía que servir con su formación.

Ahí está el bien interno de una profesión, aquello que el otro necesita de mi servicio, para eso hay que saber ver y dejarse afectar. Yo me quedé con la anotación y en estas reflexiones vitales ando.