En su maravilloso libro ‘Pequeña teología de la lentitud’ (Fragmenta, 2017), José Tolentino Mendonça, escribe al inicio: “Tal vez necesitamos recuperar ese arte tan humano que es la lentitud. Nuestros estilos de vida parecen contaminados irremediablemente por una presión que escapa a nuestro control; no hay tiempo que perder; queremos alcanzar las metas lo más rápidamente posible; los procesos nos desgastan, las preguntas nos retrasan, los sentimientos son puro despilfarro; nos dicen que lo que importa son los resultados, solo los resultados. A causa de esto, el ritmo de las actividades se ha tornado despiadadamente inhumano. […] Pasamos por las cosas sin habitarlas, hablamos con los demás sin escucharlos, acumulamos información que no llegaremos a profundizar. Todo transcurre a un galope ruidoso, vehemente y efímero. […] Justamente porque nos vemos obligados a desdoblarnos y multiplicarnos, necesitamos reaprender el aquí y ahora de la presencia, necesitamos reaprender lo entero, lo intacto, lo concentrado, lo atento y lo uno”.
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En este momento hay muchas preguntas flotando en el ambiente; unas son reflexiones propias de la situación; otras son dudas sobre el futuro inmediato y el lejano. A veces nos cuesta distinguir entre la reflexión y la duda. Por supuesto, damos más valor a la reflexión que a la duda; suena más inteligente la primera que la segunda.
El sambenito de no tener fe
La figura del apóstol Tomás me resulta atractiva. Siempre se le presenta como si fuera la perfecta encarnación de la duda -más que Hamlet- porque se trata de una duda de fe. El pobre Tomás, ha cargado con el sambenito de no tener fe y de necesitar ver y tocar para creer. Entiendo que necesita una nueva mirada la figura de este apóstol porque nos vendrá bien a todos.
Tomás no ha podido reivindicarse, no ha tenido posibilidad. Todo se ha dado por hecho. Si él tenía poca fe, ¿qué tenían los demás apóstoles, escondidos como conejos en su madriguera? Lo contrario a la fe es el miedo y, allí, donde estaban todos reunidos tras la muerte de Jesús, no es que oliera a miedo, es que el miedo se cortaba. Todos eran la imagen del miedo. Cuando Jesús invita a Tomás a ver y a tocar, el texto ni confirma ni desmiente que llegara a hacerlo. Ahora somos nosotros los que nos quedamos con la duda.
Reaprender a ser cristianos
Tener miedo a la duda es como tener miedo a crecer en cualquier aspecto o actividad de la vida. En la fe, mucho más. Nos cuesta crecer como cristianos -también como ciudadanos por lo que se ve últimamente- y, la falta de crecimiento, nos paraliza tanto como el miedo. Siguiendo el consejo de José Tolentino Mendonça, debemos tomarnos nuestro tiempo y no entrar en la vorágine de las prisas y del todo para antes de ayer. Tenemos que reaprender a ser cristianos y, para ello, celebramos Pentecostés.
La experiencia del Espíritu es arrolladora, aunque no tiene que suceder exactamente como nos relata el libro de los Hechos de los Apóstoles. Debería interesarnos más las consecuencias que cómo sucedió. Pentecostés debería ser la renovación de nuestro DNI creyente; debería recordarnos que Dios nos ha dado su fuerza, la misma que resucitó a Jesús de Nazaret. ¿Qué podría pasarnos si realmente creyéramos lo que celebramos?
Mayoría de edad
En el actual contexto el soplo del Espíritu tendría que hacernos tomar conciencia de que nuestra iniciativa como cristianos, pasa por no esperar a recibir todo hecho, ni que otros piensen por nosotros, porque el Espíritu nos hace mayores de edad. Esa mayoría de edad nos ha permitido, como miembros de la Iglesia, atender a muchas personas en la necesidad que se les ha venido encima y estar donde los servicios sociales no han llegado ni llegarán; somos capaces de actuar a la vez que montamos estructuras estables de ayuda. Esto es un don desarrollado por la Iglesia durante siglos.
Hemos escuchado la voz de nuestros pastores animando a la ayuda social, compartiendo en muchos casos sus propios bienes como ayuda inmediata y se agradece mucho; hemos escuchado o leído algunas reflexiones –siempre personales- sobre el momento político y las consecuencias que puede tener, sin embargo, no hemos escuchado su voz, como única voz, todos a una, sobre ese momento. Personalmente, como miembro de la Iglesia, en ese sentido me siento un poco abandonada, más, cuando he visto la preocupación con la que esperaban la apertura de las Iglesias para las celebraciones -que no dudo que sean necesarias-.
Plaza pública
El soplo del Espíritu, la propia Doctrina Social de la Iglesia, nos anima a salir a la plaza pública y hacer visibles los valores del evangelio, a la vez que contribuimos con nuestro compromiso político y social al desarrollo del hombre en una sociedad más justa y equitativa. Sin embargo, cuando algunos cristianos toman esa decisión y actúan en consecuencia, se sienten un poco solos. Esa inercia, la de enviarnos a la plaza pública y luego, al mirar alrededor, no ver mucho apoyo, puede causar dudas en algunos cristianos que se atreverán a preguntar, como Tomás, pero otros no lo harán; otros, tomarán la iniciativa y el resultado será el mismo porque, además de no sentir apoyo, sentirán el silencio -cuando no las palabras- que les recordarán que no están “enviados”.
Estamos acostumbrados a esperar -por los motivos que sea- que otros decidan o piensen. Si nos comprometemos y tenemos decisión para la caridad, ¿cuándo la tendremos para la política? ¿Cuándo nos convenceremos que somos adultos en la fe, que el Espíritu nos da la fuerza? ¿Cuándo dejaremos de mirar –de reojo- a una jerarquía que está –y doy por hecho que con toda buena intención- pero que la sentimos lejana, para actuar como cristianos verdaderamente adultos? De verdad, pensar, tener iniciativas y llevarlas a la práctica, no rompe la comunión. Que nadie dude esto. Por si alguien si se siente preocupado por tener iniciativa, que reflexione y piense cuando los apóstoles –escandalizados- fueron a decirle a Jesús que había algunos curando en su nombre, ¿cuál fue la respuesta de Jesús? “El que no está contra nosotros está a favor nuestro” (Mc 9, 38-40).
Tomarnos tiempo, frenar un poco en las actividades que tenemos, darle al tiempo su valor, saber sosegarnos y no vivir el día como si no hubiera noche, es más que necesario porque solo así veremos la dimensión de la realidad como realmente es; dudar como Tomás es bueno, sobre todo si comentamos nuestras dudas entre nosotros para ayudarnos y darnos fuerza mutuamente y comprobar que todos sentimos aproximadamente lo mismo. pero, sobre todo, seguir creciendo en la fe, en sus implicaciones y consecuencias es, en este momento, necesario, urgente, vital, porque sumergirnos en la “nueva normalidad” -¿lo nuevo y lo normal son compatibles?- con antiguas actitudes no me parece la mejor forma de afrontarla. Si para ello hay que ralentizar un poco la vida –como aconseja José Tolentino-; dudar en comunidad, como tuvo la valentía de hacerlo Tomás-; y reaprender como cristianos –a lo que nos invita el Espíritu constantemente-, demos todo por bien empleado.
Ojalá que el soplo del Espíritu nos de serenidad y nos ayude a disipar dudas, a todos, porque formamos parte de la misma comunidad. Todos somos Iglesia. ¡Feliz Pentecostés!