La ‘Historia de un alma’ de santa Teresa de Lisieux se encuentra en una gran cantidad de ediciones, refinadas y populares, en papel, digital, a veces llenas de errores tipográficos, a veces bien cuidadas, lo que demuestra que es un libro vivo, fértil. Es un libro que fascina, que se lee, se subraya, se medita. Cuando salió, un año después de su muerte, en 1898, no era más que una publicación interna, estaba entre los carmelitas, entre los familiares de las religiosas. Fue leído y reconocido como un testimonio extraordinario por los eclesiásticos y fue pasando de mano en mano, tuvo un enorme éxito entre los católicos y los no creyentes.
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“En un tiempo en el que rara vez la historia de las mujeres era contada por ellas misma, en el que, las niñas permanecían silenciadas, figuras misteriosas, obligadas a mostrarse en una perspectiva tranquilizadora o como la Alicia del cuento de Carroll”, los tres manuscritos de la ‘Historia de un alma’, que narran principalmente una infancia, llegaron directa, violenta, e incandescente.
Era una mujer muy joven que escribía, hablaba de sí misma, de su vida, de sus pensamientos que iban a la raíz y más allá, que no tenía miedo de arriesgar ni vergüenza: era como si se destapara una montaña, desvelando algo que hasta entonces acababa de ser sospechoso. Teresa murió a los veinticuatro años, vivió entre 1873 y 1897, un tiempo breve, una vida que apenas comenzaba, que con todas sus fuerzas transformó en plenitud.
El final del siglo XIX es una época lejana y muy cercana, aún reconocemos los movimientos de las personas que vivieron entonces; si tenemos en cuenta a las familias adineradas, su forma de vida, los pequeños placeres cotidianos, fiestas, dulces, el comercio, regalos, son parecidos a los nuestros, o bien los hemos conocido tantas veces en los libros, películas, series de televisión, que resultan familiares.
Son años en los que la percepción de un bienestar para vivir aquí en la tierra está muy difundido, las ideas de progreso aún están vivas; es también un mundo en el que la muerte se asoma demasiado a menudo, chilla, aparece prematuramente, pero nadie se acostumbra, viene cada vez como un tormento y un recuerdo. Uno de los primeros testimonios en torno a Teresa, habla de un deseo de muerte dirigido por ella a su madre. Teresa, ante el desconcierto de Zelíe, le explica que debe ser feliz, le está deseando el paraíso.
Una mirada alegre
Teresa vive en Alençon la primera parte de su infancia, su familia es profundamente religiosa y rica. En el caso de los Martin, las dos cosas no están en contradicción, van a misa al alba, son una familia dispuesta a cuidar a los demás, que abre la puerta a los necesitados y viajeros.
Louis y Zelíe, los padres de Teresa, trabajan juntos en la tienda de encajes de ella, fue Louis quien dejó su trabajo de orfebre para invertir su energía en la administración de la empresa común. Tuvieron nueve hijos, pero solo cinco niñas sobreviven a la infancia. El frecuente encuentro con la muerte, como en muchas otras familias burguesas, no genera hábito o desaparición de la emoción, por el contrario agudiza la sensibilidad de los padres, pero más aún de las niñas. Es una familia en la que no se prohíbe el protagonismo femenino, al contrario, busca en el trabajo, pero sobre todo en la fe, sus formas.
Teresa de niña, construye altares, juega en la ermita, no le es fácil compartir los juegos de otros niños y niñas, “no sé jugar” escribe; no se distrae de las cuestiones esenciales que la presionan. Zelíe escribe sobre ella que es obstinada, menos dulce pero más inteligente que su hermana Celine. En los primeros años su madre la vigila, curiosa y encantada. Hay algo escrutador y orgulloso, muy alegre, en la mirada de Teresa de niña.
Cambio de carácter
En 1877 muere Zelíe y el mundo se derrumba, Teresa logra contar el dolor insoportable que le produce la pérdida de su madre, a los cuatro años pierde la euforia, cambia de carácter. Busca una fuente de amor igual de intensa en su hermana Pauline. Pauline se encarga de ser su segunda madre, Teresa se aferra, tiene sed de dulzura que no cesa. Cuando está en el colegio, sufre terriblemente, la soledad, la pérdida de una mirada cariñosa y acogedora en ella. En las páginas que dedica a su infancia parece como si estuviera escribiendo directamente una niña, sin pasar por el escrutinio de la mirada adulta que endulza y miente, no, una niña que sabe de lo que habla.
Teresa revela que la infancia es una época muy dura, incluso cuando estás rodeado de personas que te aprecian, devorado por una sed de amor que nunca se satisface y a veces por dolores intolerables, verdaderos, incluso cuando se expresan a través de minucias, caprichos. Nos muestra cómo la infancia es una inteligencia ferviente, que elabora, plantea las cuestiones esenciales, cobra impulso. Cuando leemos que elige el camino pequeño, el camino de la infancia espiritual, debe entenderse como algo muy preciso: Teresa tiene sus raíces en la infancia, decide hacer de esa perspectiva la clave de su espiritualidad y de toda su vida.
Las preguntas de Teresa son tan radicales como las infantiles: “Él creó al niño que nada sabe (…) creó al salvaje que, en su miseria, sólo tiene la ley natural para regularse”, y son radicales las respuestas que se da: “Jesús llama (…) a quien quiere”, “todas las flores de la creación son hermosas”, hay lirios y rosas, y hay flores silvestres, son tan pequeñas para que Dios, rebajándose tanto, pueda mostrarse infinitamente grande.
Hacer de la infancia el camino no se resuelve en pequeños parterres de colores: es poner en el centro la necesidad, la sed de amor, los brazos extendidos hacia arriba esperando que alguien te levante. En la mente de los adultos se tiene la idea de la infancia como proyección, como sueño, como una isla que podría protegerte del mal y de la muerte. Lo contrario para Teresa que sabe que nadie conoce mejor que un niño el desierto, el calor, la pérdida: “En un momento comprendí lo que es la vida (…) vi que solo era sufrimiento y separación”.
El juguete de Jesús
En la vida de Teresa, se suceden separaciones desgarradoras, Pauline la deja para ir al Carmelo de Lisieux. Teresa cuenta la terrible enfermedad que padece, una desesperación del cuerpo que preocupa a su padre y a todos los que la rodean, y la “maravillosa” sonrisa de la Virgen que la salva. A partir de esa mirada, Teresa decidió su destino: “el Carmelo era el desierto en el que el Señor quería que me escondiera”. Va a buscar un amor duradero en el Carmelo, sin separación, más allá de todo tormento.
Para entrar en el Carmelo a los quince años, va con su padre a Roma, se reúne con León XIII, se viste de negro según el protocolo, le habla, le reza. Regresa a casa sin saber cuál será su destino, pero lo logra. Quiere ser el juguete de Jesús, se llamará Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz.
“Ser tu Esposa, Jesús, ser carmelita, ser, por unión contigo, la madre de las almas, todo esto debería bastarme… No es así. Sin duda, estos tres privilegios son mi vocación, Carmelita, esposa y madre, aun así yo siento en mí otras vocaciones, siento la vocación del guerrero, del sacerdote, del apóstol, del doctor, del mártir”, el espíritu de Teresa sigue siendo el heroico de la infancia: lo quiere todo, no le basta la parcialidad. Es su inteligencia infantil de vuelcos la que le permite dar el salto: Fue “abajándome a las profundidades de mi nada, que pude alcanzar mi meta”: “yo seré el amor”.
Permanecer pequeño
Teresa escribió su primer manuscrito, recogido en la ‘Historia de un alma’, a petición de sor Inés, su hermana Paulina, durante el período en el que Paulina fue priora del Carmelo de Lisieux. Los otros dos a instancias de la priora Marie de Gonzague. Al leer sus páginas se puede sentir un placer de la escritura, un cuidado al observar los pensamientos, las acciones y las de los demás, una elocuencia sencilla pero precisa.
Se enferma siendo muy joven, es la tuberculosis, frecuente en esa época; junto a la enfermedad, se apodera de ella una tentación que la asusta. A partir de la Pascua de 1896 se encuentra en la oscuridad: “¡Si supieras qué pensamientos espantosos me obsesionan! El razonamiento de los peores materialistas se está imponiendo en mi espíritu”. Quiere hacer el bien, actuar después de la muerte, pero le preocupa no poder hacerlo más.
Es su camino, el pequeño camino, el camino de la infancia espiritual, lo que la llevó a tomar la perspectiva del niño y la del “salvaje”, que ahora la lleva al terreno pedregoso extremo, para tomar sobre sí el dolor de estar en el mundo de los “pobres incrédulos”, aquellos que tienen todo el calor, toda la necesidad de amor, pero no encuentran sentido en levantar los brazos. Esta necesidad ciega, Teresa la ha conocido, y la reconoce, permitiendo a quien cree reconocerlo en los demás y en sí mismo.
Conserva toda la necesidad y todo el ímpetu: “Permanecer pequeño es reconocer la propia nada, es esperar todo del buen Dios”. Es para poder abandonarse, que Teresa, nos dice: nunca quise crecer.
Marie-Françoise Thérèse Martin
- Nacimiento: Alençon, 2 de enero de 1873
- Muerte: Lisieux, 30 de septiembre de 1897
- Venerada por: Iglesia católica
- Beatificación: Roma, 29 de abril de 1923 por el Papa Pío XI
- Canonización: Roma, 17 de mayo de 1925 por el Papa Pío XI
- Solemnidad: 1 de octubre
- Doctora de: la Iglesia 19 de octubre de 1997
- Patrona de Francia
*Artículo original publicado en el número de septiembre de 2020 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva