Pensando ampliamente ser pastor o ser gerente se refieren a liderar.
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En nuestros trabajos, en nuestras tareas apostólicas se nos pide liderar, dirigir, animar, acompañar. Incluso se habla de saber liderar la propia persona, saber gestionar las propias emociones.
Este oficio exige estar en terreno, escuchar, conocer, saber los nombres de las personas con que tratamos, tener la respuesta justa, el consejo oportuno, sentido del humor, paciencia, capacidad de perdón, disponibilidad, perfeccionarse, poner buena cara ante las críticas, sonreír, empatizar, motivar, estar en las redes sociales. ¡Ya me abatí con sólo pensarlas! ¡Cuánto más al tratar de practicarlas!
Cansancio y desánimo son dos grandes tentaciones, y realidades, de nuestros días. Nos cansa todo este dar, estar, ofrecer y nos desanima porque nos sentimos y reconocemos remando mucho y avanzando poco. No se ven los frutos de tanto esfuerzo, llueven las críticas, las incomprensiones y la falta de reconocimiento tanto humano como financiero. Un camino sin salida. Sin disfrute.
Nos formaron desde chicos para hacer (desde la más simple monería hasta lo que vamos a hacer cuando seamos grandes), no nos enseñaron a ser ni tampoco el valor del fracaso. Con todo esto, el mundo se nos viene encima y el desafío de liderar nos transforma en gerentes rígidos, decepcionados, fracasados y nos enfermamos.
El pastoreo
El pastoreo es parecido, pero no es lo mismo. El pastor no se adueña del cargo, lo hace por otros, con otros y con un Por Quién que lo inspira, lo guía, lo lidera. Muchas veces en nuestras pastorales gerenciamos aferrándonos a un cargo y por ej. vemos a dirigentes de pastoral juvenil de más de 40 años, otros proponiendo propios criterios, juzgando a la gente, resistiéndose a nuevas propuestas. Seguramente al pensar en gerentes de cualquier empresa vienen bien a la empresa que muchas veces hacemos de la Iglesia.
Escuchando a un santo sacerdote de más de 70 me dio luz para distinguir el ser pastor para no caer en ser gerente. Se los comparto: el lugar de la oficina y el lugar del jefe.
La oficina de un pastor no puede tener las puertas cerradas, empezando por las del corazón y esa oficina móvil tiene que estar bastante limpia de retratos autorreferentes y bastante poblada con las ovejas más frágiles.
El jefe de un pastor es Jesús. Los sacramentos, la palabra, el trato cercano con Él cada día son el ánimo, el consuelo, la guía, el lugar de sonrisas, de llanto, de queja.
Cuando perdemos el disfrute por la misión, cuando solo buscamos aplausos y frutos comprobables. Cuando lo que importa es lo que hacemos es que falla nuestro ser y ahí cabe la pregunta ¿soy pastor o gerente?