Tribuna

Patronas de Europa: la vida de Catalina de Siena, que no es la mía

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Este año me dije a mí misma que no celebraría mi cumpleaños, porque 32 años son poca cosa, una mediana edad, entre finales de los veinte y la edad de Cristo. Una edad en la que nos parece increíble que todavía no hayamos obrado milagros, sino que solo somos refugiados en nuestra vida mortal que no crea desequilibrio ni revolución. Se puede decir que esto es lo único en común entre Catalina di Jacopo de Benincasa y yo: la edad en la que una cierta juventud está terminando para mí y para ella terminaba la vida.



Catalina nació en 1347 en Siena en el distrito de la Oca y murió a la edad de la muerte de Cristo, después de haber cumplido una vida que contiene mil y haber dejado un rastro de sangre y lirios.

Es el 25 de marzo y hay quienes dicen que era la hija número 23 y quienes dicen que era la número 24 y quien dice que los hijos e hijas eran 25, pero seguro que Catalina nació entre muchos, reflejada en el rostro gemelo de su hermana Juana, que murió recién nacida. Y me hace pensar que ella quería vivir una vida que valiera al menos dos, que fuera doble en la fuerza, en la determinación, en la fe. Una vida para sí y otra para Juana.

Catalina nació entre muchos, tantos que yo ni siquiera podría imaginarlos a todos, yo nacida hija única, nieta única, única heredera, única niña, no encuentro espacio para ellos en la localidad de la Oca, sin embargo han vivido en el momento de la peste negra. De hecho, el año en el que Catalina llega al mundo es el año en que vuelve la peste. Ella blanca, ella flor incorrupta, ella pureza; la peste nocturna, la peste y sus bubones oscuros, la peste y las calles que huelen a muerte y enfermedad.

Patrona de Italia y de Europa

Algunos dicen que a los seis, otros dicen que a los siete, cuando yo a la misma edad corro en el gran olivar de mi escuela para ganar una medalla en la carrera de campo o manchando folios con mis manos de pintura de témpera, Catalina está en la ciudad sienesa de Vallepiatta y se le aparece Cristo, vestido de majestad, como el Papa, con tres coronas en la cabeza y un manto rojo sobre los hombros, está rodeado de santos: Pedro, Pablo y Juan. Yo aprieto los tubos de pintura en el banco de formica y hago mis trenzas con gomas rosas, trato de escribir las B en cursiva mayúscula y Catalina descubre la existencia de Dios en la tierra y decide hacer un voto de pureza.

A partir de ese momento, Catalina comenzó a hacer penitencia y en los años siguientes redujo el sueño y la comida, dejó de comer carne pero se alimentó de hierbas crudas y fruta, usa cilicio; yo incendio las tardes con mis rabietas para no hacer los ejercicios de matemáticas y conseguir una Barbie de ojos morados con falda corta.

El camino elegido

Cuando Catalina tenía 12 años, estaba en edad de casarse y sus padres estaban listos para buscarle marido; mientras tanto yo voy en bicicleta por las avenidas de los pinos del pueblo donde crecí, como piñones, bebo refresco de naranja y colecciono calcomanías que si las frotas huelen a fresa, para mí los chicos son solo molestias y las bodas son cuentos de hadas de medianoche.

Tampoco Catalina tiene intención de casarse con un hombre de carne y como protesta se corta el pelo, se cubre la cabeza con un velo y se encierra en la casa, ya tenaz, dispuesta a las renuncias y a las batallas por seguir el camino que ha elegido, por ella solamente. Está convencida de su decisión y obliga a la familia a aceptar su fe incontrolable. Aprende a leer sola sin haber ido a la escuela y estudia la vida de los santos y místicos, sin saber que ella será la santa, será la mística, será la venerada.

La lectura y la escritura se convierten en obstáculos y ocupaciones cotidianas, Catalina es casi analfabeta y necesita ayuda para escribir sus pensamientos, durante mucho tiempo se los dictará a quien está cerca, para no perder las palabras, para ser leída, para comunicar.

Pronto Catalina entra en la orden de las Manteladas y logra forzar también sus reglas, ya que la orden acogía a mujeres adultas y viudas, nunca a niñas vírgenes. Sin embargo, ni siquiera las monjas pueden hacer mucho contra la obstinada Catalina que es línea recta, es flecha, conoce el objetivo, va como una astilla en su vida.

Cumplir sus misiones

Empiezo el instituto y aprendo latín y griego, me salto la hora de Religión y vagamente miro a mis compañeros jugar al fútbol y pasarse cigarrillos por las esquinas del edificio, veo políticos en la televisión con pañuelos verdes alrededor del cuello; Catalina ya está en el mundo, un mundo angustiado y doloroso, en el que el lugar para la fe se está extinguiendo, mientras las guerras no se detienen y vencen los intereses políticos, las alineaciones, las enfermedades: Francia está presa de la guerra de los Cien años, Italia está atravesada por compañías de fortuna y destrozada por luchas internas, el reino de Nápoles se ve desbordado por la inconstancia de la reina Juana, Jerusalén ya es escenario de luchas, los turcos avanzan en Anatolia mientras los cristianos luchan entre sí.

Miro pasivamente el mundo a través de las pantallas de televisión, todo está fuera de mí, todo no me concierne, sino los episodios de mi serie favorita y mi primer amor; mientras, todo está dentro de Catalina: cada dolor, cada desagrado es una misión. Así, armada solo de voluntad, como fiel, camina entre los que están enfermos, entre los que están al borde de la muerte, entre los que han pecado, entre los que buscan una cura a través de las palabras de Dios, para salvar al mundo, para salvar la historia.

Es 1370, Catalina tiene 23 años, y Cristo le abre el pecho, le dona el propio corazón para darle la fuerza necesaria para cumplir sus misiones, hacerla piedra ardiente. El Papa Urbano V deja Roma y vuelve a Aviñón donde se había trasladado la sede pontificia desde 1309. Yo empiezo a estudiar en la universidad la filosofía antigua y medieval, tengo apuntes fotocopiados que llenan mis bolsos, y pienso que la política ha terminado y que el mundo no me pertenece si no en los libros, solo el mundo escrito me concierne.

Encuentro con el Papa

Catalina sale de su ciudad y comienza a viajar, ya es guía para muchos y muchas, en torno a ella se reúnen pensadores, médicos, ermitaños, sus cartas responden a quien pide fe, a quien necesita guía y ayuda para no dejarse abrumar por la tristeza de un universo en el que todo parece perdido. Catalina tiene valentía, que es un atributo del “corazón”, solo quien tiene el corazón y sabe sacarlo, sabe lanzarlo por encima del obstáculo, tiene valentía.

Catalina lleva su propio corazón, que Cristo le dio, a Aviñón, porque ella niña, ella hija del tintorero con demasiados hijos, alma pequeña de un pueblo pequeño, mujer que no sabe escribir, está decidida a curar también esa herida, la que ha quebrantado la Iglesia, que está perdiendo la fe.

En 1374 Catalina tiene 27 años, yo termino mi licenciatura en filosofía política con una tesis sobre Nietzsche y mi grito de batalla no puede ser otro que Dios está muerto, descubro que con la filosofía no se trabaja, duermo en la habitación de una chica que se ha ido de Erasmus y trabajo en una editorial que no me paga. Catalina entra en contacto con el Papa Gregorio XI y sigue su apostolado itinerante y su interés por la política, cuando vuelve a Florencia encuentra la peste.

La epidemia golpea también a su familia, esa familia de discípulos y discípulas con los que Catalina desde hace tiempo pasaba sus jornadas de oración, reflexión y fe.

Catalina va a Aviñón y se reúne con el Papa, se vuelve célebre por las ardientes cartas de fe que le escribe, por las presiones con las que va a convencerlo de que vuelva a Roma, por las discusiones con él sobre las cruzadas, sobre la pacificación en Italia, sobre la Curia corrompida y la reforma de la Iglesia. Ya solo el viaje nos da la medida del espíritu de Catalina, que lleva consigo, en el pecho, un corazón santo, y cree que hay un único futuro posible, el que salva.

Patrona de Italia

Mientras yo alquilo mi primera casa y estudio las colonias de Italia, hablo con mi abuela de los años de la guerra y tomo apuntes sobre las bombas, el desierto y las gacelas, en el tren para volver a ver a mis padres al pueblo veo a los peregrinos que se bajan en la parada de San Pedro para el Ángelus del miércoles.

En 1378 es elegido un nuevo Papa, más bien dos (el otro es el antipapa Clemente VII), la pacificación de la Iglesia está lejos, en Florencia la ciudad no está tranquila y Catalina es casi asesinada durante la revuelta de los Ciompi. La Iglesia se está desmoronando y está en pleno Cisma de Occidente, y Catalina asiste a su ruina. Mientras yo, ya hace tres años que sufro una enfermedad invisible, entro y salgo de mi cama durante largos períodos, los teléfonos y ordenadores me cuentan lo que ya no logro vivir.

Llegan así los años de Cristo y él vuelve, pide de vuelta su corazón, Catalina muere en Roma, mi ciudad, y deja un mundo que corre el riesgo de olvidarla. Son sus palabras las que sobreviven, sus cartas, sus escrituras publicadas, sus pensamientos que avanzan a lo largo de los siglos.

Mi vida y la de Catalina no se tocan nunca, en 1461 Catalina es canonizada en Roma, en 1866 es declarada patrona de la capital, en 1939 patrona de Italia, en 1999 Juan Pablo II la proclama copatrona de Europa. Yo me quedo luchando contra la tasa de autónomos, los análisis de sangre, el intestino irritable y mi escritura. Descanso y acepto la derrota de no lograr aspirar a la santidad.

Catalina de Jacopo de Benincasa

  • Nacimiento: Siena, 25 de marzo de 1347
  • Muerte: Roma, 29 de abril de 1380
  • Venerada por: Iglesia católica e Iglesia anglicana
  • Canonización: 1461 por el Papa Pío II
  • Solemnidad: 29 de abril
  • Doctora de la Iglesia: 3 de octubre de 1970
  • Patrona: de Italia, copatrona de Europa

*Artículo original publicado en el número de septiembre de 2020 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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